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Cierra triste este fin de año con la partida de uno de los grandes que hicieron la historia de Independiente. Quizás muchos de los que leen esta página, como quienes la hacemos, no vimos jugar a Bernao, y entonces el mito se agranda porque lo conocimos a través de relatos, y la emoción llega por otro lado. Sin embargo, todo eso nos recuerda y convence de que Independiente no sería lo que es sin los Bernao que pasaron.

No lo sería sin aquellos jugadores que sentimos nombrar, que leímos mil veces en formaciones, copas, títulos, goles magistrales, presencia en la cancha y en los corazones de quienes nos cuentan, e incluso de quienes cuentan que les contaron. Ahí vive parte de la gloria de un club.

Cuando pensamos en los apellidos de antes no hacemos más que proyectar hacia el futuro: ¿habrá nuevos Bernaos, nuevas vueltas olímpicas, nuevos goles memorables? La respuesta, indudablemente, debe ser sí, porque sino no se podría construir nunca hacia adelante. Pero recordar aquel pasado hace que querramos más a Independiente, que lo sintamos más nuestro, más grande y mejor.

Cuando se pierde un poquito de aquello que fue, sentimos que se cae un poquito de lo que será. Quizás sea cierto, pero hay que superar el momento y honrar a quienes no están intentando lo mismo que ellos dejaron.

Se va triste el 2007, y esta vez no hablamos de fútbol. O sí, pero no del de hoy.

Emiliano Penelas

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