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En una noche para el olvido, Independiente la sacó barata ante un River que pudo haberlo goleado y sólo le ganó 2 a 0. El Rojo no tuvo ninguna llegada al arco rival, y penó cada jugada en el suyo. 

Foto: Federico Peretti

Independiente salió a aguantar el partido. Zielinski planteó una línea de cinco defensores que de poco le sirvió frente a un dominio apabullante del local en los primeros minutos. River llegaba y apretaba por todos lados, hasta que un rebote le quedó fuera del área a Esequiel Barco y el ex Independiente cumplió con la ley y le rompió el arco a Rodrigo Rey. 

En menos de un cuarto de hora todo se desajustó porque la lesión de Luciano Gómez y el gol en contra obligaron al técnico a meter a Barcia y volver a una línea de cuatro. El Rojo seguía penando. Sólo Cauteruccio hablaba y se enojaba con todos. El delantero asumía la voz de mando dentro de la cancha y era el único que pedía la pelota y se mostraba para jugar. 

Los últimos minutos de la primera etapa pareció que el Rojo tuvo la pelota, pero fue más por el cansancio del rival que por méritos propios. Y todo el segundo tiempo fue un monólogo del Millonario desde el arranque. 

A todas las falencias debemos sumar que Damián Pérez, en una ráfaga de torpeza insólita para un jugador de Primera, dejó con diez al equipo a los 15 minutos. Tal fue la superioridad de River que por momentos parecía que ambos equipos no jugaban al mismo deporte.  

Las atajadas consolidaron a Rodrigo Rey como uno de los responsables de que no haya habido goleada en el Monumental. El otro fue el afán de los locales en entrar con pelota y todo al arco rival. Borja lo liquidó a los 35', y en definitiva, qué sólo hayamos perdido por dos termina siendo una buena noticia. Pero el panorama es desolador. 

Emiliano Penelas 

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