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La versión 2019 de Independiente dista años luz del modelo que supo conquistar a los hinchas. El proyecto no se ve, y el equipo no aparece, languideciendo en la cancha bajo un signo de autodestrucción.



Si bien el segundo semestre de 2018 no fue bueno para Independiente, las cosas se iban llevando con cierta dignidad y siempre estaba la llamita encendida de haber logrado otra Copa y poder volver a ilusionarse con recuperar el brillo de 2017.

El equipo no arrasaba en la Superliga, pero se mantenía expectante. Tenía al goleador del campeonato que a veces alternaba desde el banco pero aseguraba los gritos y soñaba con pelear, en el nuevo año, el ingreso a la Libertadores y quizás hasta prenderse en la lucha por el título en el sprint final.

Sin embargo, se fueron valores claves del equipo como Maximiliano Meza, en una venta previsible, y Emanuel Gigliotti, sin que haya todavía mayores explicaciones sobre por qué partió en medio del campeonato por una cifra irrisoria. Vinieron refuerzos de peso, algunos estaban desde principios de 2018 y aún no muestran la tan esperada "adaptación" al medio local, al estilo de juego o a la camiseta.

La dura derrota en el Clásico de Avellaneda, sumada a la caída en el Monumental, son mojones de un equipo que parece desmembrarse ante la menor adversidad, que pareciera autodestruirse. Hoy, afuera de la Libertadores 2020 por la Superliga, también pena por ingresar a la Sudamericana.

Bronca, amargura, impotencia, frustración. Se chocó la calesita. Dejó de haber equipo y proyecto, de pronto juega cualquiera, los cambios no se entienden y en la primera debilidad aparece la debacle. Borrados de la cancha, sin alma y sin espíritu este Independiente se transformó en un equipo gris, como la camiseta horrible que volvió a utilizar en el Monumental.

Emiliano Penelas

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