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Hace cinco años fallecía José Omar Pastoriza, el gran Pato que supo consagrarse como jugador y técnico en Independiente. Aquí, el recuerdo de la página oficial del Club y de Eduardo Verona en Diario Popular.

El 2 de agosto de 2004, José Omar Pastoriza dejaba este mundo a la edad de 61 años. El Pato es sinónimo de Independiente, y dejó su marca en varios pasajes de la historia Roja. Con su garra, su temple, su liderazgo y su espíritu ganador, no sólo le alcanzó con llevar al Rojo a ganar la Copa Libertadores como jugador, sino que fue campeón del mundo como técnico, ante Liverpool en 1984. El Recuerdo a un grande.

Nacido en Rosario el 23 de mayo de 1942, se inició en Colón de Santa Fé, y de allí pasó a racing. En 1966 lo contrató Independiente y permaneció hasta fines de 1972, en que fue transferido al Mónaco, de Francia. A mediados de 1976 volvió, ya como entrenador. En esta función tuvo varias etapas en el club, la última en 2004.

Jugador elegante, de magnífica pegada del balón, patrón de la mediacancha por sus condiciones técnicas pero también por personalidad, contribuyó enormemente a formar los sólidos grupos humanos que posibilitaron la formación de la célebre "familia Roja" una mística que permitió al club obtener muchos campeonatos.

Empezó actuando en 1966 como número 5, al llegar Raimondo pasó como volante por derecha y con el tiempo, y por imperio de sus cualidades técnicas, terminó siendo el armador, el 10 del equipo.

Imposible olvidar su golazo de tiro libre frente a River Plate en el Monumental que proporcionó, en el último minuto, el triunfo por 3 a 2 y la obtención del campeonato. O aquellos dos golazos, también de tiro libre, frente a Rosario Central que fueron determinantes para ganar la Copa Libertadores de 1972.

En su notable cosecha, el "Pato" ganó, como jugador, los títulos argentinos de 1967-70 y 71 y la Copa Libertadores de 1972. Como entrenador obtuvo los campeonatos nacionales de 1977-78 y 83 y las Copas Libertadores e Intercontinental de 1984.

Gustaba jugar y hacer jugar el fútbol ofensivo, pero siempre condimentado con una fuerte dósis de temperamento. Inolvidable por su aporte, queridísimo por los hinchas.

Fuente: www.caindependiente.com

Un alto exponente de los códigos del fútbol
Una noche de hace 5 años, el hombre se despidió. Ese lunes 2 de agosto de 2004, a José Omar Pastoriza se le paró el corazón. Y quedaron sus recuerdos y sus pasiones. Por aquellos días el Pato era el técnico de Independiente. Hacía años que deseaba volver a dirigir al Club que lo había proyectado al primer plano. La posibilidad se la venían negando, hasta que en el arranque de 2004 pudo concretar el regreso con el objetivo de reconquistar la Copa Libertadores.

Era la gran ilusión
Esa era, precisamente, la gran ilusión que tenía Pastoriza: devolverle a Independiente la grandeza perdida. “Esta es mi casa”, solía decir cuando le preguntaban por el sentimiento que le despertaba el Rojo de Avellaneda. No había demagogia en esas palabras. Tampoco la pretensión de ser políticamente correcto para provocar adhesiones. No las necesitaba. Y si las hubiera necesitado tampoco habría utilizado los medios para ganarle al escepticismo, la indiferencia o la ingratitud.

Cuando se habla de los códigos del fútbol que, en definitiva, son los códigos de la vida, es imposible soslayar que un alto exponente de esos códigos fue Pastoriza. Se sabía desde siempre que el hombre que arrancó jugando en Colón, pasó por racing, hizo una escala gloriosa en Independiente y terminó su carrera en el Mónaco de Francia, abrazaba la discreción. En esas leyes no escritas que no se enseñan ni se aprenden en ninguna universidad ni en ningún seminario dictado por notables, los fundamentos son simples pero rotundos: ir de frente, no botonear, tener palabra, ser solidario, no ser obsecuente ni arribista, respetar a todos y exigir respeto.

La gran prioridad
En ese marco de convivencia que plantea responsabilidades y compromisos inobjetables, Pastoriza, al igual que tantos otros hombres de su generación, fue sensible a ese mandato. Así transmitió su mensaje futbolero. Sin demasiadas vueltas. Sin versos. Sin agachadas. Sin traiciones. Y sin aires de tipo superado que hoy son tan comunes en la aldea globalizada de estos tiempos.

Sus virtudes como entrenador se encuadran en la lógica del hombre que convoca al sentido común. Por encima de la táctica, el juego. Por encima del sistema, los intérpretes. Y en primera fila el concepto. No fue un adelantado el Pato en el arte de la dirección técnica. Tampoco revolucionó el mundo inabarcable del fútbol, pero siempre estableció una prioridad que lo marcó a fuego: primero están los jugadores, después viene todo lo demás.

Capacidad para conducir
Y todo lo demás es también la capacidad para conducir, armonizar, crear condiciones, optimizar recursos, generar climas. En ese escenario, Pastoriza fue un capo. Por ese método tan casero y doméstico le llovieron palazos de los sectores más oscuros que lo criticaron por sus históricos asados, por su hipotética liviandad táctica para afrontar los partidos, o por no ser funcional a los vientos de cambio que proponían un fútbol entregado a todas las modernidades y a todas las pequeñeces.

Resistió como pudo el Pato. Trabajando o estando desocupado. Plantó una semilla valiosa en el fútbol venezolano dirigiendo a su selección y siempre esperó que otra vez se le abriera una puerta en Independiente, como finalmente sucedió. En definitiva, fue su último refugio. El sueño de reconquistar la gloria Roja quedó entonces inconcluso.

Pero ese flash no opacó nada. El Pato ya había dejado una estela. Y una sensación: se fue pero igual sigue estando.

Eduardo Verona
Diario Popular

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