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En realidad, fueron unos minutos. Entre el empate de Independiente y el segundo gol de River. El Rojo clasificaba y el Millonario sentía el impacto, pero duró poco. 


Lo tuvo Independiente. Cuando el partido se abrió, en el segundo tiempo, River golpeó y el Rojo se levantó enseguida y marcó el gol del empate. Preciosa jugada entre Gigliotti y Silvio Romero para que éste último silenciara al Monumental.

Iban 9 minutos del segundo tiempo e Independiente se estaba clasificando a semifinales de la Copa Libertadores. Pero lo que sucedió en los siguientes minutos fue todo nuestro. El Rojo deja de manejar la pelota, y cuando lo hace se equivoca. Quiere jugar cuando no debe, intenta no jugar cuando falta todavía mucho tiempo de partido.

Es grotesco cómo el equipo empieza a hacer tiempo, y todo parece desvirtuarse como si el encuentro estuviera por concluir. Gallardo saca a uno de sus delanteros, que casi no había hecho nada, y mete al hábil Quintero. Holan apura un cambio defensivo, poniendo a Sánchez Miño por Benítez.

El Rojo deja de tener el medio, cuando River parece desordenado, impactado por el golpe de Romero, que minutos antes había desperdiciado otra chance clara: Independiente llegaba, y amenazaba. Pero intenta salir jugando por el medio. Absurdo. Y la pierde, y la pelota deriva en el colombiano, que la mueve de pie a pie y sin darle tiempo a Figal remata junto al palo para poner el 2 a 1. River se ponía de nuevo arriba en 23 minutos.

La alegría y la posibilidad de dejar ese estadio callado para siempre, o incrementar murmullos con el paso del tiempo, duró apenas 13 minutos. Demasiado poco. Luego Gallardo volvió a leer el partido con otro cambio que le dejaría ganancias, y el resto es historia.

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