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A veinte años de la partida del gran zaguero Rojo, lo recordamos con un artículo de Eduardo Verona en el que recoge voces y testimonios de quienes lo conocieron y jugaron junto a él. 


Un 14 de julio de hace 20 años, moría Rubén Marino Navarro, una auténtica bandera de Independiente durante la década del 60. Hacha Brava, capitán de Argentina en el Mundial de Chile en 1962, fue un zaguero central de extraordinarios recursos. Le faltaba técnica para salir jugando, pero le sobraba potencia, cabezazo defensivo, velocidad para cruzar, temperamento y agallas.

¿Quién fue el mejor zaguero central de la historia del fútbol argentino? El nombre y apellido que surge inmediatamente es el de Roberto Alfredo Perfumo. A propósito del Mariscal Perfumo, unas palabras suyas, quizás sirvan para acercarnos al protagonista que después pretendemos reivindicar. ¿Qué decía Perfumo? "Un defensor, fundamentalmente, tiene que sacar la pelota del área. Esa es su misión: sacarla de la zona de peligro. Después vemos si tiene más técnica o menos técnica. Pero el primer objetivo de un defensor es rechazar".

En ese plano del defensor que sabe defender su territorio sin ningún tipo de dobleces ni claudicaciones, Rubén Marino Navarro (Hacha Brava), el central de Independiente en los finales de los 50 y hasta la primera mitad de los 60, fue un intérprete más sólido que una roca. A 20 años de su muerte ocurrida el 14 de julio de 2003 cuando contaba con 70 años, recordar la impresionante fortaleza defensiva que expresaba el santiagueño Navarro (nació en La Banda el 30 de marzo de 1933) es también recordar el biotipo de jugadores que se pegaron en la piel el color de las camisetas que vestían. Navarro fue claramente uno de ellos. Él, como otros, simbolizó la mística ganadora que alumbró a Independiente desde el amanecer de los 60. Quizás para comprender lo que significaba por aquellos años ser el último hombre de un equipo, el fallecido Ramón Alberto Aguirre Suárez (zaguero central de ese Estudiantes aguerrido y multicampeón que dirigía Osvaldo Zubeldía y que manejaba dentro de la cancha Carlos Bilardo) nos comentó en El Gráfico de agosto de 2001: "Yo sentía que jugando de dos defendía a los pobres".

La figura poética que utilizó el tucumano Aguirre Suárez sirve para mostrar un clima de época. Y hasta quizás la épica que perseguían los jugadores que llevaban el número 2 en la espalda. Navarro, precisamente, atrapaba esa épica. Y esa figura de jugador gladiador que superaba todas las adversidades sin elaborar una queja, una justificación ni un gesto que delatara el rictus de la derrota, incluso cuando el 3 de mayo de 1964, en Arroyito, el puntero izquierdo de Rosario Central, Alejo Medina, le quebró con un planchazo la tibia y el peroné de su pierna derecha.


Navarro dejó la cancha en camilla saludando con un puño cerrado a la hinchada de Independiente que lo ovacionaba, mientras la hinchada de Central lo abucheaba e insultaba. Aquella imagen de Navarro saliendo fracturado del campo fue tapa de la revista El Gráfico. Al año siguiente, Navarro volvió a la Primera de Independiente, enfrentó a Boca y Peñarol en la Copa Libertadores que conquistó y en 1966, con 33 años, partió a jugar a Estados Unidos.

El Flaco Menotti, quién enfrentó a Navarro jugando para Central y fue compañero de Selección de Hacha Brava en el Sudamericano de 1963 en Bolivia, también lo recuerda con palabras rotundas: "Fue un defensor de la puta madre y con una continuidad en la Primera de Independiente destacadísima. No cualquiera jugaba por aquella época tantos años en un club grande con la cantidad y la calidad de jugadores que existían. Navarro tenía una capacidad enorme para ir arriba y para cruzar abajo. Con una potencia y velocidad de piernas notable. Cuando hablo de velocidad no es la velocidad para no llegar a ninguna parte. No es la velocidad al pedo. Es la velocidad para llegar a cruzar con un gran sentido del tiempo y la distancia. Navarro, además era un jugador leal. Sumamente fuerte, terriblemente duro, pero sin mala intención. No tenía mala intención, aunque los rivales le tenían miedo. El iba a la pelota. Claro que iba y si no estabas bien afirmado, te pasaba por arriba. Hasta recuerdo que en un partido en Rosario, el árbitro que ahora se me escapa quien era, lo mandó a los vestuarios después de un choque que tuvo conmigo. Yo exageré un poco en la caída y lo terminaron expulsando".

Es buena la observación de Menotti referida a la ausencia de mala intención de Navarro. Porque a partir de aquel catastrófico 9-1 de Independiente a San Lorenzo en la última fecha del campeonato que ganó el Rojo en 1963 (el Ciclón jugó incentivado por River para voltear a Independiente y después de perder 2-1 el primer tiempo, se paró en la cancha, sufrió la expulsión de Albrecht y las confusas lesiones de Veira y Telch y hasta Oscar Coco Rossi se hizo un gol en contra desde 30 metros mientras el arquero Agustín Irusta estaba congelado con los brazos detrás de la espalda), Navarro quedó estigmatizado como el leñador que sacó de la cancha al Bambino Veira.


La grave lesión invocada no fue tal, aunque Veira haya dejado al equipo en el primer tiempo con 10 jugadores, victimizándose. "Me agarro mal parado y por eso me lastimé el tobillo, pero Navarro no fue a partirme. Incluso, luego en la Selección concentramos juntos en la misma habitación y nos hicimos amigos", comentó Veira en El Gráfico de mayo de 2013, desactivando la demonización de Navarro que continuó durante décadas.

El otro capítulo que persiguió a Navarro fue la fractura de tobillo de Luis Artime en el 2-1 decisivo de Independiente sobre River, 15 días antes del 9-1 a San Lorenzo. Pero la realidad es que no fue Navarro el verdugo de Artime. Fue Pipo Ferreiro, quién a 52 años de aquel episodio, nos confirmó: "Sí, fui yo el que provocó el contacto con el tobillo de Artime. A Hacha Brava lo acusaron todos, porque tenía fama de pegar, pero no fue él".

El recorrido de Navarro por el fútbol (para Independiente jugó 209 encuentros y para la Selección 32 y salió campeón del torneo local en 1960, 1963 y levantó la Copa Libertadores en 1965, ya que en 1964 no actuó en ningún partido de Copa por la grave lesión que sufrió) también lo encontró frente a Pelé en el 5-1 de Independiente al Santos el 1º de febrero de 1964, en un partido amistoso.

A partir de esa noche, en la que se inauguró la iluminación de la Doble Visera, Pelé entabló una muy buena relación con Navarro e incluso lo visitó en su casa de Bernal días después de la fractura y también en el hotel de Copacabana, en Rio de Janeiro, en ocasión del 3-2 de Independiente a Santos en el Maracaná, en el marco de las semifinales por la Copa.

Navarro, quebrado, acompañó al Rojo a Brasil y Pelé (lesionado no jugó ese partido) firmó con una dedicatoria el yeso que le cubría a Hacha Brava su pierna derecha. Los encuentros entre ambos se extendieron en giras que organizaba el empresario Samuel Ratinoff, quién manejaba la agenda internacional de Independiente y Santos, coincidiendo en hoteles, partidos y cenas.

El reconocimiento de Pelé que se prolongó en el tiempo estaba vinculado a la marca sin concesiones y a la nobleza de Navarro en cada pelota dividida. Su gran fortaleza física metía miedo, más allá de una estatura y un peso convencional para un defensor: 178 centímetros de altura y 74 kilos de peso. Lo que impresionaba de Navarro era su temple, su entrega, su presencia dominante y una terrible determinación para poner en riesgo su cuerpo si la situación lo requería, como ocurrió en un San Lorenzo-Independiente en el viejo Gasómetro, cuando Sanfilippo a pasos del arco y con la pelota picando iba a sacar el remate goleador y se encontró sorpresivamente con la cabeza de Hacha Brava a centímetros de su pie derecho.

El gol inevitable fue el gol que Navarro le negó al Nene, dejando hasta la piel en la cancha. Fue una jugada, pero hubo cientos de jugadas parecidas. En la realidad y hasta quizás en la ficción. Ese hombre de hierro que murió a los 70 años entre olvidos de las distintas dirigencias de Independiente y reconocimientos muy aislados, fue también un símbolo del fútbol profesional cobijado y protegido por un gran espíritu amateur.

Ese malo de la película no era malo ni fue protagonista de ninguna película. Vivía así. Jugaba así. Por amor a la camiseta. Y con la convicción de no sentirse vencido ni aún vencido. Esas palabras tienen el contenido de una frase hecha. Pero Hacha Brava Navarro las resignificó. Aún después de su partida.

Eduardo Verona
Diario Popular 

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