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La violencia en el fútbol fue el tema de la semana. Sin embargo, tanto la AFA como el gobierno intentaron quitarle la mochila al fútbol, aduciendo que se trata de un problema social. Increíble pero real, es el cuento de la buena pipa.


Como si fuera un hecho cotidiano o propio de la inseguridad, tanto Macri como Castrilli o la AFA salieron a decir que el asesinato del hincha de Vélez o la emboscada de un grupo de la barra de Boca a otro que comía un asado dentro del club eran hechos ajenos a lo deportivo. Como si los que le prendieron la camioneta a quienes almorzaban en Casa Amarilla fueran simples delincuentes y no miembros de organizaciones criminales que pelean por un botín, una caja chica más bien grande y unos cuantos negocios más.

Por otro lado, lo irracional del hecho ocurrido en el Bajo Flores tampoco da para muchas más explicaciones. Ni siquiera la torpeza de la policía al comandar la retirada de los agredidos por el mismo lugar en que fueron atacados. Sin embargo, las voces oficiales señalan que tampoco allí se pueden dar certezas. Al día siguiente, un rastrillaje por el predio de Huracán hubiera dado risa en TV sino es que estamos hablando de una vida.

¿Cómo se para todo esto? Es fácil hablar de no más visitantes en el fútbol, pero eso no conduce a nada. Se redujo a la mitad la capacidad de esas tribunas y sin embargo todos saben que los violentos son los primeros que tienen su entrada. Se aumentó el precio de la entrada con una sensación encubierta y no dicha de que quizás así va gente de mayor poder adquisitivo a los estadios, dando por entendido un concepto erróneo y gravísimo de que los desmanes son producto de los que tienen menos recursos.

También siempre se llenan la boca hablando de los casos de Inglaterra o Alemania. Allí los hoolingans no tenían reparo ni vinculación con dirigentes, políticos o policías como lo tuvieron siempre en la Argentina. Allá eran casos de violencia pura que nadie quería, producto del alcohol, la marginación social y las drogas. Acá hablamos de corrupción, bandas al servicio de alguien, protección política y policial. Así no cambia la cosa. Ya no hay más peleas por la camiseta, ni amor a los colores. Hoy se trata de grandes negocios, de viajes, de porcentajes de jugadores, de estacionamientos y merchandising.

Difícil ver una salida a todo esto, que parece volver a empezar una y otra vez, como el famoso cuentito. Felices Pascuas, pero la casa no está en orden.

Emiliano Penelas

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