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Un relato que se convirtió en viral a través de Twitter, en el que un hincha, por amor y por salvarse de un pésimo momento con su suegro, fingió ser hincha de Independiente durante años.


Mi ex suegro me detesta. Me odia con rabia sincera. Prometió que de encontrarme en la calle me desfiguraría a trompadas. Sinceramente creo que me lo merezco. Lo que le hice a Hernán es de lo único que me arrepiento en la vida. Quiero pedir disculpas públicamente.

El papá de Victoria siempre tuvo fama de malo. Todos le teníamos terror. Un tipo de 1,90 y 100 kilos fácil. Cuando la pasaba a buscar por el colegio lo mirábamos mezclando reverencia y admiración. Generalmente vestía trajes caros que maridaba con unos Ray Ban al estilo Top Gun.

Solía estacionar la chata blanca en la puerta del colegio. Bajaba la ventanilla para observarnos con desdén. Se ponía los lentes en la punta de la nariz y acercaba la pera al cuello para asustarnos con la mirada. Era una clara advertencia y nosotros la entendíamos como tal.

Hernán vino del interior de la provincia y trajo consigo costumbres conservadoras que no se extirpan así nomás. Esto quedaba expuesto en lo absurdamente sobreprotector que era con su hija mayor. Victoria era su debilidad.

La estupidez la cometí en tercer año de la secundaria. Empecé a salir con Victoria. No sé si esa denominación cabe para dos nenes de 15 años, pero lo cierto es que nos gustabamos mucho. Era ese amor tierno e ingenuo de la adolescencia, donde todo está por descubrirse.

Decidimos mantenerlo todo en un secreto inmortal. Su padre jamás podía enterarse de lo nuestro. Mi pánico a Hernán aumentaba exponencialmente a medida que nuestra aventura avanzaba.

Un domingo de invierno se alinearon los planetas. Victoria tenía casa sola, cosa que nunca ocurría. Hernán jugaba al fútbol. La mamá y las hermanas se habían ido toda la tarde al club. Era nuestro momento. Todo estaba charlado.

Yo estaba nerviosísimo. Había visto innumerables videos en YouTube y recorrido cientos de webs didácticas. Creí que nada podía fallar. De camino a su casa pasé por la farmacia a comprar lo indicado por mi gurú de Internet.

Ella estaba casi tan nerviosa como yo. Charlamos mucho pero finalmente tomamos la decisión. Las respiraciones se exaltaron. Los corazones traqueteaban desesperados. Todo estaba encaminado. No había vuelta atrás.

En un intervalo de silencio un ruido extraño nos alertó. El ascensor detuvo su marcha en el octavo. Ella reconoce el ruido al instante. "Es mi papá" grita. A partir de ahí todo fue desesperación. Intenté ponerme los pantalones trastabillando entre medias resbaladizas.

"¿Cómo que tu papá?" le reproché mientras me ponía las zapatillas al revés. "Metete abajo de la cama" me aconsejó ella. La indicación me pareció absurda así que decidí hacer oídos sordos. Decidí enfrentar la situación con la actitud temeraria propia de la pubertad.

Me paré justo enfrente de la puerta. Quería jugar con el factor sorpresa. Quizás si lo agarraba desprevenido el shock era menor. No sé qué pensé. En el palier lo escuchaba hablar por teléfono. Renegó unos minutos en embocarle a la bocallave. Gracias a eso me pude peinar.

En mi psiquis adolescente se me ocurrió que, como el hombre era de pueblo, lo correcto era tratarlo de usted. "Buenas tardes, Hernan. Soy Tomás, el novio de Victoria. ¿cómo está?” Estiré la mano para estrecharlas. Clavó la mirada en mi. "Pendejo de mierda ¿qué haces vos acá?."

Mi cara se transformó. Levanté las cejas y abrí los ojos como platos. Vi mi muerte temprana. Quise pasar entre la moldura de la puerta y mi suegro, pero me cazó del brazo. "Te voy a matar pendejo de mierda" gritaba mientras me zamarreaba. "¿Quién carajo te crees que sos vos?"

Yo sólo articulé una oración en toda la maniobra: "Pará, Hernán, por favor". Las palabras eran siempre las mismas pero jugaba con el orden. “Hernán, por favor, pará” o “Hernán, pará por favor”.

Entre insultos cacofónicos y patadas en el culo me sentó en el sillón. “Quédate quieto ahí, pibe. Voy a llamar a tu papá.” A la única persona en el mundo que yo le tenía más miedo que a Hernán era a mi viejo. Pablo era bravísimo.

Ya me veía sin salir por un año. Imaginaba a mis amigos en el club y yo encerrado en mi casa mirando la nada por la ventana, como en Mi pobre angelito, pero cagado de calor. No podía permitir que eso sucediera. Tenía que actuar. Y actué.

Yo soy hincha de Central, es importante decirlo. En aquél momento mucho más fanático que ahora. Ir a la cancha era la efímera felicidad semanal, aunque generalmente volvía a las puteadas. Para mí el Canalla lo era todo.

En un instante de lucidez recordé que Victoria me había comentado que Hernán era hincha veneno de Independiente. Un enfermo total del Rojo. El tipo tenía una colección de más de 60 camisetas. Varias con ilustres autógrafos estampados.

Encontré el talón de Aquiles de mi suegro. Ataqué justo ahí, sin piedad. “Hernan, no llamés a mi viejo, por favor. Hoy me junto con los chicos a ver el Rojo. Es el Clásico de Avellaneda y si Pablo se entera de todo esto no me va a dejar ver el partido." Fingí llorar.

Su mirada feroz se transformó en una mucho más dócil. "¿Sos de Independiente?" me preguntó medio emocionado. "Obvio, del rey de copas." Me dio miedo saber lo bien que me salió mentir. "No lo puedo creer, acá en Rosario no hay nadie de Independiente. Que grande el pibe" cerró.

No sólo prometió no decirle nada a mi viejo sino que esa tarde se ofreció para que veamos el clásico en su casa. Yo solía querer que gane racing, pero aquel día grité los goles de Independiente con euforia. Esa tarde comenzó la gran mentira. Duró casi tres años.

Hernán me abrazaba en cada gol. Me preguntaba cómo lo veía a Tagliafico en la defensa central y que opinaba del pibe Meza. Yo simulaba estar de acuerdo en todos sus planteos tácticos. Ese día fue un baile bárbaro. "Ganamos" 3 a 0. Goles de Benítez, Méndez y Vera.

Pero no podía sencillamente confesar que le había mentido, así que decidí sostener el fraude hasta las últimas consecuencias. Ese día cambié mi estado de WhatsApp "Todo Rojo 🔴🔴" puse. Le pedí una camiseta vieja de Independiente a un amigo y posé en varias fotos. Se las envié.

Al mes siguiente me regaló una casaca de su colección. “Cuidala mucho, pibe. Es un tesoro.” No se la quise aceptar, pero él insistió.

Las ceremonias eran todos los domingos. Mirábamos al rojo y gritábamos los goles al unísono. Hernán me amaba, era el hijo que no supo tener.

Lamentablemente la situación me sobrepasó. Un día en el torneo de fútbol “7” que jugaba nos enfrentamos a un rival que vestía la camiseta de Independiente. Al finalizar el partido les pedí a los rivales que nos presten las casacas a mi y a mis amigos. Sacamos fotos.

Le comenté “Mirá Hernán, convencí a los pibes para que usemos esta camiseta”. Cuando llegó la respuesta me estremecí. “Te quiero, pibe” rezaba el mensaje. En ese momento me di cuenta de lo perverso de la situación. Estaba jugando con los sentimientos más profundos de un hombre.

Mis amigos me decían que termine con la farsa, que estaba yendo demasiado lejos. Yo no encontraba forma de dar marcha atrás. Hasta que llegó la gota que rebasó el vaso.

Hernán me mandó dos fotos de las entradas para ver los cuartos de final de la Copa Sudamericana. “Pibe, quiero que me acompañes. Es nuestra Copa”. Ese texto me hizo sentir sucio. Un verdadero traidor. Me puse en su piel y me odié. Prometí que después del partido confesaría.

Esa noche de Copa Sudamericana fue rumba pura. 4 a 1 y baile a Nacional de Uruguay*. Hernán estaba exultante. Cantaba desesperado. Revoleaba la camiseta. Yo intentaba disimular el desconocimiento de las canciones. Sólo puteaba a los de blanco. "Uruguayo, la concha de tu madre".

Y así llega el final de esta triste historia. Cuando le dije a Hernán toda la verdad -por teléfono, obviamente- juró matarme. Nunca más pude ver a Victoria, pero eso es anecdótico. Le envolví la camiseta que me regaló y se la dejé en la puerta de su casa. No hubo respuesta.

Sé que estuve mal. A veces me pesa la culpa por ese pobre hombre que vivió en un engaño varios años. Aún sigue siendo el único hincha de Independiente que conozco en la ciudad. Igual, tengo algo que confesar: cuando estoy solo grito los goles del Rojo.

Tomás Hodgers
Twitter: @tomashdg

* Nota de La Caldera del Diablo: Los cuartos de final de la Sudamericana 2017 fueron contra Nacional de Paraguay.

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