0

El capitán se puso serio y exigió silencio. Con su voz de siempre, calma pero esta vez entrecortada, comenzó la arenga. Corta, cortísima para un triunfo tan trascendente. Hasta se puede sintetizar en estas pocas palabras: "... y todos nosotros queremos dedicarte este campeonato a vos, Bocha, en el día de tu cumpleaños". Era Rubén Galván ofreciendo una de las victorias más importantes de Independiente a un hombre que, 24 años atrás, había nacido con destino de héroe. Fue en Córdoba, el jueves 26, a las 2.47 de la mañana Ricardo Enrique Bochini agradeció con las frases que la circunstancia hace comunes. Su rostro, generalmente inexpresivo, se distendió en una amplia sonrisa mientras un brillo extraño se apoderaba de sus ojos. Quizás, después de mucho tiempo, se reencontraba con esa compañera casquivana que lo había abandonado preocupando a todos. En esa madrugada del jueves 26, Bochini volvía a ser feliz...

Hubo otras noches deslumbrantes. Hubo y parecieron insuperables. Aquella de Roma, cuando con Bertoni rompieron los sueños de la Juventus. O la de Vélez, cuando con la camiseta de la selección nacional tomó la batuta ante Uruguay y brindó un concierto inolvidable. Hubo, sí. ¿Te acordás, Bochini?

"Me acuerdo de todo eso. ¡Cómo no voy a acordarme! Pero esto la supera. Se juntan muchas cosas. Mi cumpleaños, la primera vez que salgo campeón con Independiente, porque hasta ahora había ganado solamente Copas. Y todo lo que rodeó al partido. Ahora puede parecer sencillo explicarlo, pero hay que meterse en la piel de uno, adentro de la cancha, cuando pasan cosas extrañas. Cuando lo expulsaron a Larrosa, ¿sabe lo que se fue diciendo? 'Esto es una usurpación', decía, y le mostraba la camiseta a Barreiro. Yo también estaba como enloquecido y decía que me quería ir. Pero no, ¿qué me iba a querer ir...? Es que uno se siente impotente, avasallado. Está bien, se puede equivocar. Es humano, pero también es humana la reacción contra la injusticia. ¿No teníamos derecho a sentirnos perjudicados?"

Bochini se va acercando a los momentos culminantes. Ya desapareció la sonrisa, viene el centro, salta Bocanelli y un estadio que explota. Y una decena de bocinas que parecen querer tapar todo con su ruido. Miles de banderas albiazules agitándose. Y un hombre de negro, lívido el rostro, que retrocede porque otros once se le vienen encima. Y muchos más que llegan desde el costado de la cancha. Y la policía. Y los fotógrafos. ¿Qué es eso?

"Eso es una barbaridad. Cómo puede dar validez a un gol que se convierte con la mano. Porque ese gol lo hicieron con la mano. Lo vieron todos. ¡Cómo íbamos a aceptar callados esa sanción! No sé, no sé qué pasó o qué pudo pasar. ¡Menos mal que entró Pastoriza! Galván le dijo al referee que lo echara, que prefería irse de la cancha. 'Tengo dos hijos -le decía- y me da vergüenza esto. Echeme, écheme...' -le decía. Y cuando Larrosa le preguntó por qué no lo echaba a él, también le sacó la roja. Para colmo, además expulsó a Trossero. Quedamos ocho".

Iba a ser drama. Fue epopeya. "Pastoriza, que nos había salvado, mostró todavía la serenidad suficiente para acertar con los cambios. Yo no sé cómo pudo tener la mente tan fría para pensar que todavía nos quedaba chance. Eramos ocho contra once y ellos ganaban 2 a 1. Sacó a los dos punteros, hizo entrar a Biondi, que tiene mucha habilidad, mucho manejo de pelota, y también a Bertoni. Sinceramente yo pensé que venía la goleada. Outes, en cambio fue el más optimista. '¡Andate, Pato, ándate que ganamos!', le pedía en medio del desorden. ¡Qué vamos a ganar!, pensaba yo. Y decía que me quería ir pero no, ¡qué me iba a ir! En realidad no sé qué quería. Cuando Larrosa se fue me abrazó: '¡Vamos, Bocha, que somos hombres!', me dijo."

Euforia total...y no fueron tapa de El Gráfico

Fueron ocho minutos los que cambiaron la historia. Los ocho minutos que pasaron desde el gol convalidado por Barreiro hasta que Outes puso otra vez en movimiento la pelota... lenta, cansina, casi hasta provocativamente.

(...) "Los ocho procurábamos asegurar la pelota. Por ahí encontré una, pasada ya la mitad de la cancha, y lo busqué a Bertoni; me la devolvió cortita y seguí Se la puse de vuelta, la jugó con las dos piernas y vi que varios de ellos se iban al bulto. Me abrí hacia la izquierda justo cuando la pelota fue a los pies de Biondi. Mariano también se abrió un poco cuando salió Guibaudo y la tiró hacia donde yo avanzaba. Le di con el alma y grité el gol de mi vida. ¡Sí, éste fue el gol de mi vida! Entró Pastroiza, me abrazó, me zamarreó y me calmó por completo. Estábamos 2 a 2 y con ese resultado éramos campeones. ¡Campeones jugando ocho contra once y en cancha de ellos! Increíble. Cuando sonó el silbato final y dimos la vuelta olímpica, los hinchas cordobeses que estaban sufriendo una decepción tremenda nos aplaudieron a nosotros."

Ricardo Enrique Bochini había retomado su destino de héroe. Porque goles había convertido muchos. Algunos importantes, como el de aquella noche en Roma. Pero éste era distinto. Ya estaban vencidos cuando después del empate de penal llegó el gol de Bocanelli. Perdidos, prácticamente perdidos, cuando quedaron ocho contra once. Era la desesperación, era el drama. Fue la gloria. La gloria que sólo pueden alcanzar los predestinados. Ricardo Enrique Bochini llegó a ella justo el día en que el calendario marcaba sus 24 aniversarios.

Pasarán muchos años. Se jugarán muchas finales. Pero el hincha es siempre leal a aquellos acontecimientos que lo conmueven. Y esa jugada será leyenda y en la leyenda asomará una y otra vez Ricardo Enrique Bochini asumiendo su rol de héroe.

Escúchame, Bochini. ¿Te das cuenta que entraste en la inmortalidad?

-Sólo sé que soy feliz. Hoy soy feliz.

Eduardo Rafael
Revista El Gráfico, Edición 3043, 31 de enero de 1978.
Gracias a Las Ñuses del Rojo.

Publicar un comentario