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Pasaron 19 días seguidos con fútbol. Toda una sobredosis que incluyó 48 encuentros por la primera fase de grupos y ocho de los octavos de final. ¿Y hoy? Nada... ¡nos han sacado la droga!

Uno lo presiente, se viene, se viene, se viene. No para de estar pendiente de que algún día esa pompa de ficciones que significa tener tres partidos todos los días durante casi tres semanas consecutivas no puede durar para siempre.

Es inevitable, al menos en mi caso, dejar de pensar que al tiempo que consume (creo que deberíamos obviar adjetivar con "disfruta") todo eso, está "el día en que se corta todo de golpe". Comparable quizás al silencio después del estallido, a la calma que precede al huracán, esta abstinencia que nos imponen dentro de nuestra adicción futbolística funciona quizás como un aviso severo de que la fiesta está por terminar.

Parece decirnos: "Todavía falta, pero no te confíes, esto será así cuando termine". ¡Y son dos días...! Dos días que deberemos pasar por alto buscando en el zapping repeticiones de goles ya vistos, de resultados conocidos, de especulaciones y elucubraciones que llegarán a extremos enfermizos.

Quizás, cuando nos querramos acordar ya sea viernes, y estemos nuevamente prendidos a Holanda-Brasil, y volveremos a respirar con dificultad pero con goce. Hasta el sábado, cuando se nos corte la respiración con Argentina-Alemania, y ahí sabremos si valdrá la pena haber sufrido tanto. Pero también sabemos que el goce puede ser mayor, y entonces festejaremos y viviremos el nuevo intervalo con los mismos deseos de que termine, pero más felices.

Y cuando la fiesta termine... bueno, ya se que falta, pero no tanto. Cuando la fiesta termine, decía, volveremos a pensar en la pretemporada, en Salta, en Garnero, en Comparada, en los refuerzos que no vienen, en los que llegaron, en los que podrían venir y en los que se fueron. Y todo eso porque ¡todavía tendremos casi un mes hasta que vuelva a haber fútbol local! Es demasiado para el adicto.

Emiliano Penelas

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