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¿Qué bandera tardará más en aparecer, "Perdón Troglio" o "Borghi, el domingo te recibiste de cagón"? Aquellas banderas que se le pusieron al técnico saliente cuando empató en la Bombonera con un hombre más, ¿no podrán aplicarse a éste, que jugó el peor clásico de la historia, que mereció irse perdiendo 3 a 0 como mínimo, y siendo vapuleado por el racing más pobre de los últimos tiempos?


No queremos caerle encima al técnico, pero molesta cuando las palabras y los hechos no transitan los mismos caminos. Cuando se pregona el "fútbol lírico" o el espectáculo, cuando se hace una alabanza del juego bonito y por otro lado se actúa mezquinamente, se repliega el equipo para defenderse solamente, y encima se hace sin los jugadores adecuados.

Vamos para atrás. Falcioni hacía doler los ojos. Sus equipos no jugaron nunca a nada que pudiera considerarse bello. Pero Falcioni, a cara de perro, no declaraba otra cosa más que la que hacía en la cancha. Los conjuntos de Santoro, salvo en la última seguidilla, no jugaban bien al fútbol. Pero Pepé apelaba a la sinceridad al señalar que eran momentos de "necesidad y urgencia", y mentalizaba a los jugadores y la gente para eso. Cuando logró unir funcionalidad y estética, se tuvo que ir.

Troglio era una mezcla. Por un lado hablaba de más, declaraba ostentosamente y sobrevaloraba las fuerzas con las que contaba. Era "un motivador" como se dice ahora. Quizás se fue de boca, justamente, gracias a lo que declaraba. El pez por la boca muere. Aquel equipo, que había tenido un buen arranque del Apertura y se cayó estrepitosamente sobre el final, cuando se le vinieron todos los clásicos y partidos complicados encima, no jugaba mal, pero su técnico era demasiado hablador.

En el Clausura se le acabaron los créditos, y perdió un partido de visitante en la cancha de Boca ante un equipo que, aunque disminuído por una expulsión, no dejaba de ser inquietante. Se lo acusó de tribunero, aunque quedó demostrado que no lo era, y de amigo de los jugadores. Jamás se le perdonó ese excesivo gusto por el discurso, y las banderas se lo hicieron saber.

Ahora es el turno de Claudio Borghi. En su manual de fútbol figuran en letras de molde las palabras que todos queremos escuchar. Jugar bien, salir con la pelota, no sólo vale ganar, atacar, etc. Sin embargo, lo que se ve en la cancha, lo que el que va a ver a Independiente aprecia, es que nada de eso se plasma en el campo de juego, y en lo que va de la Temporada sólo se recuerdan algo así como 60 minutos de buen fútbol: el primer tiempo ante Estudiantes en Avellaneda y los veinte iniciales en la revancha en La Plata.

El primer tiempo contra el Pincha, y lo que hasta ahora se vio en el campeonato, es demasiado pobre para un equipo que hizo la pretemporada que el técnico pidió, que trajo refuerzos a pedido del nuevo DT y que aspiraba, al menos, a no quedar eliminado en primera ronda del único torneo internacional que se jugaba en cuatro años.

Independiente jugó muy mal frente a Vélez, no hubo remontada frente a los tucumanos, a pesar de que se consiguió un agónico gol sobre la hora, y pésimo ante racing. A todo esto, sobre el final del Clausura la suma de empates consecutivos, y la clasificación a la Copa, conseguida con sufrimiento en los últimos minutos del año futbolíostico, fueron demasiado poco para alguien que sostiene desde la palabra que el placer del juego está por encima de todo.

Hay que darle tiempo, pero ojo, se prendió una luz de alerta. Las palabras y los hechos deberán ir de la mano, y hay que revertir este mal paso pronto, o nuevas banderas flamearán.

Emiliano Penelas

* Esta editorial fue escrita antes de los incidentes y la aparición de la bandera que sospechábamos podía salir. Decidimos no modificarla.

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