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Hace dos semanas salió publicado esta entrevista a Alejandro Apo por Rodolfo Braceli, publicada en su sección "Hojas del caminante quieto", en la Revista dominical del diario La Nación.

Alejandro Apo, periodista deportivo y mentor de un
fenómeno radial que tiene la lectura como eje central

Bioy Casares enseñó que uno de los más arduos corajes es el que se necesita para la confesión. Alejandro Apo, en este encuentro con Rodolfo Braceli, encarna esa actitud. Un personaje conmovedor.

El hombre que en este siglo más hace leer en la Argentina me deja entrar a su casa. Sumamente alto y, ya verán, sumamente muchacho, cada vez que lo veo tengo la impresión de que ha pegado un estirón; claro, es un grandulón condenado a ser muchacho, alguien que para los códigos convencionales difícil que siente cabeza. Antes de seguir: envainemos el dedito de juzgar. Estemos a la altura de la confesión. Alejandro Apo se llama Alejandro Alfredo Rutschi. Apito, vagoneta, le usa el seudónimo a su padre. Saca pecho cuando dice “papi es el Apo verdadero”. Comentarista de fútbol con Víctor Hugo Morales, hace once años empezó Todo con afecto en esos horarios muertos de la siesta de los sábados, por Continental. Cordiales horas basadas en la lectura de cuentos futboleros. De ahí salió, hace nueve, un espectáculo despojado: él, mesita, papeles y libros bien desordenados, y el soporte de un músico. Y esto resultó, o el huevo del señor Colón o la gallina de los huevos de oro. Sin maquillaje ni escenografía ni nada, ya suma 120 mil espectadores, 270 ciudades. El fenómeno radial Apo tiene un supremo referente: Hugo Guerrero Martinheitz. Fuera de los premios, de la colosal audiencia, aquí se está concretando algo tan invalorable como asombroso: miles de personas de diversa edad y situación social entran por primera vez en una librería, ingresan al mundo de Cortázar, Benedetti, Fontanarrosa, Blaisten, Giardinelli, Sasturain, Rulfo, y etcétera, por él, por Apo. Y esto pasa en tiempos azotados por el analfabetismo y la analfabetización y el rechazo a la lectura.

Ya estoy en el departamento de tres ambientes, reducidos a uno, del hombre que más hace leer. Me recibe en mocasines, el torso desnudo, con un afligido short que a la altura de la cintura pide por favor un talle más. En el medio del apretado living que, ya se ve, es también dormitorio, hay un sofá que hace de cama. Repisas y bibliotecas rebosan de libros y pilas de diarios. Descubro una mesa, también desbordada por libros y diarios y compacts. Enero nos aprieta y nos apreta con el calor y la calor. El ventilador de techo gira lento, resignado. Aquí no hay refrigeración, ni computadora. ¿Y las sillas? Las tres que alcanzo a adivinar están ahogadas con más libros. Apo convierte la magra cama en sillón:

–Tranquilo Rodolfo, ya tendrás una silla, estoy habilitando todo por vos ahora… Aquí la tenés, mirá qué divinura: no vas a disfrutar de muchas más cosas como éstas… Vení, allí tengo dos piezas más. Una para cuando vienen mis hijos y la otra, bueno, anulada… Te muestro la pieza de ellos (le florece su sonrisa de dientes de conejo)… Esa, la cama de Luciana, y ésa, la de Lucas. Divina la pieza, ¿no? Pero bueno, la tengo invadida por mí también (señala perchas con sus trajes y camisas, y una pila de remeras).

–¿Y la otra pieza?
–¡Misterio! Te morís por verla. Mirala, te abro la puerta.

–Madremía, metros de libros apilados en el suelo, diarios, todo el papel del mundo… pero hay un cierto orden eh.
–Trabajo arduamente sobre eso. Trato de cumplirle a mi analista… Tengo todas las gaseosas del país, ¿qué querés?

–Agua con gas.
–Sin gas tengo. Helada. ¿Te satisface? No me digas que no estás cómodo. Con silla y todo… Sabés, así como ves, tengo amigos que dicen que soy un banco, y ganan el 10 por ciento de lo que gano yo: Romina, el ingeniero Andrés Pinto, alias Moti, y resulta que ellos me prestan… Tengo una enorme facilidad para generar dinero y una mayor facilidad para gastarlo. Impresionante lo que quemo.

–¿Cómo hacés para gastar tanto?
–Tengo un talento especial. Soy como cierto gran químico que transformaba la guita en mierda. Pero voy al mejor psicoanalista, Raúl Conforti. Maestro total.

–¿Y qué consiguió con vos?
–Escuchame, antes me manejaba tan mal con la guita que ya no me podía sostener. Ahora me sostengo.

–Con lo que ganás llegas al 10.
–Cobro el 10 y llego al 18. Después pido y devuelvo… (Se va. Vuelve con una botellita de agua, sin vaso.) ¡No me digas, más que esto no podés soñar, Rodolfo! Te conseguí una silla y enseguida viene un capuchino y aparecen mujeres, ¡un gran momento yo creo!

–Inolvidable. Seré curioso, Alejandro, ¿cómo viviste el 2001, el corralito?
–A ver… Entonces uno podía sacar hasta 1200 por mes. ¡A mí eso me benefició! El ministro de Economía me puso el ordenador, gratis me lo puso. Me dijo: ¡no se lleve la plata para gastarla!

–¿Y se puede saber en qué gastás?
–La verdad, no sé. No tengo amantes, ni country; auto no tengo… Moti dice que yo averigüé con el Gran Maestro de la Eternidad si hay quioscos allá, en el cielo o en el infierno. Y no hay. Ergo: me lo gasto todo acá. No quiero ser el más rico del cementerio. Allí voy a llegar pelado, seguro… Pero tengo confianza: me voy a ordenar algún día.

–¿Hablás en serio?
–En serio hablo. Un amigo del alma, Lito Blanco, me salvó la vida, me rearmó. Yo tenía líos con las deudas, hasta los empleados del banco se me escondían. El grupo de mi amigo me criticaba severamente, me decían que generando tanta guita yo vivía como la mierda. Coincidían en que es un maltrato muy grande el que me hago. Me estaban dando duro y Lito les dijo: “Paren un cachito. Alejandro se daña, y está muy mal, pero también es verdad que ninguno de nosotros es capaz de generar plata como él en épocas de crisis, y eso hay que elogiárselo”.

–¿Y por qué decís que te salvó la vida?
–Porque me hizo ver mi costado positivo. Que la guita no siempre es basura material. Si le regalo a mi hija Paula un viaje a Europa, le regalo crecimiento. Lito me enseñó que el significado que uno le dé a la plata es lo que la ensucia o no… A mí me dicen bohemio, lírico… pero debo decir que me gusta mucho disfrutar de la guita eh… Me hace sentir muy protegido… Pero me expongo mucho a partir de mi desmanejo.

–¿Jugás a la lotería y esas cosas?
–Ahora no, pero siempre debo controlarme; tengo adicción al juego. Especialmente a uno al que no voy más, lo suspendí en el ’92. Y eso me priva de un espectáculo que me fascina; pero mi debilidad es muy grande…

–Podés nombrar el lugar.
–Ese lugar es… jaja… mi lugar en el mundo: ¡el hipódromo...! Ah, los muchachos me deben una fija. Pero me lo prohibí. Puedo ir a un casino, a la quiniela, pero siempre estoy atentísimo. Curioso: a la droga le tengo una negación que es impactante: sólo pensar en un porro me salta la cabeza. Soy un imbécil. O no. Además, puedo vivir diez vidas sin alcohol. Pero el juego es mi debilidad… Uno siente que le gana al destino, que sabe qué número va a salir, qué caballo va a ganar; es como tener un poder especial… Yo en ese trance me puse en lugares abismales, muy angustiantes.

–¿Merodear ese abismo te produce algún miedo?
–Nunca muestro el miedo de caer en el abismo, porque ya caí. Por ejemplo, los miedos de perder el laburo yo no los tengo; sí tuve un revólver en la cabeza una vez...

–Un revólver nada menos.
–Mucho no me gusta hablar del tema… Yo andaba cerca de los 30 y, por una deuda, un tipo, mientras giraba el tambor, después de gatillar dos veces me dijo: “No jodamos más. El nene va a pagar”. Pagué. A partir de ahí hay miedos que no tengo; por ejemplo, cuando negocio mis contratos.

–¿Hoy cómo te sentís con relación al abismo?
–Estoy más de este lado, laburo mucho en el psicoanálisis. La gente dice que todo mi problema es la timba. No. Es algo más global: hay períodos en que no juego y tengo quilombo igual.

–Da la sensación de que naciste en día no laborable.
–El domingo 19 de diciembre de 1954 a las 21.05. Soy hijo de Dora Mabel Guerra y de Alfredo Manuel Rutschi. El papá de mi papá era de Zúrich. Mi vieja, embarazada de mí, preguntó cuándo iba a nacer yo. “Este chico nace la noche del 24 al 25.” Ella dijo no, yo quiero pasar con el pibe las fiestas. Se internó, rápido el goteo y nací el 19 en el Anchorena. ¡Pero soy de Villa Urquiza! Me crié en la plaza Echeverría; cuando paso por ahí me agarra una nostalgia impresionante.

Apo, a los 12 años

–¿Cómo eras de pibe?
–Era grandote, lindo yo de pibe, después no sé… Mis hijos y mi vieja odian que diga esto: que yo al reparto de voces llegué temprano, y elegí una voz linda, sonora. Pero al reparto de caras llegué tarde y no había naaada. Creo que el Maestro de la Eternidad no fue equilibrado: yo hubiera querido una voz más de pito, pero una cara más parecida, qué sé yo... a Brad Pitt… El caso es que mi voz fue decisiva. Siento orgullo y placer por esta voz mía. Me disfruto mucho leyendo en voz alta, como mi viejo nos enseñó de pibes… La cosa empezó así: cuando terminaba la cena, cada integrante de la familia leía un cuento en voz alta. Ahí nacen mis ganas de leer por radio.

–Tu programa arrancó en la sobremesa familiar.
–Así fue: yo elegía a Bradbury, a Cortázar, a Borges, y los leía, y me sentía validado por los grandes. Mi aplomo microfónico viene de allí. Digo, en radio, no en televisión.

–No te va la televisión.
–Es para los lindos. Cuando se prende la lucecita ésa yo me turbo. Soy otro en la tele, y la gente lo sabe. La radio es algo que tiene que ver con el afecto, con el amor… Allí sigo en la sobremesa de mi casa.

–Dijiste amor y apretaste las cejas.
–Mirá, si hablamos de amor te digo que yo sufrí mucho... sufrí, como dice el poeta, hace ya muchas lágrimas, por personas que desnaturalizaron la relación. Aquí me meto en un concepto por el que lucha mi gran psicoanalista: para mí, el amor es a todo o nada, es definitivo. Yo salgo con alguien, me confiesa su amor, y para mí es eterno.

–¿Es eterno?
–Qué va a ser eterno. Si algo tiene la pareja en su horizonte es la pérdida. No necesité leer a Lacan ni a Freud para saber eso: me lo enseñó la vida. A veces pasa que te dejan de querer. O que vos dejás de querer. Estoy enojado con gente a la que amé, a la que amo, y que desnaturalizó algo que es natural. Por esto soy fana de la amistad: tiene una plataforma más segura. Difícil que vos me digas no te quiero ver más. Pero muy fácil que una mujer te cite en un lugar y te diga: “Ya no me pasa lo que me tiene que pasar…”

–O tomémonos un tiempo.
–Sí, me lastima mucho cuando me dicen: “No sos vos, soy yo”. Y uno escucha eso ¿y qué hace si la ama locamente? Yo me quedo sin voz. ¿Qué quiere decir eso? “No salimos más pero vos no te culpes.” ¿Cómo no te culpes? Si estoy roto, si estoy perdiendo a la mujer de mi vida... Cuando me pasa un dolor muy grande voy y me abrazo con mis amigos. Como si fuera un abrazo de rugby o de final de fútbol.

–Cuesta aprender, como decía el Sumo Ciego, que el amor es eterno mientras dura.
–“Se amarán hasta que la muerte los separe”: la Iglesia es la única institución que sostiene eso. ¿Cómo vas a determinar la duración del amor? Eso me lo digo y tengo que aprenderlo… Pero cuando me vienen con el “no sos vos, soy yo”, no hay caso. Hablemos de otra cosa, esto duele demasiado.

–¿Qué relación hay entre lo tuyo y lo que hace tu vieja?
–Mamá es cuentacuentos, hace algo que yo no hago. Yo leo cuentos y la gente me distingue por mi naturalidad. Pero mi vieja cuenta los cuentos; los reduce sin quitarle la esencia. Recuerdo el día que descubrí su bello oficio… En el ’85 fuimos con Víctor Hugo a Venezuela, a trasmitir un partido. Mis padres vivían allí, más de diez años sin vernos… Nos esperaban en el aeropuerto. Llegamos, nos abrazamos, y nos metemos en la camioneta. Yo adelante con mami, que maneja…Y allí vamos; en un momento mágico ella dice: “¿Ustedes saben que yo soy escultora?” Yo me quedé helado. Y siguió: “Sí, el alcalde me encomendó que en una piedra enorme yo hiciera un trabajo con los chicos, que modelara una figura para la plaza, un caballo. Trabajaba todos los días y llegaron las vacaciones y los chicos se fueron y yo seguí dándole a la piedra… Cuando los chicos volvieron allí estaba mi obra en la plaza… Y llegaron todos gritando ¡Dora! ¡Dora! ¡Qué lindo!... El más pequeño me preguntó: Dora, ¿y cómo sabías que adentro de esa piedra había un caballo?” Hace una pausa mi vieja y nos dice: “Este relato es la introducción a la historia del arte de Eduardo Galeano y yo soy cuentacuentos. ¡Bienvenidos a Venezuela, Víctor Hugo y mi amor!” Ahí me enteré de que mi mamá era cuentacuentos.

–¿Cómo fue tu debut en radio?
–Ricardo Arias me presentó. Mis primeras palabras: “Gracias, Ricardo, es un placer”, y leí: “El seleccionado argentino de basquetbol se prepara para participar en los Juegos Olímpicos de Tokio…”. Venía con eso de la lectura en casa. Fue el 4 de agosto del ’74. Arias saltó: “¿Cómo puede ser que este pibe salga así la primera vez?” Enseguida me aparecieron laburos; por eso no estudié.

–¿Qué marcas reconocés?
–Yo siempre andaba detrás de mi viejo; era famoso. El, con Carlos Fontanarrosa, inventó Polémica en el fútbol. Reconozco sus marcas y las de mi segundo papá, Mario Trucco. Mario un día me vio tironeado por esa famita que te hace envanecer, me sentó y me dijo: “Mirá, los pibes de ahora sólo quieren fama, guita; vos les decís leé a Baudelaire y te cagan a trompadas... Ubicate: los genios no hacen radio ni televisión, descubren vacunas”. Y ahí me di cuenta de lo que me decía mi viejo… ay, mi viejo… tuvo un cáncer de colon, lo operaron y en un año le volvió al mismo lugar… Antes de eso él me dijo una cosa bella, muy alentadora: volvíamos del hospital con un pronóstico favorable. Hizo parar el taxi: “Vamos a tomar un cafecito”. Ahí me dijo, con esa gruesa voz que consiguió fumando Embajadores negros sin filtro: “¿Cómo estoy? La verdad eh”. Le digo: “Estás cara a cara con la enfermedad”. Y me habló: “Flaco, si me pasa algo, vos atendé bien a mami y a los chicos. Vos dale, que yo estoy a mano con la vida; si me voy, no tengo nada que reclamar”. Me lo dijo con tal convicción que me liberó. Y agregó: “Si puedo ver el próximo Mundial, estoy hecho”.

–Y seguro que lo vio.
–Claro que sí. Murió el 2 de mayo del ’95. Nos turnábamos con mi vieja para acompañarlo, pero esa noche ella se quedó conmigo, aunque papá había estado bien. A la una y veinticinco bajé para buscar un cafecito… lo estoy preparando y me tocan el hombro, desde atrás. Era mamá; sabía lo que me iba a decir: “Murió, pero muy tranquilo”. Cuando estaba en el final final yo le decía al oído: “Papi, papi, andate porque vas a sufrir mucho...”

–La muerte… ¿qué sentís por esa señora?
–Yo me creía eterno hasta los 50… Pero alguien me tocó el hombro de atrás y me dijo: “Che, nene, ¿qué te creés?”

–Otra vez el hombro.
–Y para avisarme: “Hola, che, te falta menos, ¿sabías?” Cuando vos aceptás la muerte en cuerpo y alma, como dice el psicoanálisis, empezás a disfrutar de la vida. Irse con dignidad es una tarea enorme, ¿no? Me voy a preparar, voy a tener más vínculo con el placer; me maltraté mucho… Sabés, algo más quiero decirte: mi papá era un tipo protector y cálido cuando yo estaba en la adversidad, pero muy exigente y un poco competitivo cuando crecí en la profesión. Su exigencia me asfixiaba... Recuerdo que tenía una productora; cuando no había guita bajaba a comer con sus amigos y decía: “Nosotros comemos de parados un sanguchito, pero él que vaya a comer una lenteja caliente”. El era yo… Pero estábamos hablando de la muerte… Espero que mi final no sea con dolor y en la cama.

–¿Epitafio pensaste?
–En mi epitafio hablaría de la vida… Diría: “La putamadre, ¡qué corta que es!”

Alejandro Apo en su casa, repleta de libros,
y en un desorden que él bien entiende

–A la isla desierta, tan mentada, ¿qué libros llevarías?
–Uno, Pedro Páramo, de Juan Rulfo… Escuchá: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo…”. De memoria lo sé. Amo a Rulfo.

–¿Tenés idea de la cantidad de personas que van a librerías por vos?
–Aunque sea uno el que se decide a probar el prodigioso placer de la lectura, ya estoy hecho… Pero no me esconderé en la falsa modestia: muchos padres me dicen: “Le agradezco que mi hijo se haya acercado a la literatura por usted”.

–De fútbol somos. Vos usaste el fútbol como carnada.
–Lo hice sin discursos, leyendo como en casa. Y el resultado es conmovedor: cantidad de profesores de todo el país me piden bibliografía, porque los adolescentes se enganchan con los cuentos de fútbol.

–A tu programa le sumás el cuerpo a cuerpo con tu espectáculo.
–¿Espectáculo? Apenas soy un tipo que pide una mesita y un micrófono, y con Marcelo Sanjurjo tejemos un rato de cuentos y poesía. Empezamos el 5 de enero del ’99, en Mar del Plata, en La Subasta, y la idea fue de Darío Grandinetti. Me dijo: “En tu programa hay un espectáculo latiendo”. “Darío, ¿cómo voy a actuar yo?” “Actuar no, tenés que contar y leer.” Y bueno, le hice caso hace 430 representaciones.

–Sin pensarlo, decime en qué consiste la vida.
–Consiste en que si buscás algo no lo encontrás. Consiste en que todas las biromes que están cerca de los teléfonos no funcionan.

–¿Cuál es tu peor pesadilla?
–Que alguien viene y me ordena todo. Insoportable… ¡ah no, eso no! A la señora que viene a limpiar no me canso de decirle: “Usted no toque nada”... ¿Sabés lo que hizo un día? Yo vine volando porque actuaba, busqué mi pantalón negro, ¡y no estaba! Entré en coma, ¡a esta mina la echo…! Nunca lo iba a encontrar: ¡me lo corrió diez metros...! Yo, con las pérdidas, siento una angustia muy grande. Soy capaz de meterme en la cama y no ir a laburar.

–Pero sos un cornisa, una usina del caos.
–Y, no te olvides de mi adicción, el juego... Pero no debo quejarme. Me va taaan bien: aunque me cuesta ser feliz entre infelices. Camionadas de afecto recibo por aire, mar y tierra… Un tipo de Coronel Suárez me dijo: “¿Sabe qué pasa, maestro? Yo siento que los sábados usted viene al patio de mi casa y le cebo mate y me cuenta una historia de Maradona…”

–En esto de leer cuentos y provocar hambre por la lectura hay un pionero prodigioso…
–De pie: Hugo Guerrero Martinheitz. Fui un oyente desesperado del Negro. Es el más grande. La gente me dice qué bien lee los cuentos... ¡Yo soy un aprendiz! El show del minuto lo escuchaba entero… “¡Hola hola camarón con cola!” Es con el único tipo que me permito ser cholulo.

–¿Qué otros lectores radiales estimuladores de la lectura reconocés?
–Quique Pesoa, Liliana López Foresi, Betty Elizalde, Eduardo Aliverti, ¡genios! Pero lo de Martinheitz ¡no se puede creer! Si le ganó a la televisión: lo escuchaban a él y no la telenovela. Unico.

–Contame más de lo que la gente te dice desde el precioso candor.
–Una piba de provincia bajó de su bicicleta y se puso a temblar. “¿Usted acá? –me dice–. No puedo creer, es de carne y hueso. Usted es el hombre que los sábados viene y me cuenta...” Otra: un hombre mandó una carta documento a la radio: me demandaba, ¿por qué?, porque le había afanado la sagrada siesta de los sábados… Puedo contar miles... En una presentación elogié a un maratonista ciego. Dije: “Hoy me vino a ver José Luis Arteaga…” Después del “me vino a ver” me quedé paralizado; qué barbaridad dije… Larguísimo silencio, hasta que Arteaga se paró y gritó: “¡Sí, te estoy viendo porque te escucho!”.

–Ese ruidito en tu baño: una pérdida del inodoro, ¿no?
–Sí, es la gota que horada la piedra... Te cuento otra: hay taxistas que al cliente le dicen: “Si quiere no me pague, pero déjeme escuchar el final del cuento de Apo”. Y hay pasajeros que no se bajan hasta escuchar el final… La gente dice que leyendo cuentos estoy en su casa. Es mutuo: yo también me siento acompañado… Borges decía que si alguien te sueña te sentís contenido. Juárroz escribió que soñar con un hombre se parece a salvarlo.

–Vivís solo, cercado por libros y diarios. ¿Te alcanza?
–Solo, pero tengo cinco hijos eh: Paula, 30 años; Juan Pablo, 28; Alejandra, 27; después, Lucas, 18, y Luciana, de 14. En primeras nupcias me casé con María Inés González y en segundas, con Elsa María Silvestre, que es locutora. Me llevo bárbaro con las dos.

–Encarnás una paradoja: amado por muchos miles, pero aquí, solo.
–No, te digo que no estoy solo. No tengo pareja, pero soy un hombre muy acompañado… Hasta demasiado; tendría que estar más solo. Soy muy malo conviviendo, pero no culpo a las mujeres. Tengo un amigo que hace 17 mujeres que son malas; no se mira a sí mismo... Pero vuelvo a Moti… Tenemos una mirada tan diferente, es mi contrafigura, es genial… Menciono a mis amigos y el nudo en la garganta, como cuando te hablé de mi viejo.

–No te preocupés por las lágrimas...
–Qué querés, uno no es de fierro, Rodolfo… Sabés, a mí me da mucha ilusión ir a comer con un amigo o amiga, con toda la fantástica noche por delante. No hay nada más lindo que hablar pelotudeces con los amigos, ¿no? Hablar de una escena de película traspapelada, o del trasero de una mina… Por eso me hice más hincha de la amistad, aunque correr el riesgo del amor vale la pena, es sensacional el amor. Pero.

–¿Pero?
–Es muuuy inestable. Ya te dije: estás enloquecido de amor y te citan y… “no sos vos, soy yo”.

–Alejandro, juguemos un poco. Se abre esa puerta y, mirá, de repente entra Gardel.
–¡Troesma!, le digo. Y te hago dejarle la silla.

–Gardel ahora te canta Por una cabeza ...
–Lo escucho como a un himno… y le digo lo que Cadícamo le escribió: que sin hacer uso del látigo ha ganado su fantasmal Lunático. Yo viví las mismas angustias de Gardel: he salido del hipódromo sin una moneda… Tengo una anécdota que siempre me pide el gaucho César Mascetti y vos podrías transformar en cuento. ¿Título? El abrazo que no le di a papá. ¿Sigo?

–Seguro, dale.
–Pasó hace años: me interrumpen el trabajo en Teleonce y me indemnizan. Cobro y, por esas cosas de la vida, caigo en el hipódromo de Palermo, en la última carrera. Voy con un amigo que me implora: “¡No vayas con la guita!”. Fui con la guita. Le pedí a Sanguinetti que me dejara semblantear un poco… Había un favorito que pagaba casi nada… y en eso veo un caballo, el 12, montado por un tal Maciel. Como Aníbal “Bracito Fuerte” Etchart, Maciel era un jockey que pegaba mucho; por ahí ganaba, pero después había que ir al velorio del caballo. Brazo fuerte, mucho látigo..., los levantaba del piso a los caballos… Cuando rumbea para la pista, me encuentro con su mirada, y lo saludo por cortesía: “Cómo estamos, Maciel, ¿diez puntos?” Y él me contesta rotundo: “¡Qué 10, 100 puntos estoy!” Entendí que estaba para ganar, salí corriendo y empecé a jugar a todo, a todo, y mi amigo detrás: “¡Pará, no, toda la plata no!”… No paré… Largaron. Dan la vuelta, Maciel viene cuarto, al lado Valdivieso… entran en la recta final y empieza a pegar Maciel y avanza, tercero, segundo, ¡ay los gritos míos! Maciel meta látigo, Maciel al frente… Facón Navideño cruza el disco con dos cuerpos arriba… ¡30 con 50! ¡Tripliqué la indemnización!

–¿Y el abrazo?
–Calma. Viendo el final de la carrera, me engancho en un banco, me agarro de un árbol, casi lo quiebro, grito como un descosido… En eso veo que, desde el fondo de la oscuridad, viene un hombre con sobretodo… Gritaba “¡Maciel viejo nomás!”… Nunca lo había visto en mi vida, tengo la imagen de su sobretodo… Cuando lo siento cerca me le tiro encima de tal manera que el tipo me dice: “Pibe, cómo me apretás, ¡a Maciel vos le jugaste una casa!” Midió lo que yo había jugado por cómo yo lo apretaba. Por eso, digo, el abrazo que no le di a mi viejo.

–Gardel se fue, cabeceando. Al sumo Mudo lo dejaste mudo con tu historia del abrazo… ¿Te apetece contar alguna de las malas?
–Fueron tantas las que me quedé sin una moneda, las que tuve que volverme a pie, escuchando a la gente: “Oh, ¿qué hace Apo paseando por el barrio?”… Me pasó tener que colarme en el tren y ser reconocido y escuchar “¡Grande Apo!”… Terribles las que viví. En fin.

–Te quedaste pensativo.
–Se me cruzó Maradona… Me importa ponerlo en palabras: con Diego tengo una relación que va de la veneración al más hondo afecto. Algunos me critican que nunca hablo de las cosas que dice o hace. No lo juzgo, no lo juzgaré. Con todas las macanas que me mandé, ¿cómo podría hacerlo? Tengo, y me rebalsa, un enorme agradecimiento hacia él.

–Ser el habitante más famoso del planeta, más que difícil es sobrehumano. Sobrehumano ser Maradona.
–Así es. Aquellos que lo critican severamente hubieran sido un desastre, patético, impresentable, de estar en su lugar; un tipo que nació en la villa y que lo pusieron ¡en París de un golpe! Acertado o equivocado, el Maradona que está fuera de la cancha siempre dice cosas que provocan pensamiento… Me llama la atención el odio que genera. Eso es notable eh.

Rodolfo Braceli

El calor y la calor siguen abrasándonos, con S. Apo se pone de pie y otra vez tengo la impresión de que ha pegado un estirón. En el respaldo del sillón su lomo ha dejado un mapa de sudor. Me cuenta que está pesando 110 kilos, que “con 100 sería Pampita y saldría con una tanga”. Agrega “estoy divino”. Me agradece, otra vez con los ojos al borde, que le haya dado ocasión de nombrar a sus hijos, a su mamá, a su papá, a sus amigos del alma. Con sonrisita de criatura me pide que cuando escriba esta nota sea bueno con él, que diga que la pieza del misterio no está tan despelotada… Eso me dice. Y esperando mi promesa se queda ahí, con la mirada del chico que espera una moneda de afecto. “Tranquilo, Alejandro, doy fe de que esa pieza está cambiando de semblante. Además, se valora tu entrega porque, como aprendí del viejo Bioy Casares, la confesión es una de las formas más arduas del coraje.”

Testigo de este encuentro ha sido un par de zapatillas; están justamente enfrente de la repisa que, entre otras cosas, tiene varios desodorantes a bolilla codeándose con una punta de premios. Esas zapatillas han escuchado todo, y escuchan algo más:

–Alejo, ¿cuánto calzás?
–46. Por el momento.

–Te adivino el parpadeo. ¿Qué más me querés decir?
–Que a esa pieza de la puerta cerrada de a poquito la voy a ordenar… Ya estoy un poco cansado de caminar con las cataratas del Niágara abajo.

Por Rodolfo Braceli
Para saber más: http://www.rodolfobraceli.com/

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Miedo Escénico dijo... 7 de abril de 2008, 12:51 p.m.

no había leído la nota asi que mil gracias, Apo sin dudas un referente para quienes hacemos radio.

La Caldera del Diablo dijo... 10 de enero de 2009, 4:38 p.m.

Así es, y Braceli lo es para los que entrevistan.
Un abrazo

Emiliano