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“El fútbol es un pensamiento que se juega, más con la cabeza que con los pies”
Milan Kundera


Con frecuencia recuerdo a mi padre. Su voz, su mirada, sus gestos inquietos. Su palabra siempre gravitó en mí, como su ejemplo de hombre noble. Llegó a la Argentina siendo un niño de once años. Se hizo solo. Mi padre nació en una aldea de A Coruña, finales del siglo XIX. Trabajó desde los seis años cuidando cabras en el monte. El único varón de seis hermanas. Pudo aprender las primeras letras con un maestro del lugar durante dos años. Y a los saltos. Mis abuelos eran analfabetos, los paternos y los maternos. A mi madre le enseñó a leer y escribir mi padre, de casados. Mi madre había nacido en un lugar perdido de Ourense. Mi padre, junto a mis abuelos, llegó a Argentina y comenzó a trabajar en una fábrica de vidrio. Avellaneda, Piñeyro. Obreros socialistas y anarquistas completaron su educación. En Galicia ayudaba a sus padres en la cosecha, en una aldea perdida: Espenuca. A esa edad ya sabía de las doce horas de trabajo. Aprendió a leer, a pensar, a sentir. Entre sus muchos refranes recuerdo éste: “palabra y piedra suelta no tienen vuelta”.

Mis abuelos – analfabetos - había llegado al puerto; los esperaban unos parientes. Primero mi abuelo Pedro, campesino, hombreó bolsas en Ingeniero White. De allí a Avellaneda, a Piñeyro para ser más exactos. La gran inmigración gallega crecía en esos barrios. Y eran de Independiente Foot-Ball Club. La historia es intensa; abreviaré. En mi familia todos eran de Independiente: padres, hermanos, tíos, primos, vecinos. Vivieron en la calle Mariano Acosta. Cuando niño me llevaba a la cancha, a la tribuna: los menores sólo pagaban el seguro de vida, unos centavos. Me hablaba de nombres remotos: Erico, Seoane, Ravaschino, Cherro. Luego Canaveri, Lalín, Sastre, De la Mata, Zorrilla. Para él Seoane fue el mejor, lo vio jugar en todos los puestos, incluso de arquero. Y según sus palabras esa tarde fue brillante. El otro gran jugador era, según su criterio, el guardavalla Fernando Bello. En esos años se decía match, se decía portero, se decía centre forward, shotear. Mis ojos descubrieron a Micheli, Cecconato, Bonelli, Grillo y Cruz. Recuerdo a Elías Abraham con su polera amarilla y su gorra. A los hermanos Varacka, a Barraza. Y a Rubén Marino Navarro, Hacha Brava. Era una maravilla verlo a Toriani, a Maldonado, a Mura. El Negro Rolan junto a Navarro una muralla. Uno se elevaba con Silveira, Douksas, D'Ascenzo.

(De estos temas, y de otros, suelo conversar con mi amigo Manuel Suárez Suárez. En Buenos Aires o en Compostela. Con frecuencia hablamos de literatura, política, fútbol. De nuestros “compinches” en común, de nuestras familias. Manuel quiere al Rojo porque es el equipo de los gallegos.)

En esa tribuna de cemento, la cancha de la Visera, los ojos se llenaban de lágrimas. Por la emoción, por el juego armonioso, por la gracia y la felicidad de ver buen fútbol. Mi padre era otra persona. Participa de una manera inusual. Olvidaba las lecturas de Cervantes, de Tolstoi o de Milton. El simpatizante de Independiente es de paladar negro. Le gusta que gane su equipo, pero que juegue bien, que sea diferente, que la belleza de la cual hablaban los griegos en sus olimpíadas se viera en la cancha. La felicidad nos ocupaba la semana. Mundo Deportivo y El Gráfico completaban la historia. Luego, con mis hijos otros nombres: Alzamendi, Bertoni, Burruchaga, Bochini. Únicos. La felicidad se daban en todos pero Bochini era diferente. Uno de los mejores jugadores que vi en mi vida. Daba felicidad como trataba el balón, sentir su vuelo, su intuición. Un arquetipo de la 10. Toda la era dorada aplaudiendo su nombre. Rapidez mental, pases milimétricos, Un estilo único e irrepetible.

En la fonda de mi tío Pedro, La Mosca, iban a cenar Sastre, Canaveri entre otros jugadores. Allí los vió mi padre, allí conversó con ellos. Seres comunes, seres trabajadores. Comían y bebían en abundancia. Y al día siguiente hacían estallar un estadio. Cuando se retiraban el lujo era un almacén o un puesto de diarios sobre Avenida Mitre. Otro mundo, otro sistema. No hablo desde la nostalgia, hablo de un país que no existe. Un país que se extraña y regresa de la mano – de otra forma, de otra emoción – de Emiliano y de Lisandro. Sobre todo de Emiliano, creador y director de La Caldera del Diablo.

La radio cumplía un papel fenomenal. Fioravanti, Bernardino Veiga, Ortega Moreno, Caffarelli, Borocotó… son algunos de los nombres que evoco en este momento. Hay otros por supuesto, hay otros. Sus voces llenaban las casas, el espíritu futbolero de todo un país. Era cuando los partidos sólo se jugaban los domingos. En casa se admiraba a Dante Panzeri. El único, junto a Borges, que se opusieron al Mundial de 1978. Supo ver, como ninguno, que “el fútbol era política, sociología, economía” utilizado por la demagogia, la incultura y el autoritarismo. El único que habló de los sicarios del micrófono. Polémico, sin duda. Al final de su vida escribió: “al fútbol argentino le faltan tres cosas: dirigentes, decencia y wines”. No escribió nunca más.

De aquella infancia y de aquella adolescencia evoco las casacas, el foso, el pañuelo blanco anudado - de mi padre - en mi cabeza. La fuerza de mis primos mayores, los Fraga: Pedro, Manolo, Luis. La euforia de mis otros primos, los González: Osvaldo y Ricardo. Caminar desde Villegas y Pavón y luego cruzar los Siete Puentes. Y el sanguche de salame y queso que mi tía Silvia me preparaba. En pan francés, con manteca. Y miga. Hoy mis hijos y mis nietos llevan la camiseta con la misma alegría. Les repito lo que decía don Manuel: “El resultado es una anécdota. Lo importante es jugar bien, ver buen fútbol”. Entonces es cuando evoco la elegancia de jugadores inolvidables. Y sonrío. Independiente es modelo de fútbol. Eso lo hizo diferente, Es un arquetipo. Otra vez: Erico. Maldonado, Bertoni, Burruchaga, Bochini.

Para finalizar vale la pena recordar a Albert Camus y a Pier Paolo Pasolini. Camus, fue arquero, un arquero rebelde. Descubre que la desigualdad existe en todos lados, menos en el patio del colegio, donde jugaba al fútbol. Juega durante el recreo, de arquero, pues sólo tiene un par de alpargatas. Allí encuentra camaradería y libertad. “Todo lo que sé de moral se lo debo al fútbol y al teatro”. Pasolini escribió: “el fútbol como lenguaje”, “el gambeteo como poesía”, “el catenaccio y la triangulación como fútbol de prosa”. Dijo:” el fútbol es un sistema de signos, o sea un lenguaje”. Antes que un deporte el fútbol fue para Pasolini un lenguaje humano capaz de hablar a las masas. “Quien no conoce el código del fútbol no entiende el “significado” de sus palabras (los pases) ni el sentido de su discurso (un conjunto de pases)”.


"¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes
y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales".
Eduardo Galeano


Carlos Penelas
Buenos Aires, 3 de abril de 2024

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