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Se fue a China para buscar una mejora económica, pero entendió que aquello no lo completaba como persona y por eso forzó su regreso al país; campeón de la Copa Sudamericana con Independiente, el delantero que nació en la Paternal recuerda su paso por Boca y cuenta cómo la distancia y la soledad le permitieron comprender mejor su realidad como futbolista.

En una fría mañana de diciembre de 2014, Marcelo Bielsa vibra entre un grupo de jugadores en plena práctica de Olympique de Marsella. Le está argumentando a Benjamin Mendy, el joven y promisorio lateral del equipo, las razones por las que, piensa el Loco, el futbolista será una estrella. Le pide que escuche a los más grandes. Le explica que lo suyo no es demagogia. Y le dispara la enseñanza final: “Hay una sola respuesta que todo lo que yo diga lo tira por el suelo. Porque ser el mejor te quita felicidad, horas con tu mujer, con tus amigos, te quita fiestas y diversión. Ustedes tienen un problema muy grande. Muy, muy grande. Tienen dinero pero no tienen tiempo para disfrutar del dinero que tienen. Lo que el dinero te da en términos de felicidad. Eso yo ya lo sé porque lo he visto infinidad de veces. Ustedes quisieran comprar el tiempo. Pagarían por poder hacer eso, como lo pagaría cualquier persona. Entonces, el éxito te quita la posibilidad de ser feliz”.

Emmanuel Gigliotti jamás jugó en Francia ni estuvo a las órdenes de Marcelo Bielsa, pero sabe de éxito y de tiempo. De éxito, por el que no tuvo en azul y oro en aquella noche del penal frente a River y, también, por el que acumuló en la reciente vuelta con sabor a revancha en Independiente. De tiempo, en tanto, aprendió en China, en el intermedio entre el destierro y la gloria, cuando se dio cuenta de que todo el dinero que estaba juntando, como bien lo explicara el Loco, no le alcanzaba para comprar una tarde de mates con su papá. O para revivir con amigos, en La Paternal, aquellos días de fútbol en el colegio Francisco Beiró o en el club Villa Saores.

Gigliotti pasó de ser el nueve titular del Boca de Carlos Bianchi a vivir en Chongqing, una ciudad emergente del centro de China, donde no podía comunicarse con nadie ni tenía amigos. De golpe, comenzó a intelectualizar todo, porque, ante la falta de diálogo, sólo podía pensar. Al mismo tiempo, lo único que escuchaba eran las órdenes de su técnico coreano en el Lifan. Un coro de traductores iban comunicando, primero del coreano al chino, luego al inglés, después al portugués y por último al español. Hizo todo por adaptarse. Llegó a comer tortuga. Aguantó dos años. Hasta dejó de sentirse jugador de fútbol. Pero, finalmente, las preguntas que flotaban en su cabeza pudieron más. Las horas de filosofía oriental lo trajeron a Independiente, costara lo que costara. Doce meses más tarde y luego de romperla en la final de la Copa Sudamericana ante Flamengo, varias de esas dudas se responden a continuación.

–¿Qué es el éxito?

–Es difícil la pregunta. En base a lo que fui viviendo, el éxito es ir superando pruebas, no solamente alcanzar un objetivo final. El éxito es el camino. Es ir superándose en el día a día. No tengo una frase armada. Me ha tocado pasar por momentos buenos y por los no tan buenos, pero siempre insistí. Ese fue mi éxito. Creo que por ese lado viene la mano.

–¿Cómo se ve al éxito en el mundo del fútbol?

–En el fútbol sólo ven el éxito de una persona en el objetivo final, en conseguir la meta, en ser campeón, en ganar una final o en ser goleador. Y hay muchos éxitos que va teniendo una persona. No es solo salir campeón. Es mejorar. Es pelear contra uno mismo todo el tiempo. Pero en el fútbol, si un tipo sale campeón es exitoso y, si lo es más veces, es más exitoso. Eso es lo que piensa el fútbol y, después, está lo que piensa la gente, que muchas veces está influenciada.

–¿Qué te pasó con eso a vos en un trayecto en el que llegaste a ser el 9 de Boca, te tuviste que ir a China por haber fallado un penal y retornaste con éxito a Independiente?
–Por ahí, con el diario del lunes, me arrepiento de haberme ido afuera, porque dejé lo deportivo y me fui por otra razón, buscando lo económico. Y, cuando me tocó volver, hice mucho esfuerzo. Era difícil regresar, era complicada la salida y todavía tenía un año y medio de contrato. Pero estaba convencido de salir de ahí. Después, durante el año, más allá de lo de la Copa Sudamericana, mi éxito fue demostrarme a mí que estaba bien y que no estaba fuera del fútbol por haber estado en un fútbol semiprofesional. Y el otro éxito fue haber formado un grupo dentro del club como no muchas veces me ha tocado tener. Eso es éxito también.

–En un mal momento, ¿te podés llegar a creer todo lo que se dice de vos?

–Eso te puede pasar a los 20 o 22 años, que uno absorbe mucho más. Cuando sos más grande, vas creciendo y evolucionando y hay cosas que te resbalan y las tomás con humor. Uno lee, escucha y muchas veces toma cosas para mejorar, porque cualquier persona puede venir y enseñarte algo. Puede venir uno que maneja un taxi o uno que tiene una verdulería o mi viejo que tiene una pizzería y enseñarme algo.

–A vos te han pegado fuerte en redes sociales en alguna época y pensaba en el caso de Pipa Higuaín [Gonzalo], que es el centro de memes y tuits. ¿Qué pensás de eso?
–Que somos una sociedad rara, porque muchas veces estamos pensando mucho más en celebrar el fracaso del otro, que el éxito. Creo que en la primera convocatoria Sampaoli [Jorge] no había convocado al Kun Agüero [Sergio] y los periodistas son malos en ese sentido, porque me acuerdo que en un canal decía: “Dejó afuera al Kun”. Ni noticias de los 23 jugadores o del primer partido del ciclo. Estoy casi convencido de que la gente termina comprando esas cosas, porque están todo el día ahí adelante de ellos. Es contradictorio, porque somos Argentina y tenemos uno de los mejores nueve del mundo y queremos que le vaya mal. A veces vas por la calle y ves un letrero que dice, en vez de “si hoy gana Argentina, te invitamos la comida”, “si hoy hace un gol el Pipa, te invitamos la comida”, a modo de chascarrillo. Y es uno de los mejores número nueve de la actualidad a nivel mundial. Somos medio malditos todos.

–¿Se te puede meter la crítica o la burla en la cabeza y afectarte dentro de la cancha?

–Es que la gente cree que al jugador le da lo mismo. Uno escucha: “Ya está salvado”. O dicen: “No le interesa, está cómodo afuera”. Y yo no creo que haya 25 o 30 tipos con más ganas de salir campeón del mundo que los que tiene la selección hoy. Messi tendrá la plata que tendrá, porque se la ha ganado por ser el mejor del mundo hace 10 años, y tendrá los títulos que tendrá, pero te aseguro, y estoy convencido de lo que digo, que daría todo lo que tiene por salir campeón del mundo.

–¿Se es demasiado crudo?

–Estamos acostumbrados a eso. Creemos que es lo normal. Y en realidad tenemos la visión distorsionada de un montón de cosas. Hoy remarcamos que un tipo es una buena persona y en realidad deberíamos decir lo contrario, remarcar al que no lo es, porque ser buen tipo debería ser normal. O destacamos que, ponele, Sánchez Miño es muy profesional y entrena bárbaro. Pero eso debería ser lo normal. Todo está distorsionado.

–¿Irte te permitió darte cuenta de algunas de esas cosas?

–Yo estaba en un lugar en el que no podía hablar una palabra de ese idioma, pero veía que la gente no estaba pendiente todo el día de si te vestís bien o te vestís mal. No estaba la gente haciendo maldades. O rayando un auto por la calle. O insultando a una persona.

–Hablaste de cómo miramos al otro y de la superficialidad. ¿Cómo te llevás con eso?

–Son las cosas que resaltan hoy: el auto, la ropa. Lo superficial. De ahí, caratulamos a una persona si es buena o mala en base a cómo se viste o qué demuestra.

–Es un tema muy del mundo de los jugadores de fútbol ese...

–Sí, yo estoy afuera de eso, soy atípico. No comparto la ostentación. No me gusta. Más allá de que uno pueda o no pueda subirse a eso. Estoy en un ambiente en el que el jugador de fútbol tiene que demostrar, parece. Son gustos. Sí, estamos todo el tiempo criticando qué mal te vestís o qué hacés con ese auto. Después está en cada uno. A mí me critican si me puedo vestir mejor o peor y no me interesa. Pero sí que en nuestro ambiente existe. Que nos marcan eso todo el tiempo. ¡Cómo si una persona te fuera a querer más o menos por estar mejor vestido o por tener un auto más lindo! Si nosotros queremos que alguien nos quiera por lo externo, tenemos un concepto errado.

–¿Y en las redes sociales no se replica eso?

–Sí. En Instagram están todos en una playa o viajando por todos lados. Es lo que vende.

–¿Cómo te llevás con la plata?

–Yo sigo siendo el mismo. Cuando me junto con mis amigos lo que remarcan siempre es que el último que pensarían que es jugador de fútbol soy yo y eso me hace sentir bien. No me gusta llamar la atención. Me he ido de vacaciones a hostels o he estado afuera y siempre viajé en colectivo. Me gusta la vida normal. No me gusta demostrar nada y menos delante de mis amigos. Cuando ellos dicen eso, que de todos los de la mesa yo sería el último que pensarían que es jugador de fútbol, a mí me pone contento, te digo la verdad.

–¿Los amigos del campeón existen?

–Uno lo tiene que manejar, pero es fácil darse cuenta quién es amigo del campeón. Los vas detectando. Se acercan porque son botineros o cholulos. Pero es normal.

–¿Qué te gusta hacer fuera de la cancha?

–Me gusta leer. Y quiero aprender a tocar la guitarra. La compré hace tres o cuatro meses y la tengo ahí todavía. El Galgo Gutiérrez toca y me picó el bichito, pero todavía no me pude sentar a aprender.

–¿Qué te gusta leer?

–El diario. Novelas. Me gusta estar constantemente aprendiendo. Si no hago otras cosas, paso todo el día adentro del teléfono. Y ese es uno de los grandes problemas que tenemos en la sociedad. Hoy compartimos menos tiempo con amigos por hablar por whatsapp. Si hay algo que me molesta es estar pendiente del teléfono cuando estoy con mis amigos. Entonces, me obligo a dejarlo. El teléfono, lejos. Porque le estoy sacando tiempo a ellos si no lo hago. Imaginate que yo viví dos años en un país en el que no podía hablar con nadie. En la provincia en la que vivía no hablaban ni español ni inglés. Entonces, no tenía comunicación con el mundo en todo el día y mi conexión era el teléfono. Vivía con eso. Por eso es que aprendí a darme tiempo sin él. Y a darle el tiempo y la atención a la persona con la que estoy.


–¿Cómo es vivir en un país en el que no podés hablar con nadie?
–Se hace imposible. Te comés la cabeza. Porque al principio, tal vez, llevaba el traductor a comer o a cualquier lado. Después, que sea lo que sea. Ya no lo llevaba. Por ejemplo, comprando cosas, no podía preguntar ni cuánto es y no sabía si pagar de más, de menos o qué. O en los taxis. Muchos de los taxistas en China no tuvieron acceso a la educación. Entonces, me subía y les mostraba la dirección en el celular y no sabían leerla los tipos. Y me bajaba. Y me subía a otro y lo mismo. Y a otro. Era bravo. Extrañás a tu gente. Yo extrañaba, porque estaba en un fútbol poco profesional. Y cada día sabía que uno no es jugador de fútbol hasta los 80 años. Tenemos 10 o 15 años como profesionales para disfrutar, siempre que no tengas grandes problemas ni lesiones. Yo en China no compartía nada con mis compañeros.

–Y el tiempo se te va pasando...
–Claro. Yo tenía que hacer una diferencia económica lógica en mi vida, pero me fui dando cuenta que el tiempo con mis viejos no lo recuperaba más. Y obviamente que uno no puede estar pensando todo el tiempo allá si a un familiar o a un amigo le va a pasar algo y uno no está. El fútbol te da plata y muchas cosas, pero el tiempo no lo podés comprar. Mi viejo había tenido un problema cardíaco el último año y uno nunca sabe qué puede pasar. Y ahí me empecé a preguntar. El tiempo que puedo tener con él, el tomar unos mates, eso no lo puedo comprar. Eso no lo recuperás nunca más. ¿Para qué querés más plata si no tenés a los tuyos?

–Entonces, ¿cuánto valen esos mates?
–Impagables.

–Alguna vez, Guillermo Coria nos dijo que perder Roland Garros lo hizo mejor persona. ¿La historia del penal y el lugar al que te fuiste te enseñó a disfrutar?
–Aprendés a disfrutar otras cosas, pero yo nunca me creí nada de todo eso. Arriba y abajo. Hay valores que tiene una persona que son innegociables. Yo nunca cambié. Siempre me esforcé por ser el mismo que era cuando empecé de chico.

–¿Te arrepentís de algo en tu carrera?
–Uno a cierta edad empieza a darse cuenta que tiene que cuidarse. A los 20 años uno va sobrado y siente que le alcanza. Con 20 años hacés dietas distintas a las de ahora, porque ahora te cuesta recuperarte. Todavía tengo 30. A los 35 va a ser peor.

–¿Del penal con River no te arrepentís?
–Le veo lo positivo. Quizás, si hubiese pasado otra cosa, yo no me hubiese ido nunca [de Boca] y yo hoy, sinceramente, tengo uno de los momentos más lindo de mi vida en mi carrera. Casi seguro que si no me hubiera tocado irme a China no estaría en Independiente. Y, te digo, más allá del campeonato que conseguimos, yo acabo de vivir uno de los años más felices de mi carrera. Eso no lo cambio por nada.

Sebastián Varela del Río
Diario Página 12, sábado 27 de enero de 2018

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