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Extractos de una extensa entrevista al Gringo, publicada en El Gráfico hace un par de años, donde habla de sus años en el Rojo que lo llevaron a ganar campeonatos, Copa Libertadores e Intercontinental. Además, habla del título Mundial del 86 con la Argentina.


- Se puede decir que cuando volviste como campeón del mundo 86, te fue a recibir el pueblo entero (Albarellos)…
- Claro, y además se juntaron con los de Coronel Bogado para sumar (risas). Me esperaron en el acceso al pueblo, no lo podía creer. Una de las imágenes que más recuerdo de ese recibimiento es de cuando íbamos en el colectivo hacia la Casa de Gobierno, no podíamos pasar por ningún lugar, y de golpe vi a dos viejitos en un balcón saludando con una banderita. Es una imagen que aún hoy tengo grabada: ¡lo que genera el fútbol es único! La gente me identifica con Independiente y con la Selección.

- Decime algo de Pastoriza…
- Un crack como tipo. Era un compañero más, con mucha personalidad, te hablaba desde un lugar de hermano mayor. No se destacaba por el trabajo táctico, pero armonizaba tanto el grupo, que era fabuloso. Y muy solidario: mucha gente que no tenía un peso iba a pedirle cosas a la pizzería, y él les daba a todos.

- ¿En ese medio del Rojo con Marangoni, Burruchaga y Bochini tenías que correr por todos?
- Burru ayudaba eh… Una vez declaré que, para mí, el jugador más importante que teníamos era Burruchaga. Bochini era un crack por su inteligencia, pero Burru te ayudaba en el medio, gambeteaba, tocaba bien, tenía velocidad y hacía goles. Completo. ¡Imaginate cómo saltaron todos en Avellaneda!


- ¿Gozaste mucho el 22 de diciembre de 1983: 2-0 a racing, ustedes campeones y racing a la B?
- De esa tarde siempre les cuento lo mismo a mis amigos: me mandé un gran pique por derecha, Bochini metió el pase justo, la crucé al segundo palo y convertí el 1-0. Toda la gente se puso a gritar “Bo-Bo-chi-ni”. Ahí te das cuenta del amor por una persona. Ese día fuimos más a festejar el campeonato que a ganarle a racing, todavía hay gente del Rojo que me cruza y me dice: “Vos participaste de lo más glorioso del club”, pero no lo tomamos así. Hoy se festejaría más mandar al descenso al rival que celebrar el título propio. Las cosas cambiaron mucho.

- ¿El mejor partido de Independiente?
- La final de la Libertadores contra Gremio en Porto Alegre: ganamos 1-0, pero fue baile.

- ¿Hubo mucha tensión en la final con el Liverpool por Malvinas?
- En la previa, sí, era inevitable. Para todo argentino, Malvinas significa mucho. Y esa final fue en 1984. En la caminata en el túnel, se te cruzaban mil cosas. Como nos pasó en el Mundial dos años después. Ahora, una vez que empezás el partido, te olvidás: querés ganar, como siempre, dentro del reglamento.

- ¿Te hicieron antidoping el día que le metiste tres goles a Instituto
 - Ja, ja, fui a Córdoba con una calentura tremenda, porque Solari me había puesto de suplente. Se lo comenté al ayudante y él, lógicamente, se lo dijo al Indio. “Acá son todos suplentes, yo decido quién juega o no, se lo digo para que no haya quilombo”, me habló. Aprendí mucho de Solari. Bueno, la cuestión es que fui al banco, entré por Insúa y metí tres goles. Miraba la tabla de goleadores y no lo podía creer.

- ¿El hincha disfrutó el campeonato 88/89 con Solari?
- No era el estilo histórico. Funcionó de una manera distinta a lo que venía acostumbrada la gente de Independiente, por lo que no lo disfrutó de la manera en que solía hacerlo. El equipo ganaba, era sólido, con una contundencia increíble. ¿Aplaudía a rabiar la gente? No. Es un tema espinoso. Con la Selección fuimos subcampeones del mundo en el 90 con un fútbol regular, y la gente abarrotó las calles. No sé si no había más gente todavía que en el 86, ¡eh! Al fútbol es lindo jugarlo bien, yo aplaudí a rabiar cuando Newell’s salió campeón con Martino, con la pelota al ras del piso y triangulaciones. Eso es maravilloso, porque aunás todo, pero yo quiero ganar, y me peleo todavía cuando juego con mis amigos.

- ¿A Bilardo lo entendiste desde el primer día? 
- No. De entrada no le entendía un carajo y no me sentía cómodo con lo que me pedía. Me costó mucho, mucho. Venía de una escuela desordenada, la de Independiente, donde lo único que había que hacer era ir al frente, y de golpe, Bilardo me tenía 4 horas frente a la tele para ver distintas funciones. Y al otro día volvía a los asados de Pastoriza. Y no lo digo irónicamente, porque los asados servían mucho. Tenía un bolonqui terrible en la cabeza (risas).

- En México 86 jugaste todos los minutos de todos los partidos, ¿nunca te ahogaste? Porque eras de los más grandes. 
- Fue muy importante llegar primeros al DF. Y también la prueba de adaptación en Tilcara. Nunca había visto a Bochini así físicamente, estaba impecable. 



- ¿Cómo viviste la previa del partido con Inglaterra?
- El tema Malvinas era muy especial y nos jugaba en la cabeza, aunque todos dijéramos que no, que nada que ver, que era un partido de fútbol. Hubieras tenido un familiar en la guerra o no, todos los sentimos. No había ninguna posibilidad de no pensar en Malvinas en esos días previos.

- ¿Viste la mano en el primer gol? 
- No vi la mano ni la cabeza, pero sí me pareció dudoso el salto de Diego. Lo primero que hice fue mirar al linesman.

- ¿Qué fuiste sintiendo en el segundo gol? ¿Dónde estabas?
- En el medio de la cancha, ¿dónde iba a estar? Yo le pasé la pelota a Enrique, antes de que el Negro se la diera a Diego. Cada vez que la agarraba Diego, yo pensaba que algo distinto podía pasar. Igual, nunca imaginé un gol así. A medida que dejaba ingleses por el camino, cada vez me sorprendía más, y entrando al área, cuando no la pasó al medio, me dije “la puta madre, no se la dio”, me enojé un poquito (risas)...

- ¿Qué pasó cuando entró Barnes y te desbordaba como quería? 
- Encima era mío, porque en el medio sobraba gente, y me lo encajaron a mí. Entró fresco, con una potencia bárbara, me desbordó dos veces, no lo podía parar. Bilardo me mandó de lateral derecho porque con él yo había jugado de todo. Una vez, en un amistoso que le ganamos a Alemania allá, me puso de lateral izquierdo y terminé haciendo la diagonal y tirando un centro desde la derecha para un gol nuestro. Te imaginás que esa escena Bilardo la pasó 700.000 veces, era el alumno más aplicado del curso (risas).


- ¿Qué sentiste cuando empató Alemania en la final?
- En un primer instante pensé que la perdíamos, pero pasaron unos segundos y lo escuché a Diego, que eso es lo que tenía Diego, viste, diciendo “¡Vamos muchachos, que lo ganamos!”. Y así un par de veces, y se sumaron Burru y Valdano con lo mismo, “vamos que podemos”, y enseguida sentí que lo ganábamos. El tema es que durante la final, la veía tan fácil dentro de la cancha, con el 2-0 creí que goleábamos, sentía que estaba todo bajo control, por eso jamás se me cruzó que nos irían a empatar…

- ¿Bilardo te puso en la habitación con Bochini para que no armara lío? 
- ¿Quilombo con el Bocha? No, imposible. El Bocha era medio medio para los horarios, tenía sus mañas, y como yo era de los alumnos más aplicados, viste, y ahí no existía llegar 5 minutos tarde, debe haber sido por eso.

- ¿Bilardo no quería que entrenaran durante el Mundial?
- Es cierto, solo quería que descansáramos, que no hiciéramos nada para estar frescos en los partidos. Diego por ahí pedía hacer un tenis-balón y, después de tanta insistencia, Bilardo accedía. Algunos que no jugaban, como el Negro Clausen, no se la bancaban y salían a correr a la noche, porque necesitaban hacer algo.

- ¿Cómo fue la del caramelo?
- Por la altura y el smog, se te secaba la garganta, entonces el doctor Madero nos decía que tuviéramos encima un caramelo ácido para chupar. El primer partido no lo necesitaba, lo tenía en la mano, entonces hice un pocito con los botines en la línea de mediacancha y lo dejé ahí…

- Y como ganaron, pasó a ser cábala… 
- Y… sí. Cuando empieza el partido, te olvidás de todo, pero al día siguiente te acordás y ya pensás en repetirlo, así que dejé las canchas llenas de caramelos (risas), lo usé en los 7 partidos, le ponía un poquito de pasto encima y listo. En ese grupo era fundamental el profe Echevarría, como Pastoriza con los asados, viste. En los entrenamientos te mataba, pero cuando había posibilidad de dar un paseo o compartir una pizza, el tipo estaba presente. Son esas cosas que a veces no les das importancia, pero resultan decisivas.


- Vos estás como Olarticoechea: 11 partidos en Mundiales y no perdiste ninguno, ¿no? 
- Exacto, me retiré invicto. En el 86 jugué los 7 partidos y en el 90 me perdí los primeros con Camerún y Unión Soviética, por una tendinitis que no había manera de curar, y la final, por la expulsión contra Italia.

- ¿Por qué te expulsaron contra Italia? El partido se paró varios minutos... 
- En el segundo tiempo entró Baggio, el pibe que surgía, lo miré a Bilardo y me hizo la seña de que lo siguiera. Me pegó en una y yo, calladito. A la siguiente fuimos los dos a buscar arriba, con vehemencia pero sin mala intención: él se cae y todo el banco de suplentes de Italia se levantó y gritó. El pibe era la figurita, se quedó en el suelo y después de un par de minutos, el línea levantó la bandera y le dijo al juez que yo le había pegado y me expulsó. Después pasaron unos minutos y caí en que no iba a jugar la final. Y ahí me puse mal. Ese contra Italia terminó siendo mi último partido en la Selección.

- ¿Por qué no volvimos a ganar un Mundial desde el 86?
- La respuesta es compleja. Como escribió Jorge Valdano alguna vez: para ganar un Mundial se tienen que alinear todos los planetas. Por mi experiencia, te digo que eso nos pasó en México. El que sabía que no tenía chances de jugar estaba alineado con el grupo, ayudaba, era incondicional. Después, seguramente habrá habido fallas técnicas en la cancha en estos años.

- ¿Te apretó la barra brava alguna vez? 
- Y… algunas veces venían a pedir explicaciones para saber si había problemas internos. Recuerdo una, que se acercaron al vestuario, y Villaverde les dijo: “Manga de vagos, vayan a laburar”. Parecía que la cosa se ponía difícil, pero quedó ahí (risas). Ahora la barra se mueve por otros intereses...



- ¿Intentaste ser DT en algún momento? 
- Nunca sentí ser entrenador. Aunque Bilardo siempre me decía que era un técnico adentro de la cancha, nunca sentí el hecho de pararme frente a 30 tipos para hablarles. Tampoco hubiera tenido la valentía de decirles a los jugadores que iban a quedar afuera.

- ¿Por qué elegiste ser representante? 
- Porque me invitó la Tota Rodríguez, con quien había jugado en Newell’s, a los pocos meses de haber dejado el fútbol, y me seguía obligando a ir a la cancha, a estar en contacto con jugadores y directivos, y eso me gustaba.

- ¿Cómo viviste el descenso del Rojo?
- Con mucha tristeza, si hasta el último instante estuve sufriendo y esperando la salvación. Mi hijo lloró mucho.

- ¿A la cancha de Independiente vas?
- En Rosario voy siempre a ver a Newell’s y Central y si estoy en Buenos Aires, a donde suelo venir una vez por semana, y hay partido, voy. Me encanta el fútbol.


- ¿Qué hacen Ornella y Franco, tus hijos? 
- Ornella vive en México y es hincha del equipo en el que juega su marido, Oscar Ustari. Me hizo abuelo por duplicado. Y Franco trabaja conmigo en Rosario, en la empresa, y tiene un hijo. Es de Independiente a morir.

- ¿Cómo te enteraste de que tu hija estaba de novia con Ustari? 
- Por mi hermano, que laburaba en una empresa de representación en Buenos Aires. El se encargaba de los juveniles. Y uno era Ustari. Mi hermano vivía enfrente de casa, acá en barrio River, un día lo invitó a comer y justo estaba mi hija. Yo me enteré con los hechos consumados (risas). Me lo dijo mi hermano. 



- ¿Cómo fue el accidente que le costó la vida a tu mujer? 
- Ocurrió en el 2000, viajábamos de Buenos Aires a mi pueblo y, a la altura de San Pedro, un tractor se metió un metro dentro de mi carril. No lo vi y me lo llevé puesto. Mi señora venía durmiendo en el asiento de al lado, sin cinturón, y mi hijo atrás, tirado en los asientos, también sin cinturón. Mi hija se había quedado en Buenos Aires con amigas.

- ¿Qué recordás de ese momento? 
- Nunca perdí el conocimiento. Recuerdo que el auto empezó a dar vueltas de costado y que caímos en el zanjón. Cuando paró el auto, moví las piernas, vi que estaba bien, aunque tenía el hombro acá abajo, totalmente sacado, pero miré al costado y atrás y no estaban ni mi mujer ni mi hijo y ahí me agarró la desesperación y empecé a gritar. Salí por la puerta, muy mareado y vi a Franco, que venía caminando. Gabriela estaba a unos 20 o 30 metros del lugar. Murió en el momento.

- ¿Cómo te recuperaste? 
- Se te viene el mundo abajo. Tenés que ser madre, padre, no entendés nada. Le pedí a mi suegra que viniera a vivir con nosotros y eso hizo durante unos meses. Y mucha ayuda de amigos y psicólogos, me llevó varios años salir de eso.

- Me imagino el sentimiento de culpa… 
- Sí, claro, superar eso fue lo que más me costó. Llegué a ir 3 veces por semana a la psicóloga. ¿Viste que algunos les cuesta ir al psicólogo, no les gusta? Bueno, yo no veía la hora de ir, para hablar y largar lo que llevaba adentro.

- Increíble que vos y tu amigo Burru hayan sufrido la misma tragedia, ¿no?
- Sí, realmente increíble. A Burru le pasó que manejaba su mujer, estaba ella sola, entonces no tenía esa culpa que sí sentía yo.

- ¿Te reprochás algo? 
- Hubo un tiempo en que me preguntaba todo el tiempo por qué no había prestado atención, cómo no había visto el tractor, cosas inevitables, pero después del trabajo con psicólogos, y de mucha charla con la familia y los amigos te vas curando. El tiempo hace el resto.

Por Diego Borinsky
El Gráfico, junio de 2016

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