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Reproducimos la siempre lúcida mirada de Ezequiel Fernández Moores.

Vende más hablar del bidet de lujo que pidió Diego Maradona en la concentración de Pretoria. Pocos hablan, en cambio, del baño con "temática africana" que, según medios de Johannesburgo, pidió Joseph Blatter en su lujosa suite del imponente cinco estrellas Michelangelo Towers, en Sandton, según dicen, el barrio más rico de toda África, y en el que la proporción se invierte, dos negros cada ocho blancos. El Daily Voice de los afrikaans dibujó hace unas semanas a Blatter sentado en el inodoro de un baño con temática africana, es decir, pobre.

También el irreverente Zapiro, en el Mail &Guardian, se burla de los lujos de Blatter. El Michelangelo está en el Mandela Square, un shopping de cinco pisos y 250 negocios que incluyen pieles, joyas y arte, además de piletas climatizadas y un spa renacentista. Las 242 habitaciones van de 450 dólares la más barata a 1700 la presidencial. La de Blatter tiene alfombra roja, vino sudafricano y agua francesa en la heladera y cinco guardaespaldas en el pasillo. Enfrente, en medio de negocios de Cartier, Louis Vuitton y Mont Blanc, está el Centro de Convenciones de Sandton. Allí abrirá hoy la FIFA su 60º congreso. Con "la familia unida y obviamente feliz", asegura Blatter, que anunciará que hay más dinero para repartir. Un anuncio oportuno, luego de que Asia, que agrupa 46 votos, avisó que presentará un candidato para competir contra Blatter en las próximas elecciones. Blatter sabe que hoy África está de su lado. Él impuso a Sudáfrica como sede del Mundial que comenzará el viernes en Johannesburgo. La apuesta es audaz. Porque los partidos de Sudáfrica 2010 no se jugarán precisamente en Sandton.

La apertura, se sabe, será en el Soccer City, en Soweto, el barrio que sufre hacinamiento, pobreza y violencia y que muestra orgulloso su heroica resistencia al apartheid. No es un dato menor que el Mundial se abra y se cierre en Soweto. Donde sólo algunos años atrás la gente moría luchando por una vida más digna. El capitán de la selección sudafricana que debutará el viernes ante México, Aaron Mokoena, recordó hace unos días que un 17 de junio de 1992, en una recordada masacre de Boipatong, en Soweto, que costó la vida a más de cuarenta personas, su madre lo disfrazó de mujer para salvarlo de la cacería blanca. El cuestionamiento al Soccer City llega por otro lado. Las ganancias que deje de aquí a diez años el estadio más grande de toda África, con capacidad para 94.000 personas, irán a parar a una pequeña compañía privada creada en 2009 y vinculada con el poder político.

La revelación forma parte del libro Player and referee, elaborado por el Instituto de Seguros Sociales de Sudáfrica. Se trata de un informe devastador de 236 páginas del que participaron destacados periodistas de investigación de Sudáfrica y que incluye al británico Andrew Jennings. La FIFA, que le prohíbe el ingreso a sus conferencias de prensa, intentó hace unas semanas impedir que Jennings dictara una conferencia en Miami. No tuvo suerte: "Offshore Alert -fue la respuesta que recibió Lawrence Cartier, abogado de la FIFA- fue demandada siete veces y jamás perdió una causa ni pidió disculpas. La primera persona que nos demandó cumple 17 años de prisión".

La FIFA también quiso prohibir el libro de Jennings. Pero Foul fue traducido hasta en la China. Player and referee, que casi no ha tenido difusión en la prensa internacional, revela por su lado negocios que permiten sospechar por qué razón el gobierno sudafricano elevó los gastos del Mundial a unos 4200 millones de dólares, mil millones destinados a la construcción de nuevos estadios, algunos de los cuales con firme destino de elefantes blancos. El libro no rechaza de ninguna manera el derecho de Sudáfrica de celebrar el primer Mundial en el continente africano. Pero se pregunta por qué el Soccer City terminará en manos de la desconocida National Stadium SA (NSSA). O por qué el Green Point de Ciudad del Cabo tuvo un gasto récord y terminará siendo la carga más pesada para los contribuyentes de esa ciudad.

Fueron otros dos estadios, sin embargo, los que provocaron más polémicas en la combativa prensa sudafricana. El primero es el Mbombela, de Nelspruit. El estadio cercado por 18 jirafas de acero parece un plato volador en medio de la nada. La nada, en rigor, es la pobreza de Mataffin, una aldea con muchas casas precarias, sin agua y sin energía y cuyos habitantes todavía aguardan que se cumplan las promesas de trabajo que incluía la construcción del Mbombela. El incumplimiento provocó revueltas populares y en la represión fue baleado un anciano de 75 años. Ocho personas, dijeron informes de la prensa sudafricana, murieron bajo circunstancias sospechosas tras denunciar irregularidades, una de ellas un funcionario municipal. Dos escuelas debieron cerrar para la construcción del estadio, que sólo albergará cuatro partidos del Mundial. El estadio, según calculó David Smith en The Guardian , costó 171 millones de dólares. A razón de 43 millones por partido, 475.000 dólares por minuto jugado. No hay modo de que la población local aproveche ese gigantismo y nadie sabe cómo será mantenido el estadio tras el Mundial.

Las aulas de las escuelas desplazadas servirán durante el Mundial de base para las oficinas de la FIFA. Pero los mayores dolores de cabeza para la FIFA no vinieron de allí, sino del Mabhida Stadium, de Durban. Los diarios Mail&Guardian y The Mercury iniciaron una cruzada judicial invocando leyes sudafricanas que obligaban a mostrar los contratos que Durban había contraído con la FIFA. Danny Jordaan, el hombre fuerte del Mundial sudafricano, dijo que se trataba de contratos privados. Pero los dineros eran públicos. Y la justicia dio la razón a la prensa. Los periodistas Adrian Baason y Colleen Dardagan publicaron contratos que dejaron de ser secretos. Desnudaron de qué modo la FIFA asegura sus ganancias gracias a dineros que son públicos. Las cláusulas leoninas de la FIFA fueron aceptadas sin chistar por Sudáfrica. Así fue con todo. ¿No suena acaso ofensivo para la formidable música africana que se haya aceptado la imposición de que la colombiana Shakira sea la animadora central de la apertura?

El capítulo quinto del libro desnuda de qué modo la FIFA impone contratos de exclusividad y asegura ganancias a través de las empresas Match Event Services y Match Hospitality, aunque Sudáfrica, se sabe, no les resultará tan rentable como imaginaban. Lo había adelantado el documental Farenheit 2010, dirigido por Craig Tanner y que fue difundido en varios países, pero no dentro de Sudáfrica. El documental denuncia la inutilidad de estadios construidos donde ya había otros pero que fueron descartados porque no cumplían con todas las exigencias de la FIFA. "Nos arrodillamos ante el Rey Sepp", escribió el periodista Jubulani Sikhakhane en el Sunday Tribune el 2 de mayo pasado.

Farenheit había adelantado el contraste de los dineros elevadamente sospechosos que costó el Mundial con los niveles de pobreza que aún hoy sufre el país. El tema es tan recurrente como inevitable. Más aún cuando ya es público y notorio que no vendrán los turistas prometidos, que no subió la ocupación como se esperaba y que tampoco los beneficios económicos serán los anunciados.

Ocurre lo mismo en casi todos los Mundiales y Juegos Olímpicos. Pero si el continente más pobre de la Tierra siguiera marginado de los Mundiales, el planteo, acaso, sería hasta cuándo la FIFA mantendría a África sin la posibilidad de celebrar un Mundial del deporte rey. "Tenemos problemas como muchos, pero usted puede ver que éste es un gran país", me dice Mike, taxista, casado con tres esposas, "como el presidente Zuma", agrega. "Claro que veo los contrastes, pero el Mundial es una excusa para que el mundo nos conozca mejor y para que nosotros conozcamos mejor al mundo", me resume el mozo de uno de los restaurantes del Michelangelo Towers mientras cierro el artículo, ya pasada la medianoche en Sudáfrica. El mozo nació en 1975, cuando Sudáfrica luchaba contra el apartheid. Su padre, optimista como él, le puso el nombre de Freedom (libertad). Como Freedom piensa la mayor parte de los sudafricanos con los que hablé desde mi llegada a Johannesburgo. Están orgullosos y entusiasmados con el Mundial. Ven el fútbol como una formidable vidriera para demostrar que Sudáfrica es un gran país y que África puede organizar un Mundial. Y agradecen a Blatter, que mañana, en el Congreso de Sandton, anunciará el crecimiento económico de la FIFA.

Ezequiel Fernández Moores
Diario La Nación, 8 de junio de 2010.

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