0
Víctor Belchior escribió un relato que cruza el famosísimo gol del Kun a racing y una historia de vida emocionante que perdura en el tiempo. Imperdible relato que el autor gentilmente accede a publicar en La Caldera del Diablo.


Capítulo 1 - La caja secreta 
Ingreso en la confitería Pertutti de Mitre y Sarmiento, en Avellaneda; camino directo hacia su mesa, si bien no la conozco veo en esa mujer tan bonita pero totalmente simple, sin maquillaje ni peinado llamativo, a la persona que había imaginado. Creo que ella esta tan nerviosa como yo y no es para menos, mi cita inesperada y misteriosa la debe haber perturbado, más allá del peligro que podría implicar, por el enunciado de que le traigo algo perteneciente a su marido ya fallecido. Lo que llevo tiembla en mis manos, o mejor dicho... mis manos lo están haciendo temblar. No será demasiado habiendo estado encerrado 15 años dentro de aquella camioneta y sufriendo los tironeos y saltos que implica transitar esta caótica ciudad. Como iba a saber yo cuando salí contento de la agencia de autos con la impecable Eco Sport 2004, ella iba a traer en sus entrañas este compromiso que estoy asumiendo. Al retirarla de tarde y como es mi costumbre con cada auto usado que he comprado, lo llevé a un gran lavadero para dejarla brillante y perfumada con esos servicios especiales que se suman al valor inicial. Como ni el mejor alcanza para llegar a los rincones menos visibles, cuando estuve en casa, luego del festejo con mi esposa y las nenas, la entré a la cochera para con una franela, repasar esos motivos de mi obsesión. Todo iba bien hasta que, tratando de secar entre el freno de mano y la butaca del acompañante, sentí que la misma cedía hacia arriba levantándose en dirección a la puerta derecha. Ya nervioso y pensando en la protesta que haría por considerarlo una rotura, descubrí que la poltrona es rebatible y no en vano, debajo de ella en el piso del vehículo había un pequeño habitáculo haciendo las veces de caja de seguridad. Me invadió la vergüenza por haberme anticipado al hecho protestando y una sonrisa por lo novedoso; pero el entusiasmo duro poco cuando vi que en el fondo contenía un pequeño cuaderno azul. Lo abrí y descubrí que estaba escrito a mano y al hojearlo corroboro una clara caligrafía casi completando las páginas. Lo cierre raudamente con la sensación de un ladrón robando intimidades ajenas, así que sin leer ni una sola palabra lo retiré para llevarlo a mi escritorio y luego decidiría qué hacer con él. Ingresé a casa directo hacia el primer piso, sería tal la expresión de mi rostro que Laura me pregunto si me pasaba algo.

- No - respondí nervioso
- Subo al baño.
- Apurate que ya está la cena.

Bajé, cenamos, brindamos con las nenas por la nueva adquisición y hasta después de acostarlas vimos en el living los últimos 3 capítulos de “La Casa de Papel”, pero yo convertido en un autómata, no había estado allí... mi mente solo quería terminar con los actos habituales para sin despertar sospechas encerrarme en el escritorio y tomar una decisión acerca de aquel pequeño objeto que tanto me perturbaba y ahora tiembla en mis manos mientras me acerco a su mesa.


Capítulo 2 - El cuaderno azul 
Después de terminar todos los menesteres e inútilmente intentar quebrantar la intuición de una mujer, logré encerrarme en mi escritorio pasa sacar del aquel cajón ese pequeño objeto de cartón y papel que no sabía porque había tomado tanto poder en mi vida. Lo coloqué sobre la madera oscura del mueble donde tantas horas paso trabajando o escribiendo cuentos, de una manera simétrica; hasta corregí con pequeños golpecitos en las puntas, para que quede perfectamente centrado; es como que quería tenerlo frente a mi, cara a cara para tomar una decisión acerca de qué hacer con él. Ya lo venía pensando desde hace rato; mientras parecía que brindaba, o reía con las nenas, o miraba “La Casa de Papel” la cual tuve que volver a ver por no haber entendido nada. Pasa que mi mente solo puede funcionar en un sentido a pesar de parecer que está presente y reaccionar por instinto de manera acorde. Mi total interés y concentración se habían adelantado a ese momento crucial, sin siquiera saber por qué. Una salida fácil era destruirlo, pensé en las formas (quemarlo, cortarlo en pedacitos, mojarlo y desecharlo por el inodoro) pero no estaba seguro; quizá había quedado allí esperando que yo lo encuentre, quizá era el elegido para llevar adelante no sabía que cosa, pero intuía importante. La respuesta estaba dada, aunque quisiera resistirme, no soy de los cobardes que se pasan la vida lamentado por aquello que no hicieron; sabía desde un principio que afrontaría el desafío.

Lo abrí lentamente como un brigadista anti bombas a la espera del posible estallido y sin darme cuenta estaba inmerso en los escritos de Mario, el fallecido esposo de Lorena aguardándome en la mesa de Pertutti.

Su caligrafía clara y profunda me hacían volar por sus páginas, el relato me llevaba a su tiempo y espacio sintiendo hasta esa respiración aguda producto de la enfermedad. Mario estaba padeciendo un cáncer terminal y cada letra era un tiempo menos y cada punto una pequeña despedida.

Describía su feliz vida anterior, conocer al amor y los miles de proyectos acumulados sin chances de concluir; pero si adelantar los inmediatos que el almanaque le diera lugar. Uno trascendente era engendrar un hijo, si bien su físico deteriorado no se lo permitía, ante un ruego de Lorena había accedido a extraerse esperma para que su mujer pudiera inseminarse y engendrar un hijo que fuera la prolongación de ese enorme amor. Allí terminaba como un capítulo y aproveché parar unos minutos porque tal era mi llanto y la congoja que temí despertar a Laura pudiendo escucharme desde la habitación. Fui al baño, vi que todas dormían y regresé más tranquilo al escritorio, consciente que algo peor me podía aguardar.

En la siguiente página decía cómo tituló, Kun Agüero y leeré textual para quitar toda interpretación...

Estoy en la puerta de la cochera, ya queda muy poca gente y a pesar de lo escueto que resta de mi físico, me he propuesto este loco intento de esperar al Kun para decirle antes de irme lo que siento y hacerle este pedido tan especial. Veo salir su automóvil y todos se lanzan sobre él, yo tomé el recaudo de irme media una cuadra mas adelante, la gente trepa el vehículo rojo brillante y no es para menos, esta fecha es memorable 14.9.2005, acabamos de golear a racing 4 a 0 y después de los 3 de Frutos, el Kun genero esa obra maestra, ese gol icónico que permanecerá en la gente mucho más allá de mi corta vida y de la vida de todos los que pudimos verlo, eso me iguala y miserablemente lo disfruto. Partió de la mitad de la cancha, abriéndose camino entre los volantes y al llegar al área le dio a Crosa su mejor motivo para iniciar una terapia. Lo llevo como un pañuelo de los que agitan los cuidadores de autos, señalando donde se puede estacionar y luego de ir venir media docena de veces, la toco de zurda al palo derecho de Campagnuolo, inatajable para el arquero.


Capítulo 3 - El Kun me espera 
Cuando logra desprenderse de esa maraña de brazos, cerrar la ventanilla y apartar suavemente con la trompa a los más osados, acelera ruidosamente y sale casi arando hacia el lugar donde yo estoy. No se si mi mano temblorosa, la expresión del rostro convaleciente o los designios del destino... cuando está a unos metros clava los frenos. Me acerco a la ventanilla y con las pocas fuerzas que me quedaban alcanzo a decirle. 

- Kun, querría hablar dos minutos con vos, me estoy muriendo y necesito pedirte algo.

Esa frase tan sintética y contundente desestabiliza al ídolo de Independiente y cambia la sonrisa que traía pintada en la cara de felicidad, por otra nerviosa y desconcertada. Antes de responder mira por el espejo retrovisor y ve la turba que al verlo frenar se le viene encima. 

- ¿Estás con auto?
- Si - contesto apurado. 
- Te espero sobre Pavón a la altura de los 7 puentes, en la puerta de la delegación de la Federal - dice eso y sin esperar respuesta, sube el vidrio y sale arando, yo camino hacia donde esta estacionado el auto con una energía que hacía rato no tenía, subo a mi EcoSport y retomo lo más rápido posible hacia el lugar indicado. Las trabas en la salida y el tráfico a paso de hombre me hacen ir perdiendo la fe. Ya sería un milagro que fuera al encuentro y mucho más que me esperara media hora allí, sin conocerme y sabiendo que nada bueno le depararía conmigo. Pero ya sin mucho por perder, transito tranquilo, bajo el último puente y busco la salida en la primera esquina hacia Pavón, al girar sobre la avenida vislumbro la garita en la puerta de la delegación Policía Federal, diez metros más adelante, estacionado con balizas junto al cordón el auto rojo brillante del Kun Agüero. No puedo creerlo; al estar a la par toco levemente la bocina como una señal y me estaciono más adelante, camino hacia la puerta del acompañante y él la sostiene abierta quizá viendo mi delgadez extrema, para ayudarme. 

- Venga maestro, perdón que lo hice venir hasta acá, pero ahí no íbamos a poder hablar.
-Por favor - alcanzo a responderle ahogado por la emoción- demasiado esto que haces por mí. 
- ¿Qué le anda pasando, en que puedo ayudarlo?
- Mirá Kun - digo y respiro hondo tratando de tranquilizarme para elegir las palabras más adecuadas-yo te sigo desde inferiores, no descubrí nada... todos sabemos de tu talento y el futuro brillante que te depara, pero me estoy muriendo y solo quisiera una cosa. 
- Qué amigo - me dijo con un gesto de piedad y tristeza. 
- Yo voy a tener un hijo que nacerá cuando ya no esté en este mundo y quiero fervientemente sea del Rojo como yo; pensé que la mejor manera y a modo de herencia le quiero dejar una camiseta tuya. Te pido por favor que me la cobres, pero me la des vos y dedicada para él.
- Pero por favor - me contestó como quitándole valor a algo tan ínfimo y a su alcance - ¿Dónde se la hago llegar?
- Te daría mi dirección, pero seguro no habrá nadie, porque mañana me interno para una inútil operación, que solo intentará alargarme un poco la vida.
- ¿Y adónde se opera?
- En el Itoiz, ¿conocés?
- Si, si - afirmó con seguridad- yo de alguna manera se la haré llegar
- Kun, gracias por no defraudarme... ahora sos más ídolo que antes. 

Tomó su celular y me indagó. 

- Dígame su nombre
- Mario Guzmán.
- ¿Y como la dedico, cuál será el nombre del nene?
- ¿Qué te parece... Sergio? - Ambos reímos, me da un cálido abrazo emocionado y bajó del auto. 

Acá termina esta historia, confío me llegue la camiseta para mi futuro hijo. Voy a guardar este cuaderno bajo el asiento del acompañante y le diré a Lorena que lo lea cuando yo haya partido.”


Capítulo 4 - El mensaje 
Cerré el cuaderno y me quede en silencio mirándolo como queriendo preguntarle a ese documento escrito, por qué nunca llegó a las manos de la mujer de Mario. ¿Qué falló para haber permanecido bajo el asiento como cautivo del desconocimiento? ¿Cuántos baches y frenadas, cuántos kilómetros a bordo, cuantas noches frías o brea caliente habrán penetrado esa pequeña cápsula del tiempo ofreciendo en la oscuridad una mínima señal del momento transitado? ¿Cuántas personas buenas o malas apoyaron allí su trasero ignorantes que debajo de sus bondades habitaba esa historia presa y con pocas chances... hasta que alguien viniera con su franela a corregir errores del lavado y tocara la compuerta que le diera la luz; como a un bebé que nace, solo que con 15 años de gestación? ¿Por qué yo? Esa era la pregunta clave, pero dadas las circunstancias este hallazgo también me otorgaría a mí, una obra y su enseñanza... bienvenidas sean.

Volviendo a la realidad, bajé hasta el auto y regresé con un sobre lleno de papeles que me habían dado junto al vehículo. Cantidad de patente pagas a distintos nombres y recibos de compra pertenecientes al menos a tres sujetos, hasta que más abajo luego de las pólizas de seguros estaba al fin el título original perteneciente a Mario Guzmán. En él había una dirección y solo me podía acompañar la suerte que su esposa no se hubiera mudado. Pino y Las Flores, Complejo Wilde, Torre 10 departamento C; allí debía dirigirme y lo haría al otro día regresando del trabajo.

Ingresé al complejo, fui preguntando y llegué... era una torre baja de color verde y beige, toqué el portero insistentemente, pero nadie respondía; una vez que creí fracasaba mi misión una señora venía saliendo del edificio.

- ¿A quién busca? - me preguntó inquisitoria.
- Perdón, ¿vive todavía en PB C la señora de Guzmán?
- Si, pobre, la viuda. Buena chica y con tanta desgracia. Ella trabaja hasta tarde, pero recién vi salir a la madre y el nene mirando de casualidad por la ventana; lo lleva a fútbol acá al Willcop. Si se anima los va a encontrar, María es una señora gordita y está con un saquito verde oliva.
- Gracias, señora.

Me fui pensando de mis buenas intenciones por suerte... porque si fueran malas con un poco más de charla, conseguía hasta número de documento. Salí a la calle Las Flores y pregunte, me indicaron el club a una cuadra y media; allá fui un tanto temeroso por la invasión que pudiera cometer. Como la vecina me anticipo divise claramente a la mujer porque no había errado ni un tono de color y sin duda entre. Los nenitos jugaba uno con no más de 12 años, vistiendo la 10 del Manchester City y el nombre debajo, Kun Agüero. Me quedé unos minutos observando el partido y fui acercándome a la mujer con miedo de preocuparla.

- Señora
- Si - me contestó con señales de intriga y preocupación.
- ¿Usted es la mamá de la señora Guzmán?
- Si - volvió a responder con más preocupación aún.
- Perdón, no se asuste, no es nada malo, solo quiero pedirle que le de mi tarjeta y le pida que me llame. Tomó el cartón manteniendo el gesto de desconfianza y casi susurrando me contesto...
- Está bien.

Saludé respetuoso y me retire. Cuando llegué a casa sentí que era el momento de contarle todo a mi esposa y Laura luego de escucharme conmovida se negó a leer el cuaderno que le ofrecí; argumento buenamente que si alguien había sido elegido para entrar a la intimidad de esa gente era yo y conocer ella los detalles ya sería una inútil intromisión. La besé con ternura y traté de olvidar lo acontecido, ya que nada más dependía de mí solo aguardar un llamado. Así fue, no se hizo esperar, a las 10 de la noche sonó mi celular; cuando vi, número desconocido, no tuve duda que era ella.

- Hola
- Señor Víctor - preguntó tímidamente.
- Si
- Mire, yo soy la Señora de Guzmán
- Cómo está usted
- Preocupada, ¿qué es lo que necesita?
- No se preocupe señora - dije con el afán de tranquilizarla - solo que yo compre la camioneta Eco Sport que ustedes tuvieron alguna vez y encontré en ella algo que le pertenece.

Sentí en el silencio al otro lado de la línea, una sorpresa que quizá hacía tiempo esperaba.

- Bueno, ¿cómo me lo puede dar?
- Me gustaría dárselo en mano.
- Mire, yo trabajo en Avellaneda y salgo todos los días a las 8, ¿usted está cerca?
- Si no se preocupe, dígame donde y nos encontramos
- En Pertutti, Mitre y Sarmiento, mañana 20:10... ¿le parece?
- Correcto, nos vemos.


Capítulo 5 - En buenas manos 
Cuando estoy cerca de la mesa, hago una pausa como cortesía y desde unos pasos le pregunto...

-Sra. Guzmán
-Si - responde nerviosa.

Le tiendo la mano que recibe tan temblorosa como yo, me siento y coloco el pequeño portafolio en la silla junto a mí; pienso en el cuaderno azul allí encerrado tan solo unos momentos más antes de llegar a su verdadera destinataria. El mozo se acerca y levanta mi pedido, que es tan solo un café, para acompañar el cortado ya servido a la señora.

- Bueno -digo como para iniciar la charla- gracias por venir, quería concluir esta premisa encomendada fortuitamente. Yo adquirí antes de ayer esa camioneta y descubrí bajo el asiento del acompañante esto que le pertenece.

Abro con dificultad el portafolio, por nerviosismo y saco el cuaderno azul, poniéndolo en la mesa frente a ella. Vi en forma instantánea como se le llenaban los ojos de lágrimas, al tomarlo y abrirlo la letra de su difunto esposo hace que las lágrimas comiencen a brotar de forma incontenible. Cuando el mozo trae mi café, lo cierra como tapando el motivo del llanto y saca de la cartera unos pañuelos descartables para secar sus lágrimas y sonar la nariz. Le cuesta unos minutos reponerse, mientas yo la miro compasivo como testigo de su dolor y alguna gota tengo que disimular apenas pasándome mi mano por las mejillas.

- Usted no sabe cuánto busque esto... Mario me dijo agonizando que estaba bajo el asiento de la camioneta y yo inspeccione hasta el cansancio ya pensando que fue solo delirio provocado por los calmantes.
- Pasa que estaba en un lugar muy oculto, bajo el asiento del acompañante que es rebatible.

Ella hizo un gesto de bronca y resignación.

- Era para mi inevitable leerlo, lo encontré y debía saber que era o cómo llegar a usted, así que no me explique, se todo, por lo menos hasta que termino de escribir.
- No hay mucho más... unos días después de operado falleció
- ¿Pero le llegó la camiseta del Kun? - pregunté más por intriga y saber si ese gesto se había consumado.
- Siii -me contestó alargando la i como prueba de agrado e improviso una sonrisa-. Al otro día cuando salió de la sala de operaciones la tenía sobre la cama y sin explicación alguna nos otorgaron en el sanatorio una suite privada de las mejores; bajé tres veces a hablar con el director del sanatorio y jamás quiso decirme por qué; sólo que tenía esa orden y estaba todo pago hasta el día que se retirara.

Mientras ella contaba eso, ambos llorábamos, hasta tuvo que prestarme un pañuelito; los dos sabíamos sin decirlo, porque y quien había pagado los gastos. Cuando estuvimos más calmos le pregunto ¿Y el nene ?

- Es un sol... cuando estuve repuesta me hice el tratamiento de inseminación artificial con espermas de Mario.
- Si lo sé, figura en sus escritos que usted lo haría.
- Bueno, le salió bien; fue un varón como él quería, se llama Sergio y es fana de Independiente -los dos reímos y lloramos a la vez- ¿Sabe que tiene la camiseta enmarcada en su piecita y podría entregar el mundo, pero jamás ese cuadro?. Se para arriba de la cama para leer miles de veces la dedicatoria que el Kun le escribió y darle un besito cada noche antes de dormir. ¿Aparte sabe otra cosa? Nació un 2 de junio, el mismo día que el Kun. Ya era demasiado... estamos sofocados de tantas emociones, risas y llantos; tardamos en ponernos un poco presentables, pero con los ojos hinchados llamo al mozo y pido la cuenta. En la puerta le pregunto si puedo alcanzarla y me responde que no, que se toma el blanquito; nos despedimos con la mano y antes de retirarse se acerca, me da en la mejilla un gran beso, diciéndome...

- Este beso es para el Kun, si alguna vez lo cruza déselo de mi parte, él nunca sabrá la gratitud de mi familia.

Me voy caminando hacia el lado del Puente Pueyrredón y en esas cuadras sin rumbo pienso... qué gesto, cuánto bien pueden hacer los ídolos con muy poco a la gente que los ama. Por suerte el Kun tuvo esa bondad y permitió a Mario irse feliz de este mundo y a Sergito permanecer orgulloso por el resto de su vida. No sé si alguna vez lo cruzaré para darle el beso que mandó Lorena, pero al menos escribiré esta historia que debiera conocer, porque después de verlo convertir tantas veces, este sin duda fue.... El mejor gol del Kun Agüero. 

Víctor Belchior


Sobre el autor
Víctor Manuel Belchior nació en Temperley, provincia de Buenos Aires, hace 63 años. Descendiente de portugueses, es profesional hotelero. Ha publicado libros que unen sus pasiones: Ser hijo de un Portugués, Amar la hotelería, El fútbol es puro cuento e Historias de boca en boca.

Participa en radios y colabora en diarios y revistas. Ganó del concurso internacional “La canción del emigrante”.


Agradecemos a Santiago Sposato.

Publicar un comentario