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Fue hace dos veranos, como un amor fugaz, de esos que perduran en la memoria sensitiva, al margen de los dictados del corazón. El flechazo de Patricio Rodríguez, casualmente en estas arenas, sacudió a River y a Boca, nada menos. Entonces, los flashes iluminaron la figura de un pibe que, apenas, tenía 17 años. Pero, aunque parezca contradictorio, esa actuación inolvidable fue un boomerang para su carrera.

“Estos dos partidos fueron positivos, me llevo cosas buenas, pese a las derrotas. Aprendí a estar tranquilo y tener perfil bajo. Todo me pasó de golpe. Ahora, con 20 años, puedo ver las cosas desde otro punto de vista”, le dice Patito a Clarín , tras tomarse un licuado en La Perla, la playa más cercana al hotel de Independiente.

- ¿Te llevó por delante toda esa repercusión que tuviste?
- Fue todo muy raro para mí. No estaba acostumbrado a eso. Pero vengo de una familia bien, que supo apoyarme. A mí no me cambió la vida salir en las tapas de los diarios. Simplemente, tengo que estar tranquilo y seguir mejorando. En ese momento, sabía que me faltaba mucho y en dos partidos no iba a aprender todo.

- ¿Y no creés que esa actuación fue contraproducente? Porque entonces, la gente te empezó a exigir.
- Es que al irse el Kun Agüero, la gente buscó un reemplazo en mí. Hice un gol ese verano y todos creyeron que era su sucesor. Y, cuando me tocó debutar, en inferiores sólo tenía 12 partidos de corrido. Lo que más rescato es que pude seguir acá, jugar con esta camiseta y lograr un título.

- ¿Cómo está la relación con la gente después de ese título?
- Gracias a Dios, muy bien. Porque venía tambaleando. La remonté con mi actuación en la Copa, de la primera fase hasta la final, pude tener buenos partidos.

- ¿Los entendés a los hinchas? ¿Cuánto tiene que ver esa exigencia con la “10” que te toca usar?
- Es un tema la “10” acá. No la usa cualquiera después de Bochini. Lo sé muy bien. Sin dudas, no es lo mismo. Por eso, al ganar la Copa, tuve un desahogo muy grande. Salir campeón y tener una buena final, fue fundamental. Eso hizo que pudiera levantar mi nivel.

- ¿Renegaste un poco de la “10”?
- No, siempre estuve contento con esta camiseta. Cuando se fue el Rolfi (Montenegro) había que darle este número a alguien y el presidente (Julio Comparada) decidió que fuera yo. Traté de tomarlo como un número más, pero justo subió Santoro y no tuve continuidad. Con Borghi, tampoco. Con el Tolo (Gallego) tuve más chances. Pero el que me devolvió el lugar fue el Turco (Mohamed). Con él, me siento muy cómodo.

- Mohamed dice que tenés que entender que sos un jugador maduro.
- Y yo lo escucho mucho. Me da libertad para jugar porque entiende la sensación de jugar del medio hacia arriba. No es lo mismo que el técnico sea un arquero o un defensor, lo vive todo de otra manera, que era lo que me pasaba con Santoro. El Turco, en cambio, fue delantero y me entiende.

Dice que es un pibe como cualquiera, que juega a la Play Station con Real Madrid y que uno de sus sueños es jugar en la Casa Blanca. Pero, claro, no quiere apurarse.

“Tengo que aprender mucho” , reconoce. Y está bien que ponga los pies en la arena. No quiere que se lo vuelva a devorar un verano.

Daniel Avellaneda
Diario Clarín, 22 de enero de 2011

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