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Consideramos este artículo de Horacio Pagani como un diálogo con el que hace unas horas publicamos de Eduardo Verona. Polémico, el periodista de Clarín da otra visión de las declaraciones de Gallego.


No es ninguna novedad que el Tolo Gallego es un tipo sanguíneo y hablador de frases concretas, a veces inconvenientes. Forma parte de su personalidad de técnico acostumbrado a los títulos y a las apariciones mediáticas (cuando está en actividad) y desacostumbrado a los cachetazos futboleros. Todo parece folclórico a su alrededor. Y por eso se celebró su vuelta al fútbol argentino. Pero como nunca pensó en una derrota por 5 a 1 en el partido de su retorno al banco de Independiente, esta vez se le fue escandalosamente la mano en sus declaraciones públicas sobre el rendimiento de su jugadores. Es cierto, el equipo fue ampliamente superado por Lanús en el segundo tiempo. Pero es verdad, también, que muy pocas veces produjo buenas actuaciones en los últimos tiempos. Apenas sirvieron para fugaces celebraciones las victorias frente a racing y Boca en este Clausura. Todo lo demás fue muy gris. Y no sólo ahora. También en el Apertura. Ya había pasado Pedro Troglio, sin encontrarle la vuelta al funcionamiento. Lo siguió Santoro. Y no respondió tampoco el trabajo de Claudio Borghi, ultraganador en Chile. Ni el nuevo ciclo de Pepé. No alcanzaron las contrataciones ni los cambios de nombres.

Lo sabía Gallego cuando decidió aceptar el ofrecimiento. Pero se escudó en su optimismo y en su autovaloración para decir que "había buen material", que si se le ganaba a Lanús iban a "pelear el campeonato". Y otros elogios sueltos. Aunque como rara paradoja ya de entrada mostró un perfil de severidad. "Aquí se terminó la tranquilidad", dijo. Y habló sobre el control que iba a ejercer sobre las salidas nocturnas de ciertos jugadores.

Pero llegó Lanús y sepultó con goles las nuevas ilusiones. Y a Gallego se ocupó de denigrar a los integrantes de su equipo. La reprimenda, que hubiera sido ético hacerla privadamente, terminó en un festival de críticas graves ("parece que les da lo mismo ganar que perder", "si fueran rebeldes estarían todos llorando") y amenazas ("voy a poner muchos pibes", "voy a cortar cabezas") a los cuatro vientos. Y no quedó bien, claro. Si tras el primer partido de su mandato se despacha de esa manera con sus jugadores ¿cómo puede quedar la relación para el futuro? ¿O cree Gallego que por el camino del rigor y el miedo puede elaborar una convicencia apacible y proyectar una mejora en el rendimiento del equipo? No parece aconsejable. Pero él ya definió sus modos.

Y en la era de las declaraciones rimbombantes Montenegro, por un lado, y Fabbiani, por otro, también definieron sus modos. Culparon a los árbitros de las desgracias de sus equipo.

¿Autocrítica? No, eso es una antigüedad impracticable en este siglo.

Horacio Pagani
Diario Clarín, martes 7 de abril de 2009.

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