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De Trossero a Cristian Díaz, nueve ex jugadores de los Rojos no lograron como técnicos darle títulos al club; Milito está complicado.


Seis meses después de haber sido presentado como técnico de Independiente ,Gabriel Milito camina sin escalas a la consolidación de una estadística negativa: en los últimos años, la mística, ese abstracto que en el fútbol presupone una magnitud inexplicable, no fue transferida por los entrenadores que, como jugadores, consiguieron al menos un título en el club de Avellaneda. El ADN ganador, el puño de hierro con el que el Rojo forjó su grandeza, es algo de lo que sólo habla el recuerdo. Milito no es la excepción.

No hay en el corto plazo alternativas que reparen el decepcionante semestre, en el que Independiente quedó eliminado de manera prematura de las copas Sudamericana y Argentina; tras las caídas ante San Lorenzo y en el clásico con racing, quedó a diez puntos de Estudiantes. Lo más importante, salvo una levantada feroz en el campeonato, ya quedó atrás.

Nada de eso tiene un componente extraño. Es, incluso, un capítulo más: desde el comienzo del siglo XXI hubo nueve procesos confirmados encabezados por entrenadores que, cuando jugaban, fueron campeones en Independiente. Ninguno de ellos, con estilos distintos, pudo torcer el rumbo.

En junio de 2001, en medio de una fuerte crisis económica y política, Independiente probó con Enzo Trossero, que ya había estado en ese puesto y venía de dirigir a la selección de Suiza. Pero no pudo ni adentro ni afuera y se fue luego de 24 partidos, con nueve triunfos, seis empates y nueve derrotas, entre torneo local y Copa Mercosur.

Un breve interinato de Bochini-Clausen no pudo apagar el fuego. Bochini se apartó y Clausen , que luego sería multicampeón en el fútbol de Bolivia, tomó las riendas. El equipo mantuvo su caída libre: de once partidos solo ganó tres. La situación era desesperante. Sólo el dinero traería aire fresco: con un plantel inyectado de refuerzos, el Tolo Gallego , formado en Newell's y con historia en River, se convertiría en el entrenador y conquistaría el Apertura 2002, el último torneo local de Independiente.

A fines de 2003, José Omar Pastoriza , experto en títulos, volvió al club. Pero Independiente no funcionó, más allá de algunos partidos puntuales. Dirigió 26 partidos, con siete victorias, diez igualdades y nueve caídas. El rosarino murió en funciones, el 2 de agosto de 2004, por un síncope cardíaco.

El lugar de Pastoriza lo ocupó Daniel Bertoni, quien perdería su puesto en poco más de tres meses, producto de los malos resultados. Siete caídas en 16 juegos interrumpieron su trabajo, incluso criticado por Bochini, su viejo amigo. Por un tiempo, el afecto mutuo se vio resquebrajado, al borde de la ruptura. El tiempo volvería a juntarlos.

Jorge Burruchaga , criado en Arsenal pero recordado por sus títulos en Independiente, fue contratado como DT a mediados de 2006. Los hinchas vieron con entusiasmo la conducción del campeón del mundo. En el Apertura de ese año, con actuaciones de alto vuelo, el Rojo terminaría en el cuarto lugar, detrás del campeón Estudiantes, Boca y River. Sin embargo, en el torneo siguiente, el Clausura 2007, comenzaría el derrumbe. El primer triunfo de aquel certamen recién llegaría en la quinta fecha: en ese momento ya se hablaba de la continuidad de Burruchaga. En la décima, tras caer 2 a 0 con Godoy Cruz, se terminaría su ciclo.

Miguel Ángel Santoro se ganó un apodo en su etapa como entrenador. Sus cuatro interinatos, con resultados más que correctos, provocaron que lo empezaran a llamar El Bombero, algo que el propio Pepé tomó con simpatía. En octubre de 2008, Julio Comparada le ofreció el cargo al ex arquero, quien aceptó sin dudarlo. Pero el juego no apareció y los resultados no fueron los esperados. En 17 partidos al frente de Independiente, cayó en nueve oportunidades y sólo ganó en tres. Se fue en marzo de 2009.

Al año siguiente, César Luis Menotti, en su función de mánager, dio dos consejos determinantes: sugirió que no le renovaran el contrato a Gallego -que había llegado luego de la salida de Santoro- y que trajeran a Daniel Garnero , quien ya había tenido un paso por Arsenal. Los dirigentes escucharon al técnico campeón del Mundial 1978 y aceptaron las recomendaciones.

Pero Menotti, esa vez, no acertó. A Garnero le fue mal. De nueve partidos, Independiente ganó sólo uno -a Argentinos, por Copa Sudamericana-, empató cuatro y perdió otros cuatro. Banfield lo goleó 4 a 0 y su proyecto, de esa manera, quedó detonado. Era momento de Antonio Mohamed, ídolo de Huracán, quien conseguiría la Sudamericana a fines de 2010.

Después de Mohamed y de Ramón Díaz, Cristian Díaz, que estaba en la Reserva, hizo todo lo posible para llegar a la Primera. Lo consiguió en marzo de 2012. Estuvo en sintonía con el momento: hubo un buen arranque, pero el juego fue tan precario que, con las semanas, quedó expuesto por los malos resultados. Se fue muy reprobado por los hinchas.

El último 20 de mayo, en la sede de Avellaneda, Milito firmó con Independiente. Esa tarde, sentado a la izquierda de Hugo Moyano, ni siquiera se imaginó que seis meses más tarde, tras la caída con racing, sus malos resultados fortalecerían la negativa estadística.

Estrellas desde afuera
Gallego, en 2002.
Con el club en medio de una fuerte crisis, Independiente contrató a Américo Gallego y robusteció su plantel de un día para otro, con erogaciones que con el tiempo tendrían un efecto rebote. El torneo Apertura, tras una lucha muy pareja con Boca, quedaría en Avellaneda. Andrés Silvera se consagraría también como el artillero del certamen.

Mohamed, en 2010
Con la salida de Daniel Garnero, Independiente contrató a Antonio Mohamed. Lo que no imaginaban en el club es que había un título que estaba muy cerca. El Turco, que jugó en el Rojo pero que no fue campeón como futbolista, llegó de manera repentina. En diciembre de ese año, para sorpresa de muchos, postergaba a Goiás, de Brasil, y de esa manera ganaba la Copa Sudamericana. Fue el feliz prólogo de los años más tristes de la historia deportiva de una institución que terminaría en la B Nacional.

Jonathan Wiktor
Diario La Nación, jueves 1 de diciembre de 2016

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