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El baúl de los recuerdos. Independiente siempre se jactó de ser el “Rey de Copas”. Sus triunfos internacionales comenzaron un día como hoy, en 1964, cuando doblegó a Nacional, de Uruguay, en la final de la Libertadores.


En la porción roja de Avellaneda se jactan de ser hinchas del “Rey de Copas”. Por más que otros equipos consigan títulos internacionales, Independiente conserva intacto su linaje futbolístico. Se siente parte de la monarquía de la pelota. Lo justifica con sus numerosas conquistas más allá de las fronteras argentinas. Claro que para que esa mística copera lo ungiera como “orgullo nacional” resultó necesario dar el primer paso exitoso: fue en 1964, cuando derrotó a Nacional, de Uruguay, y obtuvo la Copa Libertadores.

San Lorenzo fue el primer equipo argentino que participó de la Copa Libertadores. Sin embargo, en 1960 no le dio demasiada trascendencia a esa incipiente competición que originalmente se denominó Copa de Campeones de América. Recién en 1963 Boca entendió que valía la pena apostar por ese certamen. Con la conducción de un sabio del fútbol como Adolfo Pedernera (era el mánager y en los papeles el trabajo de técnico lo ejercía su amigo Aristóbulo Deambrossi) alcanzó la final, pero cayó a manos del Santos que giraba en torno del Rey Pelé.

Independiente soñó con la conquista de América desde que se ganó un lugar en la Copa con su título local del ´63. Por esos tiempos el Rojo inauguró un saludo que constituyó un sello propio por muchos años: el capitán Jorge Chivita Maldonado daba un paso al frente y levantaba los brazos con sus compañeros formados detrás imitándolo. Ese gesto quedó asociado con la identidad copera del equipo.


“Cuando con Maldonado al frente (el capitán, el de la barbita) iniciaron ese saludo de levantar, todos, los dos brazos en la mitad de la cancha, estaban haciendo algo más que popularizar una modalidad de saludo que se haría famosa con el tiempo. Estaban saludando, en definitiva, el comienzo de una dinastía, una mística y una leyenda”, relató con magistral precisión el Negro Roberto Fontanarrosa en su memorable libro No te vayas, campeón.

Con la dirección técnica del Colorado Manuel Giúdice, Independiente había forjado un estilo de sumo rigor físico en defensa y efectividad en ataque. Rubén Navarro -su apodado Hacha brava daba una noción de sus características-, el uruguayo Tomás Rolan y Roberto Pipo Ferreiro eran los duros de la defensa y a ellos se asociaba Osvaldo Mura, un mediocampista petiso que corría y luchaba sin descanso, pero también jugaba.


El toque de distinción provenía de Raúl Bernao, un habilidoso puntero al que le decían el Poeta de la derecha (asociación directa con el Chueco Enrique García, el Poeta de la zurda que brilló en Racing en los años ´30 y ´40) y que se especializaba en desbordar y enviar centros para la definición de Luis Suárez, Mario Rodríguez y Raúl Armando Savoy, un jugador dúctil que creaba y llegaba a posiciones de gol con la misma facilidad.

Las huestes de Giúdice dieron pruebas definitivas de su sed de gloria cuando en las semifinales dejaron en el camino al Santos. Si bien el bicampeón reinante no contó con Pelé ni con varias de sus figuras, seguía siendo un rival de cuidado al que Independiente venció 3-2 en Brasil y 2-1 en Avellaneda.

En la final se encontraron con Nacional. Los uruguayos tenían como principal carta en ataque a José Francisco Sanfilippo, un despiadado goleador que había hecho historia en San Lorenzo y había pasado fugazmente por Boca -se fue por un conflicto con Pedernera-, pero el Nene faltó a los duelos decisivos con Independiente.


El estadio Centenario albergó el primer duelo el 6 de abril del ´64. En esos tiempos los partidos coperos eran luchas despiadadas en las que nadie ahorraba pierna fuerte. Sí, también se jugaba, pero se marcaba con tanta furia que quedó instalada para siempre la noción de que la Libertadores requería una templanza especial. Esa idea persiste incluso hasta nuestros días.

En ese marco de rudeza y tensión, tricolores y rojos no se sacaron ventajas a lo largo de los 90 minutos en la disputa por el título más allá del leve predominio del conjunto local. El 0-0 se debió en gran medida a la gran labor de un muy joven Miguel Ángel Pepé Santoro en el arco.

En cierta medida era una final curiosa, puesto que por primera vez la protagonizaban equipos que nunca habían ganado el título. También se parecían bastante en los métodos puestos al servicio de la victoria.

La revancha, seis días más tarde en Avellaneda, mantuvo las condiciones de paridad y lucha sin descanso que se habían dado en Montevideo. Independiente asumió un rol más protagónico y buscó acercarse a la valla de Roberto Sosa.

Fue una y otra vez al frente hasta que Suárez se conectó con Pedro Prospitti, quien avanzó por la punta izquierda y envió el pase para Mario Rodríguez. Mariulo, que pese a que jugaba con el 10 en la espalda tenía todas las características de un clásico centrodelantero, le ganó la posición al defensor Elgar Baeza y sometió al arquero con un remate por elevación.

El Rojo supo cuidar la ventaja en el marcador hasta el cierre del partido e hizo realidad un título inédito para el fútbol argentino. A partir de entonces, varios equipos emularon sus conquistas en la Libertadores. Pero Independiente fue el primero y desde ese 12 de agosto de 1964 comenzó a recorrer un sendero de éxitos internacionales que, con el paso del tiempo, le permitieron sentirse “Rey de Copas”.

Carlos Viacava
Diario La Prensa

LA SÍNTESIS
Independiente 1 - Nacional 0

Independiente: Miguel Ángel Santoro; Roberto Ferreiro, Juan Carlos Guzmán, Jorge Maldonado, Tomás Rolan; Raúl Savoy, David Acevedo; Raúl Bernao, Luis Suárez, Mario Rodríguez, Pedro Prospitti. DT: Manuel Giúdice.

Nacional: Roberto Sosa; Elgar Baeza, Eliseo Álvarez, Luis Ramos, Emilio Álvarez; Mario Méndez, Vladas Douksas; Jorge Oyarbide, Jaburú, Domingo Pérez, José Urruzmendi. DT: Zezé Moreira.

Incidencias
Primer tiempo: 35m gol de M. Rodríguez (I); 38m Mario Bergara por Urruzmendi (N).
Estadio: Independiente. Árbitro: José Dimas Larrosa, de Paraguay. Fecha: 12 de agosto de 1964.

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