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Por determinados momentos, a uno le queda la sensación que Independiente siempre tiene como primer y más peligroso rival a sí mismo. Una esquizofrenia futbolística que lo hunde como un lastre de 70 toneladas, una crisis de confianza que lo transforma en un manojo de nervios adolescentes. La derrota camuflada en empate ante All Boys profundizará esa escisión interna que sufre el equipo desde la llegada de Mohamed, cuando se hizo una fragmentación clara entre la Sudamericana y el Apertura. Lo que Independiente escribe con pinceladas de fútbol, luego lo desintegra con errores infantiles que nacen en la falta de seguridad.

Si nos remontamos al primer tiempo, recordaremos pasajes de buen funcionamiento ofensivo gracias a los rescatables 45 minutos de Gracián. La vieja apuesta de asociar al Tano con el Patito fue desempolvada y dio resultados más por la inspiración del primero que por el aporte intermitente del segundo. A su vez, fue interesante disfrutar de las proyecciones de Vélez y el sobrio trabajo de presión de Tuzzio y Battión. La premisa de jugar por abajo y asociarse con toques se desarrolló ante la pasividad del Albo, que sólo llegó dos veces de contragolpe (Gigliotti y Grazzini). En el pobre presente, ese periodo inicial fue una dulce bocanada de aire, un aliento a la ilusión.

Luego de la lesión de Pérez, quedaba la incógnita sobre quién iba a tomar marcas por la izquierda del mediocampo. En el primer tiempo no hubo demasiados sobresaltos, pero todo cambió en el complemento. El gol de Battión (pudo haber hecho un golazo de antología, unos minutos antes) era el empujón final para sellar el partido y administrar contragolpes como ante Godoy Cruz. Sin embargo, el Albo detectó la grieta mencionada por la izquierda y lanzó artillería con Vella y Torassa por esa franja. Es cierto que el Turco probó con Mancuello para tapar el agujero, pero no dio resultados.

Lo lamentable fue que, otra vez, el Rojo fue preso de sus nervios y perdió contra sí mismo. Y luego de esa derrota de identidad, quedó de rodillas a merced del visitante. Uno se pregunta por la pésima salida de Assmann, por la soledad de Ereros y Gigliotti, y por los Velázquez (¿no hubiera sido mejor preservar a Julián, que venía cansado de la Selección?). Uno se pregunta por qué no se pudo reaccionar a tiempo ante un rival que avisó con bastante anterioridad. Los gestos de Mohamed en el banco fueron elocuentes: ¿qué les pasa, muchachos? Más allá del 2-2 que sirve de poco, Independiente cayó por goleada en su propio duelo interno, ése que no le permite salir a flote.

MR
TyC Sports

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