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Independiente ganaba 2 a 0 pero jugaba mal, contra un equipo tosco y limitado, que ofrecía ventajas y grietas en la defensa. Sin embargo, el Rojo nunca encontró el fútbol y se lo terminaron empatando, casi previsiblemente. El equipo se fue silbado.


Como una crónica anunciada, todos los que estábamos en el Libertadores de América veíamos que pese al 2 a 0 el resultado no marcaba al término del primer tiempo lo que el partido venía ofreciendo, con un Independiente sin ideas a pesar de tener enfrente a un rival con muchas limitaciones defensivas y casi nada a la hora de atacar.

Pero se veía que el Rojo era solo la voluntad de Menéndez, el aporte de Mancuello y algo de Montenegro. Y nada más. Pese a todo, una buena combinación del Rolfi y Mancu habían servido para abrir el marcador, y un torpe penal cometido sobre el ex Quilmes cuando se iba solo al arco le daban la ventaja al equipo de Brindisi.

Quizás el técnico de Independiente apuró demasiado los tres cambios, quedándose sin alternativas en el ataque, con un Pizzini muy verde y dejando a Pisano en el banco, además de la pobre actuación del uruguayo Núñez en su presentación. Aldosivi se animó a más y llegó a descontar. En ese momento el Rojo jugaba peor que nunca, con los cambios agotados y esperando (sí, esperando) al Tiburón en su campo.

El empate fue casi previsible y el equipo que lleva un pescado en su escudo daba un cachetazo letal en Avellaneda. El último tiro libre al palo de Montenegro pudo haber significado el grito del desahogo, pero la sentencia estaba escrita: este Independiente juega peor que el que descendió y la cosa se pone grave, con dos puntos de nueve en juego.

Emiliano Penelas

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