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Sólo siete días nos separan de la vuelta a casa tan esperada. Independiente volverá a ser local en el Libertadores de América y no podemos dejar de ilusionarnos con cómo será esa noche.

Falta apenas una semana para que el Rojo vuelva a jugar como local luego de dos años y diez meses. ¡Cuántas expectativas puestas en el regreso a casa! ¡Cuántas ilusiones compartidas por miles y miles de hinchas que llenarán nuevamente ese espacio mítico en la intersección de Alsina y Cordero/Bochini!

¿Cómo imaginarse aquel 4 de marzo de 1928, cuando 60.000 almas acudían a ver Independiente-Peñarol en la inauguración del primer estadio de cemento de Sudamérica? El Rojo, tres años antes del comienzo de la era profesional de nuestro fútbol, llenaba canchas como para hacer una de tanta envergadura, a nivel internacional.

Imposible no pensar además en los probablemente millones que en el Siglo XXI seguirán esta reapertura a través de la televisión, internet y también por radio... Seguramente el Rojo deberá prever un servicio de cardiología especial para esa noche en la que más de uno sufrirá algún dolorcito en el pecho, que se parecerá a la felicidad, pero vendrá mezclado con nostalgias, alegrías, recuerdos de momentos compartidos, del tiempo transcurrido y el paso inexorable de los años.

Porque aunque aún no esté terminada en su totalidad, el regreso a casa significará mucho para todos los hinchas de Independiente. Para los que vayan por primera vez, que seguramente los habrá, conocerán una nueva etapa y serán testigos de algo que se contará por muchos años. Para quienes éramos habitués de la Doble Visera, imagino que será inevitable la emoción y el recuerdo de aquello que se fue, mezclado con la alegría de esto que es hoy.


Hemos elegido para titular esta editorial una frase de Babasónicos, del primer disco, para contar aquello que pensamos se va a dar cuando todo el Estadio cante a la vez sus sueños e imaginarios, recordando todo eso que se mezcla en el sentir por un cuadro de fútbol. Ansiaremos conseguir en esta nueva historia un camino tan fructífero como los años de gloria que vivió nuestra vieja Caldera del Diablo.

En lo que disentimos con la canción es cuando dice que "al infierno no me llevan ni a patadas". Ahora sí queremos ir allí, volver a ese, nuestro Infierno, tan encantador. Y faltan sólo siete días.

Emiliano Penelas

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