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Fue el máximo goleador de la historia del fútbol argentino, con 293 anotaciones para Independiente. Eduardo Galeano y Cátulo Castillo le dedicaron palabras y versos. En su país, hasta el presidente recibirá sus restos.

Al momento de su muerte lo acompañaban su mujer, Blanca, y el dolor de ya no ser: un día antes de aquel 23 de julio de 1977 (tenía 62 años) en que falleció en el Hospital Argerich a las 22:50, recuerda el historiador Claudio Keblaitis, al máximo goleador del fútbol argentino y gran referente de la vida de Independiente le habían amputado la pierna izquierda. Una ironía increíble que no pudo gambetear Arsenio Pastor Erico Martínez y que fue consecuencia de los golpes recibidos durante su carrera deportiva en la que convirtió, entre los años 30 y 40 del siglo pasado, 293 goles.

Acarreaba, desde hacía varios años, con una renguera y problemas circulatorios que le anunciaban cada vez más problemas. Vivía con lo justo en una casita de clase media en Castelar, al oeste bonaerense. No había hecho la diferencia económica pero le alcanzaba para llevar una vida más o menos normal, lejos de los lujos que pueden darse los futbolistas de estos tiempos. "Clase media baja. No estaba hecho económicamente, pero tampoco muere en la pobreza. Fijate que, de todos modos, no va a una clínica privada a atenderse sino a un hospital público", remarca Klebaitis.

Erico vuelve a ser noticia porque sus restos empiezan a regresar a su Paraguay natal por gestión de una sobrina suya que así lo quiso. Este miércoles a las 13 podrán despedirlo los hinchas del "Rojo" en la sede de Avenida Mitre 470, desde donde seguirán viaje a su morada final. En el país vecino, será recibido con tantos honores que hasta el presidente Fernando Lugo dará el presente. No es para menos: es considerado por la FIFA como el mejor futbolista paraguayo de todos los tiempos.

Dicen que al morir Blanca hace casi diez años, y sin haber tenido descendientes directos, nadie se hizo cargo de su tumba y las amenazas de que sus restos irían a una fosa común no se hicieron esperar. Esta situación, más el deseo de su familiar, provocaron su despedida.

"La noche de Reyes, los chicos de Paraguay todavía piden que les dejen en los zapatos una camiseta con el 9 de Erico", cuenta desde los Estados Unidos el periodista paraguayo Domingo Ramos, responsable de un medio de comunicación radial y escrito que lleva por nombre revistaarsenioerico.com.

"Para el fútbol paraguayo, Arsenio Erico significa el comienzo y el final de todo. A pesar que las nuevas generaciones no lo vieron jugar, es el espejo en el que miles y miles de humildes niños paraguayos de los barrios ricos y pobres se miran antes de intentar imitar sus proezas. De las generaciones pasadas, ni hablar. Para nuestros abuelos y padres no existe un jugador en el mundo más grande que Erico. Ni Pelé, ni Maradona. Tal vez no sea tanto así. O posiblemente las estadísticas puedan mostrarnos lo equivocados que estamos, pero sencillamente es así", se explaya luego.

Erico nació el 30 de marzo de 1915 en Asunción y llegó a Buenos Aires en el 34, como parte de una comisión de la Cruz Roja que disputó un amistoso en la cancha de Boca. 12 mil pesos le costó a los dirigentes de Independiente convencerlo de que se calce la camiseta en la que haría historia. Desde ese año y hasta 1946 jugó 325 partidos oficiales. En 1947 disputó otros siete para Huracán.

En 1938 protagonizó un caso curioso: la marca de cigarrillos 43/70 le daría un importante premio al primer jugador que alcanzara los 43 tantos. Erico los hizo. Pudieron ser más. Sólo que no quiso para alzarse con el galardón. En el 37 había sido goleador con 47 anotaciones en 34 partidos; en el 38 también fue máximo artillero y en el 39 lo ratificó con 40 en 34.

Tan pero tan grande fue su paso por el fútbol que hasta el escritor uruguayo Eduardo Galeano le dedicó un párrafo en su monumental libro El fútbol, a sol y sombra, en 1995.

"Él tenía, escondidos en el cuerpo, resortes secretos. Saltaba el muy brujo sin tomar impulso, y su cabeza llegaba siempre más alto que las manos del arquero, y cuando más dormidas parecían sus piernas, con más fuerza descargaban de pronto latigazos al gol. Con frecuencia, Erico azotaba de taquito. No hubo taco más certero en la historia del fútbol. Cuando Erico no hacía goles, los ofrecía, servidos, a sus compañeros", lo describe.

"Tu casa fue Avellaneda; tus remansos, Castelar y Merlo. Blanquita, tu gran amor argentino que inseparable acarició tu fama y tu ocaso", lo recuerda poéticamente la Agrupación Independiente Místico en estas horas.

Cátulo Castillo, según el mismo Galeano, le dedicó un tango que decía: "Pasará un milenio sin que nadie repita tu proeza del pase de taquito o de cabeza".

"No supimos cuidar su recuerdo", lamenta hoy Keblaitis en alusión a la poca importancia que se le da a su nombre desde Independiente. Y como una forma de remendar lo hecho, Independiente Místico propone que sea el club de Avellaneda el encargado de organizar, en su memoria, la Copa Arsenio Erico. Tendría que ser cerca de cada 13 de mayo, la fecha en la que el paraguayo hizo su primer gol con la camiseta del club de Avellaneda.

Cuando llegó a Buenos Aires supo compartir sus horas con exiliados y otros paraguayos; entre ellos, el escritor Augusto Roa Bastos, quien lo visitaba en su casa del oeste.

Poco queda ahora de aquel escenario de Castelar. En el entorno de Independiente dicen que ese lugar de la calle Aristóbulo del Valle, a siete cuadras de la estación de trenes, se encuentra abandonado.

Al día siguiente de su muerte, Independiente recibía a River con un minuto de silencio y un gol de Norberto Outes que, de alguna manera, sirvió para reivindicarlo, aunque no hacía falta. En ese viejo estadio de la Doble Visera, uno de los sectores de plateas llevaba su nombre. "Sector Arsenio Erico", se leía en letras rojas sobre un cartel de fondo blanco y cerca de las cabinas de transmisión.

"Arsenio Erico fue un superdotado del fútbol. Un accidente geográfico que muy rara vez se suele dar en países tan pobres y marginales como el nuestro", remarca Ramos desde la distancia física pero cerca, muy cerca del sentimiento paraguayo.

Con el regreso tardío pero sentido de Erico a su país natal, se cierra un capítulo pero se abre otro. Porque hay veces en que el recuerdo se transforma en vida, en recuperación. Y algo parecido a eso deben estar sintiendo los paraguayos por ese artista de la pelota que tanto contribuyó a engrandecer a Independiente y al fútbol hecho poesía.

Alejandro Duchini
Infobae.com

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