
Estratega, personalidad y pegada fueron sus atributos cuando su altanera figura se movía por el verde césped. De sus pies podían llegar los mejores cambios de frente o filosos pases para que Bernao, Yazalde, Tarabini, Balbuena, entre otros, pueden quedar cara cara con los arqueros rivales. Se fue de Independiente en 1972 con destino a Mónaco. Sí, al principado de Rainiero, y hasta se dice que hasta en el palacio monegasco el olor a asado varias veces paseó por los jardines de la familia real.
Ya retirado, volvió a Independiente como DT en 1976. Tuvo que armar los restos del Tetra campeón de la Libertadores de 1972 a 1975. A los pocos partidos alzó la Interamericana, la tercera del club, y fue limpiando un plantel que en los Nacionales 1977 y 1978 dio la vuelta olímpica. Primero ante Talleres de Córdoba en el 2-2 con tres jugadores menos y al año siguiente contra River, un equipo repleto de Mundialistas. Luego anduvo por la T, racing y Millonarios de Colombia, para volver a mediados del 83 luego de que su Independiente se quedara dos veces en las puertas de sendos torneos ganados por Estudiantes. Y el 22 de diciembre, ante racing, llenó de gloria otra vez a la Casa Roja ganando el Metro y clasificando a la Copa Libertadores. Preparó a su equipo con la experiencia de haber jugado y ganado dicho torneo. Le costó, pero todavía se recuerda la primera final ante Gremio, al que todos dicen que fue el partido perfecto con aquél gol de Burruchaga en el Olímpico de Porto Alegre. Tres días más tarde daba la vuelta en Avellaneda en otra Copa con el empate en cero. Nada le importó el frío y que venía arrastrando problemas cardíacos que lo tuvieron internado y no pudiendo dirigir algunos partidos. Ya, a fin de año, logró la Intercontinental que no pudo como jugador (perdió la final ante el Ajax de Cruyff en 1972) al vencer a Liverpool con tanto de Percudani.
A pesar de su éxito dejó el club, pero ocho meses más tarde, al irse Pipo Ferreiro, agarró otra vez el equipo por el pedido de su gran amigo, Pedro Joaquín Iso, quien le había dejado el puesto de presidente a Jorge Bottaro. No tuvo miedo y con una sóla práctica se animó a ir a la cancha de River. Sí, el River del Bambino Veira que venía invicto. ¿El resultado? 1-0 con gol de Percudani. Luego de obtener la Liguilla en el 87 frente a Boca, su ciclo fue decayendo y se marchó hacia las huestes xeneizes. Volvió al Rojo a fines del 90, duró poco y cuando parecía que se le cerraba la puerta para siempre y luego de peregrinar por Argentinos, Talleres, Chacarita y de poner de pie al fútbol venezolano, entre otros, volvió a la inolvidable Doble Visera para la Copa Libertadores del 2004. No le fue bien, pero su estirpe ganadora llevó al equipo a codearse con los grandes de América otra vez, y por ahora la última, pero no le alcanzó. Se despidió ese año en el Clausura con un 2-1 ante Chicago. Se fue con un triunfo, hasta que el corazón dijo basta un 2 de agosto. Y vaya que si se lo extraña, Pato
Beto Tisinovich
Olé digital, domingo 2 de agosto de 2009


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