En 1982, el Club Atlético San Isidro cumplía 80 años. Y lo celebró a lo grande: obteniendo, el sábado 11 de septiembre, el campeonato de rugby de Buenos Aires que peleó palmo a palmo con el SIC, el eterno rival surgido de sus entrañas. Otra vuelta olímpica para la Academia, pegada a la que 12 meses antes el equipo dirigido por Luis María “Caña” Varela, en condición de invicto, daba con la mayoría de aquellos jugadores. Gonzalo Beccar Varela, Pablo Devoto, Andrés Courreges, Guillermo Varone, Marcelo Larrubia, Fernando Morel, Santiago O’Connor, Martín Fijalkauskas, Eliseo Branca y Santiago Pigretti, entre otros, integraron el plantel bicampeón.
La celebración de las ocho décadas de vida del club y el nuevo título de la Unión Argentina de Rugby (aún no existía la Unión de Rugby de Buenos Aires) incluyó, además, un partido de fútbol entre los rugbiers e Independiente. El Independiente de Ricardo Enrique Bochini, Claudio Marangoni, Jorge Burruchaga y Enzo Trossero, que con algunos retoques, se impondría en el
Metropolitano del 83 y en el 84 conquistaría la Copa Libertadores (ante Gremio en Porto Alegre) y la
Intercontinental (frente al Liverpool, en Tokio).
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El Bocha Bochini jugó el encuentro preliminar y al final fue asediado por los socios del CASI |
“Este tipo de eventos eran comunes acá en el CASI”, le asegura Gonzalo Beccar Varela a La Nación, en el bar del club, cuyos ventanales permiten ver la alfombrada cancha de hockey. “Ahí jugamos… En la cancha de hockey, que hace cuarenta y un años era de pasto natural”, aclara Gonzalo, protagonista de la tarde-noche mágica del martes 12 de octubre. “Hubo dos partidos y después una gran comida en el salón Victoria Aguirre. ¡No sabés lo divertido que fue!”, agregan Carlos Corbacho y Ezequiel Igarzábal, quienes no jugaron frente a Independiente, pero que fueron testigos del tercer tiempo y acompañan en esta evocación a Gonzalo Beccar Varela… Un apellido muy ligado al fútbol.
Un añejo vínculo
El CASI nació con fútbol y aún hoy se mantiene muy vinculado a la pelota redonda. Sus orígenes pertenecen a lo mejor de la historia criolla de este deporte, dando los primeros pasos al mismo tiempo que iba extinguiéndose el famoso Alumni de los hermanos Brown. A partir de 1912, el conjunto de San Isidro, de camiseta celeste, comienza a acumular copas nacionales e internacionales, en memorables duelos con destacados clubes locales y uruguayos. Adrián Beccar Varela, abuelo de Gonzalo fue una persona influyente en el CASI y en la estructura del fútbol amateur de la época. Presidió la Asociación Amateur, allá por 1919, luego de producida una escisión, y con posterioridad a su muerte, en 1929, una de las dos entidades vigentes, que juntas terminarían por formar la actual AFA, organizó la Copa de Honor Doctor Adrián Beccar Varela, a modo de homenaje.
Al concluir los campeonatos superiores con la pelota ovalada, los integrantes de las divisiones superiores protagonizaban ásperos y competitivos torneos con la pelota redonda. Una tradición que conserva el club y que ha extendido a los chicos y a las chicas. Participaban figuras de otros clubes e incluso algunos futbolistas profesionales también recibían invitaciones. “Un año (1979) traje al Conejo Tarantini”, recuerda Beccar Varela. “Había vuelto de Inglaterra y estaba por incorporarse a Talleres”. Y añade: “Era común que hubiese fútbol acá. Me refiero a partidos de este tipo, como el de Independiente. En el CASI, alguna vez se entrenó la selección de Menotti… También jugamos un partido con Vélez… Me acuerdo que de 5, en ese Vélez, jugaba Alejandro Mancuso y estaba uno de los Zárate, el mayor (Sergio)… Y bueno, y también vino ese Independiente, que era un equipazo”.
Beccar Varela no oculta su simpatía por el Diablo y cuenta que el fútbol le gustaba más que el rugby. “Jugué en Tigre. En la quinta y en la cuarta. Yo tenía 17 años, estaba en el colegio y jugaba los sábados al fútbol y los domingos al rugby. No llegué a Primera por una serie de factores, el principal, porque al momento de tener que dar el paso y optar entre ambos deportes, me decidí por el rugby porque ahí tenía a mis amigos”.
Bochini y su ballet
Concluida la 17° fecha del Metropolitano, el equipo dirigido técnicamente por Nito Veiga marchaba primero en la tabla de posiciones. Boca y Estudiantes (finalmente campeón) compartían el segundo lugar, a dos unidades del Rojo. Era el Boca post Maradona (vendido al Barcelona), que conservaba a Gatti, Brindisi y Mouzo, y sumaba a Gareca. Y Estudiantes, con Carlos Bilardo en el banco, juntaba en el medio campo a Ponce, Trobbiani y Sabella. Independiente no tenía nada que envidiarles, al contrario, se le caían las figuras: Marangoni, Burruchaga, Trossero, Clausen, Goyén, Giusti, Gabriel Calderón, Villaverde, el Puma Morete, Olguín, el Colorado Killer, el Negro Ortiz y un joven Mandinga Percudani, componían aquel plantel tan efectivo como vistoso.
“El contacto lo hizo un tipo que tenía una verdulería acá cerca. Integraba una peña de Independiente”, dice Beccar Varela. “Y se organizaron dos partidos: uno a la tarde, entre la reserva de Independiente y la intermedia nuestra, que se jugó en la cancha 1 de rugby. Y el otro, a continuación, en la cancha de hockey, entre las dos primeras. Bochini jugó el preliminar así que no lo enfrenté”. Dos días antes del “desafío” Academia-Diablos, el conjunto de Avellaneda había derrotado como local a Vélez por 1 a 0. Y el Bocha, de 29 años, no formaba parte de la convocatoria. Una lesión sufrida el 11 de abril, en el tobillo derecho, lo sacó de las canchas. La victoria 1 a 0 sobre Unión San Vicente de Córdoba, por el torneo Nacional, le saldría muy cara, a él (recién volvería al equipo el 10 de noviembre, desde el banco de suplentes contra Boca) y al club, que no se clasificaría para los play-off del Nacional.
Algunas molestias en el talón, sumadas a la prolongada inactividad de seis meses, le ponían un signo de interrogación al futuro cercano de Bochini, que además debía renovar su contrato con la institución. Y andaba fastidioso el Bocha: no podía entrenar a la par de sus compañeros, estaba fuera de forma y, por supuesto, carecía de ritmo de juego. Al poco tiempo volvió y las dudas se borraron rápidamente. El hombre nacido en Zárate renovó con la entidad de Avellaneda y ganó todo en los años sucesivos: el campeonato local, la Libertadores, la Intercontinental y el Mundial 86. En octubre de 1982 necesitaba recuperarse, sumar minutos de fútbol y volver a hacer lo que más disfrutaba: calzarse la camiseta colorada y saltar al verde césped con la redonda. Por eso, este encuentro con el CASI le venía bien... Estaba apto para este tipo de compromisos, sin la necesidad de exigirse mucho. Y como su condición física y futbolística no era la adecuada, actuó en el primer partido y no en el de fondo.
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El recorte de La Nación de aquel encuentro entre Independiente y el CASI |
La Reserva de los Rojos goleó a la reserva blanquinegra: 6-0. Y una vez finalizado el encuentro, el Bocha declaró: “El hecho de que los contrarios no fueran profesionales, me favoreció. Pero para jugar en primera aún me falta, aunque hoy me sentí muy bien y el tobillo no me molestó para nada”. Fernández Schnoor, médico del plantel, observó que el 10 no presentaba un estado óptimo a raíz de que se desprendía muy rápidamente del balón. “Por eso descarto que el domingo, contra Talleres, en Córdoba (ganó la T por 3-1), esté en el banco de suplentes”. A pesar de no convertir ningún tanto, ese Bochini, a un 50 por ciento de sus posibilidades, según él mismo comentó, resultó vital para la goleada en San Isidro.
La camiseta blanca del líder del Metro la vistieron: el arquero Gustavo Moriconi; los defensores Juan José Tenaglia, Ariel Wiktor, Oscar Olivera y Jorge López; los mediocampistas Sergio Merlini, Guillermo Luli Ríos (reemplazado por Gerardo la Vieja Reynoso) y Ricardo Bochini; José Pepe Castro (de gran trayectoria en Vélez primero y en Argentinos Juniors después), Sandoval y Roberto Raúl Godoy. A la casaca celeste del local la defendieron: Marcos Travaglini; Daniel Sanés, Pietranera, Stemberg y Bidaud; Geber, Marcos Aracana y Blasi; Martín Aracana, Tomé y Berro García. Pepe Castro abrió la cuenta de penal, Merlini anotó el segundo, Castro estiró la diferencia, Stemberg, del CASI convirtió en el arco propio el cuarto, y Ríos cerró la cuenta del primer tiempo. En el segundo tiempo, la Vieja Reynoso completó la media docena.
“La tocábamos cuando ellos nos dejaban”
Vestido con la camiseta de Francia, y el gallito en el pecho, el campeón de rugby local, a las órdenes del director técnico Archando, afrontó el compromiso estelar con: José Beccar Varela; Carlos Varone, Alejandro Chiquito Travaglini, Andrés Perica Courreges y Andrés Nicholson; el Hueso Esandi, Santiago Pigretti y Gonzalo Beccar Varela; Marcelo Pipo Larrubia, Guillermo Cacho Varone y Joaquín Igarzábal. Mientras que el puntero del fútbol, guiado por Nito Veiga, lo hizo, de colorado, con: el uruguayo Carlos Goyén; Néstor Clausen, Pedro Damián Monzón, Enzo Trossero y el Colorado Mario Killer; el juvenil Carlos Carrizo, Claudio Marangoni y Jorge Burruchaga; Gabriel Calderón, José Mandinga Percudani (
autor del gol al Liverpool) y el también juvenil Jorge Clara.
El resultado volvió a ser muy abultado a favor de los profesionales: 8-0. Killer marcó el primero cerca de la media hora; un minuto después, Percudani señaló el segundo; y al filo del descanso, Carrizo metió el tercero. Tras el intervalo de 15 minutos, Carrizo, de movida, gritó el cuarto. Trossero, Calderón y Sandoval, que ingresó por Burruchaga, elevaron la cifra a siete. Y sobre los 30 minutos, Pigretti, en contra, le bajó el telón al show de goles. Gabriel Bavio, Queso Ferreiro y el Pájaro Marcelo López Imizcoz reemplazaron a Perica Courreges, Carlos y Guillermo Varone. En la visita, además del cambio de Sandoval, se registró el de Luli Ríos por Percudani.
Más allá de los goles convertidos, Gonzalo Beccar Varela destaca, como la principal diferencia, el control de la pelota. “Se notaba el oficio que tenían. Jugaban con los brazos, así (los abre y tira manotazos como frenando a quienes pudiesen aproximarse)… Y no te dejaban tocar la pelota, la cubrían muy bien. Entonces, no se las podíamos sacar. La verdad es que nosotros la tocábamos cuando ellos nos dejaban. Y tocaban y tocaban… De un lado al otro, de una punta a la otra… Iban y venían… Eran unos monstruos… Fue un lujo jugar contra ellos”.
Perica Courreges, retrasado por un compromiso, llegó al bar del CASI con una foto con los dos equipos juntos. “Mirá lo que te traje”, exclama. Y de inmediato comienza a hablar del partido. “Empezamos bárbaro… Al minuto, más o menos, Chiquito Travaglini metió un cabezazo en el travesaño… Pero después no llegamos más”, admite sonriendo. Acto seguido cambia el semblante y cuenta: “Uy... No sabés el pelotazo que me comí esa noche. Pum… Directo a la cara… Creo que fue Saggiorato… No, Saggiorato ya no estaba en Independiente. No me acuerdo bien quién fue, pero me dejaron la nariz sangrando”.
Luego del fútbol, llegó el tercer tiempo en el salón Victoria Aguirre. Una comida con extensa sobremesa, de la que participaron los dos planteles completos y algunas viejas glorias del rojo, como el Chivo Elbio Ricardo Pavoni, histórico capitán del Rey de Copas, a quien un jugador del CASI, en un momento de la noche, lo alababa por su actuación en determinado partido: “Lo que jugaste ese día”, le comentaba admirado. “Hiciste una jugada que me acuerdo perfecto…”, insistía. El Chivo escuchaba sorprendido y con ganas de interrumpirlo, porque no había jugado ese partido. “Che, yo no jugué ese día”. Pero el hombre no le llevaba el apunte y retrucaba: “Pero te digo que jugaste, si yo te ví”. Las risas se escuchaban desde Roque Sáenz Peña y se perdían por la barranca hacia el río.
Pasaron 41 años de aquella noche de fútbol y anécdotas en el tradicional club de rugby. Una página inolvidable. Parte de un pasado victorioso que Independiente y el CASI añoran.
Juan de Dios Vera Ocampo
Diario La Nación, 27 de diciembre de 2023