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El escritor e historiador de fútbol Miguel Ángel Giordano nos ha mandado este artículo. Seguramente su lectura despertará críticas y adhesiones tan enfervorizadas como las esgrimidas por su autor.

La mayoría de los nativos de estas tierras confunden todo.

Se confunden cuando votan o persisten en mantener una verticalidad aunque estén equivocados.

Confunden patriotismo con delación, seriedad con torpeza, inteligencia con mediocridad.

Se confunden cuando priorizan si Tito sigue en el programa de Tinelli y se despreocupan ante el hambre y la falta de trabajo de miles de compatriotas.

Se confunden cuando hablan de tener códigos y se pasan la vida transgrediendo las leyes y la Constitución Nacional. Como si tener códigos garantizara ser mejores o tener una mayor calidad humana.

Se pasan la vida diciendo que a los políticos corruptos y ladrones habría que meterlos presos o matarlos a todos, pero cuando son partícipes de una gran revolución social como lo fue el 19 y 20 de diciembre de 2001, solo golpean una cacerola o tocan bocina, más allá de los pocos héroes anónimos que perdieron la vida o fueron molidos a palos.

Muchos están de acuerdo en que, si en esos días de caos institucional provocado por nefastos y corruptos ladrones, hubieran sido colgados media docena de políticos ladrones, éste sería otro país, un país en serio.

Pero claro, los políticos al ver que a pesar de esos dos días, en que por primera vez en la historia el pueblo se hizo escuchar y pareció que iba al frente para cambiar las cosas de una vez por todas, no murió ninguno de ellos colgado de la pirámide de Mayo, llegaron a la conclusión que nunca, jamás, morirían de esa forma, por lo que se agigantaron en sus apetencias y se afianzaron en sus cargos.

Los políticos no habrán dudado en pensar que a este pueblo se le puede hacer cualquier cosa, en definitiva, jamás nos va a pasar nada. Sigamos adelante.

Y esa verdadera oportunidad que tuvimos para cambiar la historia, la malgastamos como malgastamos todo en este bendito país.

Seguimos siendo el país de los “ponchazos”. Todo lo hacemos a los “ponchazos”.

Y así nos fue. Y así nos va.

No somos serios. No somos creíbles. Nos pasamos la vida creyéndonos todo.

Nos creemos ser los mejores y somos incapaces de ver la cruda realidad.

La verdad es que no lo somos.

Porque está en nuestros genes no aceptar lo que en verdad somos.

Ser o parecer. Esa es la cuestión.

Siempre parecemos ser y nunca llegamos a serlo. Parece que sí, pero no.

Para que voy a comprar un repuesto original si lo puedo arreglar con alambre.

Y nos burlamos con total soberbia de aquellos que triunfan con nobles armas. De aquellos que triunfan porque son serios a la hora definir cuestiones de fondo.

Tal vez, esa burla proviene de nuestra propia incapacidad para serlo. Para ni siquiera parecerlo.
Por estas cosas es que nos odian o nos miran de reojo en casi todo el mundo.

Nosotros lo hemos logrado. En eso sí, parecemos y somos.

Pero hay una verdad innegable y que la ceguera de la mayoría no ve o no quiere ver: “Somos perdedores”. Y esa sí, también es la cuestión.

Intentamos tapar nuestra propia debilidad denostando a los otros.

Es muy conocida la frase del poeta Enrique Santos Discépolo cuando uno de sus personajes dice: “¿Ese? Que va a saber ese si vive a la vuelta de mi casa”.

La mayoría en este país, es incorregible. No quiere aprender de los errores. No se desea ser mejor. Se le tiene miedo al cambie, a la grandeza.

Buenos Aires pudo ser la capital del imperio y se quedó a media agua.

Argentina pudo ser la gran potencia del mundo y seguimos siendo un país de tercera, con ciudadanos con ínfulas de primer mundo, pero llegamos siempre segundos.

De ser el tercer país con menor grado de analfabetismo, pasamos a ocupar el puesto ochenta y seis y hoy, muchos de nuestros alumnos de secundario creen que Manuel Belgrano canta cumbia villera o juega en la primera de San Lorenzo.

Y todo esto repercute en todos los ámbitos de la vida socio – político – económico – cultural de nuestra Patria.

Y el fútbol, es en donde se nota más toda esa aberrante manera de ser.

Se cree y se quiere creer, que un triunfo futbolístico nos va a poner en el lugar que en verdad merecemos.

Y la mayoría se sigue confundiendo. Y lo que es peor, se aferra a una escalofriante falta de memoria. Porque es lo que conviene.

¿A quién le interesa recordar los fracasos?

El argentino es triunfalista. Pero seguimos siendo los segundos. Los “campeones morales”.

Los otros días, luego de la eliminación de Chile en la Copa del mundo de Sudáfrica, dos periodistas de Canal C5N se burlaban de los chilenos porque estaban contentos de lo que había hecho el equipo, hasta adonde habían llegado y de lo bien que le había hecho al fútbol de su país, la influencia de Bielsa, una persona que trabaja “en serio”, más allá de los resultados.

Eso es lo que somos: soberanos soberbios. Y la bronca del mundo hacia nosotros, continúa.

Hoy, 2 de julio de 2010, “se acabó la mentira”, o por lo menos es lo que yo pretendo.

Basta de mentiras, basta de hipocresías. Basta de forrear la ilusión de la gente.

El triunfo de Alemania es el triunfo de la seriedad, del trabajo sin estridencias. Es el triunfo adentro de un estadio y no en las calles y antes de que empiece el torneo.

La mayoría de los argentinos ya era campeón antes de que empiece a rodar la pelota.

El triunfo de Alemania es una experiencia que debería ser capitalizada para ser mejores. Para crecer como futbolistas, como personas, como país.

Yo sé que no va a ser así. Vamos a seguir “en la nuestra”, como se dice.

Pero ¿cuál es la nuestra? ¿Ésta?

No, por favor, ya basta. Quiero ganar una vez y dando el ejemplo. Como Alemania.

Dejemos de ser perdedores. Y encima, mal perdedores.

Debemos dejar de enojarnos cuando nos dicen que lo somos, o que somos un país lleno de ladrones. Basta, por favor.

Basta de los negocios que nos han hundido en esta vergüenza de ver cómo nuestros contrarios juegan como deberíamos jugar nosotros y nosotros jugar a la toco para atrás para asegurar la pelota y dejo que se arme el contrario para después no poder entrar. Y luego decir: el rival se abroqueló atrás.

Basta. Siento mucha vergüenza, algo que la mayoría de los dirigentes, de los políticos y Maradona, no tienen.

Salute.

Miguel Ángel Giordano

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