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El Rojo volvió a jugar en casa una final internacional y el clima se sintió de principio a fin. Si bien el rival fue duro y la vuelta en Brasil será exigente, las ilusiones están bien altas luego de la victoria en los primeros 90 minutos.



Lindo clima el de anoche en el Libertadores de América. A cancha llena, el Rojo recibía al Inter de Porto Alegre, uno de los mejores equipos del continente de los últimos tiempos, y campeón 2010 de la Copa Libertadores, pasaporte para disputar junto a Independiente, titular de la última Sudamericana, la Recopa.

Otra final internacional, de las buenas, frente a un conjunto brasileño con algunas bajas (no jugaron Guiñazú, ídolo absoluto, y Mario Bolatti, y vino a Avellaneda con técnico interino) pero igualmente formado con grandes nombres como los de D'Alessandro, Tinga o Kleber (gracias por lesionarse).

El Rojo también sufrió ausencias claves como las del Patito Rodríguez y Facundo Parra, vitales en la creación y el ataque. Sin embargo, apareció el colombiano Marco Pérez para aportar pincelazos, y la enorme categoría de Eduardo Tuzzio, en la noche en que volvía el Mariscal Gabriel Milito.

Todos los condimentos presagiaban un encuentro intenso y así se desarrolló, incluso yendo el Rojo en desventaja, y pudiendo remontarlo con esfuerzo. Como se sabe, estos son "partidos de 180 minutos" y si bien la ventaja conseguida por los de Mohamed es exigua, no deja de ser una ventaja al fin y al cabo.

Ir a Brasil, ya lo dijo Milito y lo saben todos los hinchas Rojos, no será sencillo, pero quién le quita la ilusión a toda la gente que anoche volvió a vivir ese gustito tan especial que tienen las copas para el Rey.

Emiliano Penelas

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