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Sin respuestas futbolísticas y ante la pasividad del entrenador, Independiente cayó en el Clásico de Avellaneda por 1 a 0, aunque pudo ser peor. El local falló un  penal y el Rojo nunca supo qué hacer con la pelota en el segundo tiempo. 


Independiente salió a jugar el Clásico de Avellaneda con mucho nervio, pero sobre todo con un planteo muy conservador que tampoco le sirvió porque el equipo no tuvo actitud ni juego ni funcionó defensivamente. Antes de los 10 minutos la academia llegó con un cabezazo que Sosa desvió al corner y de ahí llegó el gol de Hauche, de chilena. 

Todo era desconcierto, racing le movía la pelota por toda la cancha al Rojo, que no podía aguantarla. A los 21' Copetti estrelló un penal contra el palo y el Rojo tenía una vida más. Mientras, además de los desajustes defensivos, se evidenciaba muy pobre lo de Lucas González y Batallini, que finalmente fue reemplazado antes del entretiempo por Leandro Fernández. 


Para el segundo tiempo el técnico mandó a Pozzo a la cancha. Por qué no lo hizo de entrada es otro de los tantos misterios. Sin mucho, Independiente hizo algo mejor las cosas. Tuvo la pelota pero no generó peligro salvo algún intento individual de Ferreyra o un remate aislado de media distancia. Sin ideas, la apuesta era a meter un pleno en la ruleta y que el local no la emboque en alguna contra.

El segundo tiempo del local fue malo, pero aún así está versión del Rojo no puede ofrecer más que lo mostrado. No se guarda nada porque no tiene más. Y así no hay ni la expectativa de que ocurra un milagro. Los nubarrones negros tiñeron la tarde de Avellaneda sobre el banco de Eduardo Domínguez. 

Emiliano Penelas 
 
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