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El hombre que tiene la receta secreta para formar arqueros y que fue un bombero constante para apagar incendios en el banco de suplentes de Independiente, revive su historia de éxito como jugador: sus inicios en el barrio de Sarandí, los múltiples títulos con el Rojo y los enfrentamientos contra leyendas del fútbol.


Es un caso atípico el de Miguel Ángel Santoro. Un ingrediente insustituible de la masa madre de la historia del fútbol argentino. Es un carretel del hilo conductor. Pepé es una verdadera enciclopedia. Es de Independiente, pero patrimonio de todos los clubes nacionales. Entre el pibe que iba atrás del arco de la cancha del Rojo en los 50 soñando con algún día estar ahí y el DT-bombero con la fórmula secreta para sacar arqueros que todavía hoy se pone cada día la ropa del club, hay una de las historias más ricas en el deporte del país.

Santoro ya era todo un mito por su barrio sin haber siquiera dado sus primeros pasos en las juveniles de Independiente. Hijo de Francisco, un recordado arquero de Ferro en los años 30, Pepé se crió en los potreros de Sarandí con otros apellidos que serían ilustres: Raúl Bernao, Roberto Perfumo y un tal Julio Humberto Grondona.

“Contra el Arsenal de Grondona jugué varios partidos. Tenía 14 o 15 años y ya estaba jugando con los mayores. Arsenal era uno de los equipos fuertes del barrio, igual que el equipo mío, eran los clásicos, había rivalidad. Ganábamos y perdíamos. Tenían muy buen equipo, como teníamos nosotros. Yo jugaba en el Club Atlético Belgrano; ahí jugaban Bernao, el Peladito Rojas. Y en Arsenal jugaba el Chueco Perfumo, Julio y Héctor. ¡Jugaban bien! Julio era más bien técnico, Héctor era un ocho de ida y vuelta. Antes el 10 era como el Bocha o Riquelme, se sumaban a los delanteros y los abastecían. Julio era un 10, un buen jugador y se destacaba. Un jugador de media cancha para adelante, se mezclaba con los delanteros pero era una persona creadora. Eran un muy buen equipo de los potreros”, revive en una charla con Infobae. Eran los primeros años del combinado del Viaducto que fue fundado por los Grondona, un club que por entonces era simplemente el sueño de un grupo de amigos del barrio.

Aquellos picados barriales le dieron el primer empujón rumbo a ser una leyenda del fútbol. Un directivo de la Subcomisión de Atletismo del Rojo lo vio y se lo llevó junto con el Poeta Bernao. Tenía 12 años. Hoy, seis décadas más tarde, todavía sigue siendo parte del club que lo vio primero en una tribuna, después en sus inferiores y luego alzando cuanto trofeo se cruzaba en su camino. “Ahí empezó mi carrera en el club. ¡Imaginate si llevo la sangre de Independiente!”. Como si hiciera falta aclararlo. Un detalle que marca la época: mientras se encaminaba a ser una gloria del fútbol, Pepé abandonó la escuela y alternaba sus últimos pasos antes del profesionalismo con un trabajo en el sector de electrónica del correo y daba una mano en el taller mecánico familiar.

Santoro, Commisso, López, Sa, Garisto y Pavoni en la época dorada de Independiente 
(Foto: Sitio oficial Copa Libertadores)

Este hombre de 78 años, que cargó las piedras más importantes para solidificar al Rojo como uno de los clubes más importantes del mundo, alzó cuatro Copa Libertadores, cuatro torneos locales, una Copa Interamericana y la Intercontinental contra Juventus en 1973. Todos recuerdan el mítico gol de Ricardo Bochini, pero las crónicas de entonces coinciden en una cosa: Pepé fue clave para sostener el 1-0. “Fue un partido muy esperado por muchos integrantes del gran equipo que tenía Independiente. Muy esperado porque habíamos jugado en varias oportunidades, contra el Inter (1964 y 65) y Ajax (1972), y no habíamos podido lograr el campeonato. Ya teníamos una suma de años que no nos quedaba mucho en el carretel para terminar la carrera. Habíamos tenido la desgracia de habernos encontrado con los mejores equipos europeos”, revive.

“Se nos presentó la oportunidad de jugar un sólo partido en el continente europeo y sin prácticamente remuneración monetaria. Aceptamos, era un día de muchísimo frío. El triunfo de Independiente los dejó asombrados. Yo cumplí una parte del puesto que cubría: tratar de evitar los goles. Por suerte pegaron en el palo, el travesaño, algunas tapé yo y otras sacaron mis compañeros; y pudimos lograr ese gran gol que hizo el Bocha. Como jugador de fútbol fue el máximo logro”, señala sobre la primera Intercontinental que consiguió el club.

Santoro pasó dos décadas allí entre las inferiores y el profesionalismo. Recién dejó la entidad en 1974 –su última presentación fue en un 2-0 en el clásico con racing– para despedirse en el Hércules de España. Ese extenso proceso le permitió ser rival (y compañero) de algunos de los mejores jugadores de la historia: “¡La pucha si sufrí a Pelé! Era creador y definidor. Definía como los mejores, gran cabeceador, guapo, fue de los mejores jugadores. ¡Y mirá que yo pude competir con muchos buenos eh! Con Pelé tenías que estar atento y cuidándote completamente, en cualquier momento te sorprendía. Me acuerdo una vez que me hizo un gol que casi me arranca una oreja: la paró de pecho y la agarró de volea, a cuatro o cinco metros mío. No me dio tiempo a nada”.

Además de enfrentar al Santos de Pelé, al Ajax de Johan Cruyff o al Inter dirigido por el mítico Helenio Herrera, los distintos acontecimientos le permitieron a Pepé coincidir en campos de juego como rival o compañero con otras glorias como Sívori, Rivelino, la Pantera Eusebio o Alfredo Di Stéfano. Algunos aparecieron en su camino por partidos a nivel de clubes y otros por los viejos encuentros entre América vs. Europa. Él, que además había desembarcado en la estructura de la selección argentina en 1964, era un emblema del Independiente que representaba al país. “Di Stéfano era un jugador de todo el campo de juego. Estaba defendiendo y atacando. Una persona en continuo movimiento. Pensá que en España es considerado uno de los mejores jugadores que pisó el fútbol español”, recuerda sobre otra de las glorias con las que se cruzó durante sus años en cancha.

“Te puedo decir que a través de mi vida me encontré con hinchas de muchos equipos y venían a ver a Independiente cuando competíamos por la Copa. Es el día de hoy que mucha gente lo recuerda. Eso es un orgullo grande. Éramos el equipo que más viajaba de Argentina. Independiente representó al fútbol argentino por el mundo”, explica sobre aquellos años dorados. Sin embargo, los pilotes de ese cuadro estaban apoyados sobre un lema sólido: “Nunca nos sentimos estrellas nosotros. El baluarte que siempre esgrimíamos y ponderábamos era que Independiente siempre tenía puesto el mameluco. Nosotros sabíamos que si pensábamos en sacarnos el mameluco y ponernos la corbata íbamos a perder la esencia”.

Pepé en la tapa de El Gráfico en 1965

La institución vivía momentos de gloria bajo la administración de los gallegos, una denominación que todavía hoy retumba por Avellaneda para intentar recuperar la esencia de las comisión directivas que guiaron al club a lo más alto del mundo: “Con los gallegos cuando yo iba a discutir algún premio de los compañeros o algo, tenía que saber que dos más dos eran cuatro. Ellos no entendían cómo un jugador de fútbol podía ganar mucho dinero en un campeonato o en un premio. Ellos salían de trabajar y nos encontrábamos a las seis o siete de la tarde en la sede. Muchas veces estaban con el guardapolvo todavía puesto porque venían de las barracas de trabajar. Es decir, antes de ir a la casa, pasaban por la institución y venían a hablar con los jugadores”.

Entre el sinfín de anécdotas que vivió un pedazo impenetrable de la historia de Independiente, recuerda entre risas el exótico premio que le hicieron prometer a un directivo en un momento de tensión: “Fuimos a jugar a Chile en el 63. El avión se venía moviendo como loco. Estábamos con un temor tremendo. Estaba el negro Rolan, que era un vago tremendo, y había un dirigente de Independiente, el vicepresidente. ¡Todos con miedo! En esas conversaciones, las bromas que se hacían, le sacó una promesa al vicepresidente que tenía campos y estancias: si salíamos campeones nos regalaba una vaca a cada uno. Bueno, lógicamente no nos regaló la vaca, nos dio el importe, pero ese fue el premio que obtuvimos por el campeonato”. El Rojo logró el título local en ese año.

Una pequeña perla negra en su carrera: la mala fortuna de las lesiones le impidieron que su figura quedara asociada por siempre también a la camiseta de la selección, más allá que permaneció durante una década dentro de las distintas convocatorias. A mediados de los 60 tomó uno de los sitios vacantes que dejó Amadeo Carrizo y empezó a ser llamado junto al Tano Roma y el Gato Andrada. “Empezamos las Eliminatorias para el Mundial del 66 y en los partidos previos al Mundial me lesioné. Estuve también en las Eliminatorias del 69, que nos eliminaron entre Bolivia y Perú. Después en el 74 fui al Mundial de Alemania: tuve algunas buenas actuaciones y me fui de Argentina como titular. Me agarró una infección en la rodilla que me tuvieron que abrir y entró Carnevali. Jugó todos los amistosos, anduvo bien y los técnicos pensaron que era el merecedor de ser titular”, revive aquellos años con un dejo de bronca.

Ese enojo, por casualidad, abrió la puerta a uno de los procesos más exitosos de los tres palos nacionales: “Argentina ya estaba eliminada y en el último partido el DT me quiso dar la oportunidad a mí. Le dije: durante todos los amistosos me prometiste que iba a jugar la mitad de los partidos, no lo cumpliste, ¿y ahora que tenemos que regresar a Argentina me querés dar un partido de conformismo? Si se hubiera lastimado Carnevali yo te juego, pero pienso que tiene que jugar él. No quise jugar y ahí fue que debutó el Pato (Fillol)”. Ese joven Fillol hacía pocos años que había dejado de jugar en Quilmes para saltar a Racing y River. Tiempo después, confirmaría que era uno de los más importantes de la historia para Santoro: “Julio Cozzi fue uno de los mejores arqueros argentinos que vi junto con el Pato Fillol, Amadeo, el Tano Roma y el Flaco (Rogelio) Domínguez”.

En una de sus tantas etapas como DT interino del Rojo (Foto Baires)

Un desembarco exitoso durante tres temporadas en el Hércules de España –con Cacho Saccardi, Eduardo Comisso, Carmelo Giliano y Alfonso Troisi como compañeros– le alcanzó para quedar eternizado en tierras europeas durante la mejor etapa en la historia de ese modesto club. A punto tal que la pandemia lo dejó varado por unas semanas en Europa, a donde había viajado para recibir un homenaje del elenco de Alicante.

En 1979, ya retirado, Julio Grondona lo repatrió para trabajar en las Inferiores de Independiente. Hacia 1983 abandonó el club, pero sólo por unos años: en 1999 se unió como ayudante de arqueros de Enzo Trossero y firmó otra de las etapas más nobles en el Rojo: de sus manos salieron Oscar Ustari, Damián Martínez (hoy en el Arsenal de Inglaterra), Adrián Gabbarini, Fabián Assman, Diego Rodríguez y el recordado Lucas Molina, quien falleció en 2004 en pleno ascenso de su carrera. También, a lo largo de estas últimas décadas, cada vez que el fuego acechó las raíces del árbol Rojo, el Bombero Santoro se sentó como DT interino del primer equipo para brindar una ayuda.

Sin embargo, siempre volvió adonde mejor se siente: la factoría interminable de arqueros. ¿Cuál es el ingrediente X en esa fórmula? “La forma es hacerlos trabajar y pensar que el trabajo es la mejor base, la que te acerca al éxito. Lógicamente tratás de inculcarles a ellos toda la experiencia que vos tuviste a través de tantos años y la manera que deben comportarse en el puesto de arquero como para poder tenerle respeto a la gente, al público. Pienso que todos tienen cualidades distintas de los que saqué, pero uno de los que mejor se mostró fue Oscar Ustari”.


— Pepé, después de tantos años en Independiente, ¿qué es el club para vos?
— Entré a los 12 años, es toda una vida adentro de la institución. Me levanto todos los días a las 6.30 con las ganas y la ilusión de siempre poder estar en el club. Vivir algo en Independiente es importante, siempre.

Rodrigo Tamagni
Infobae

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