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Hoy se cumplen 40 años del único tetracampeonato en la historia de la Libertadores. Olé lo recordó junto a los jugadores que disputaron todas esas ediciones de la Copa. Rey hay uno solo.


Orgullo Nacional. Dos palabras. Una marca registrada que en el mundo del fútbol y en la Argentina en particular representan a un equipo único e irrepetile: Independiente. Porque más allá de los últimos años, en los que el club naufragó por las malas administraciones y un descenso de categoría, al Rojo lo ampara una historia que lo erigió, por más de tres décadas, como el mejor de todos en nuestro país y, por momentos, también del mundo. El punto sublime fue en los 70, más precisamente entre el 72 y el 75. Fue cuando hilvanó cuatro Copas Libertadores en forma consecutiva y además obtuvo tres Interamericanas y una Intercontinetal. No sólo superó el tri de Estudiantes entre el 68 y el 70, sino que además sentó las cimientos que sostienen un rótulo que tiene un sólo dueño: Rey de Copas.

La historia comienza en el 72, con la base del bicampeón del Metro del 70 y el 71. Ya con jugadores formados como Santoro y Pavoni, quienes había ganado las Libertadores del 64 y el 65, empezó a forjarse una mística copera que tenía de adláteres de peso específico a Pastoriza, Raimondo, Balbuena y Semenewicz. Claro, también venían con recorrido Sá, Miguel Angel López, Commisso, Mírcoli, Maglioni, Saggiorato, Garisto y Magán, entre otros. Era un conjunto duro, con poco brillo, pero por demás efectivo, forjado por Pedro Dellacha. Por esos tiempos la Libertadores la jugaban los campeones y los sub de los diez países de la Confereración Sudamérica de Fútbol. La mayoría de los conjuntos que se clasificaban eran la base de sus selecciones nacionales. Por ejemplo, el Universitario que llegó a la final con el Diablo, tenía en su plantel a varios integrantes del Perú del 69 que dejó afuera a la Argentina del Mundial 70 en La Boca. Y que estuvo a minutos de dar el batacazo contra el Brasil de Pelé. Fue 0-0 en Lima y reñido 2-1 en Avellaneda con doblete de Maglioni.

Al año siguiente, y por ser el campeón reinante, Independiente entró en semifinales, cuando las mismas se disputaban en otro formato: dos grupos de tres clubes. San Lorenzo y Millonarios fueron sus rivales. Los pasó con angustia al ganarle el choque decisivo al Ciclón por 1-0, para después cruzarse contra el mejor equipo chileno de la historia: Colo Colo, que con varios de sus futbolistas llevó a la Roja del Pacífico al Mundial que se jugó en Alemania, en el 74. Fueron tres batallas con mucha política en el medio. Un 1-1 en la Doble Visera y 0-0 en Santiago, con todo un pueblo ávido de un título, cuando Salvador Allende estaba a punto de ser derrocado y asesinado por el dictador Augusto Pinochet. El tercer y definitivo se jugó en el estadio Centenario de Montevideo, con los uruguayos apoyando al Cacique. Fueron al alargue y el empate favorecía a Colo Colo por su gol de visitante. Pero Humberto Maschio mandó a Bochini en su debut internacional, y el pequeño que vino de Zárate asistió a su paisano, Giacchello, para que la Copa viaje otra vez hacia la sede de Avenida Mitre 470. En el plantel ya estaban Bertoni, Galván, Mendoza y Palomba, entre otros. La cosa no terminó allí ese año. Porque despúés llegó la segunda Interamericana y el 28 de noviembre la Intercontinental con el 1-0 a la Juventus en Roma.

En el 74, el conjunto no cambió demasiado en cuanto a los apellidos. Sí hubo uno por demás elocuente: Santoro marchó hacia el Hércules de España y toda la responsabilidad recayó en Carlos Gay. El pibe se bancó la parada en la semi contra el bravo Peñarol y el lujoso Huracán de Brindisi, Babington, Houseman, Larrosa, Avallay, Basile... Y fue más grande cuando en el tercer partido, contra San Pablo en Chile, le atajó un penal a Zé Carlos, y mantuvo el 1-0 que había llegado por la misma vía gracias el Chivo Pavoni. Los ingresos del Bocha y Bertoni le dieron más vuelo al equipo que mantenía su línea defensiva en alto nivel.

La edición del año siguiente fue la más dramática. Hubo renovación en algunos puestos. Raimondo se fue a River y llegó el arquero Perico Pérez. De Perú vino Percy Rojas y apareció Ruiz Moreno como punta. Arrancó perdiendo con Cruzeiro y Central 0-2. Los brasileños además vencieron por el mismo resultado al Canalla en el viejo Minerao, y en Rosario fue 3-1 para el local. Esto obligaba al Rojo a vencer por más de tres goles de diferencia en el partido final del grupo al equipo que lideraban Batata, Nelinho y Raúl. Y la hazaña se comsumó gracias a Pavoni, Ruiz Moreno y Bertoni, quien hizo un gol olímpico. Fue histórico, quizás como el 2-2 en Córdoba con ocho jugadores contra Talleres para obtener el Nacional 77. La final fue contra Unión Española y otra vez hubo que recurrir a un tercer juego luego del 0-1 en Chile y el 3-1 en casa. Fueron a definirlo a la tierra de Arsenio Erico y el 2-0 ratificó la hegemonía de Independiente.

Fue un 29 de junio de 1975 en el que el Tetra se instaló para siempre en las vitrinas rojas. Han pasado 40 años y nadie lo superó. Parece imposible que alguien pueda hacerlo. Es que ahora es difícil mantener a seis futbolistas como base como lo fueron Commisso, el Zurdo López, Pancho Sá, Pavoni (toda la línea de cuatro), el Polaco Semenewicz y el Mencho Balbuena. Ellos como Independiente marcaron una etapa y pusieron a ese equipo en la historia entre los mejores del mundo. De hecho, la prestigiosa revista inglesa Four Four Two catalogó ubicó a ese equipo como el mejor de la Argentina de todos los tiempos.

Por eso, que la cuenten como quieran. Salud...

Beto Tisinovich y Favio Verona
Olé, 29 de junio de 2015

Eduardo Commisso (lateral derecho): "Ganar la copa se hizo una costumbre"
El único secreto para forjar esa mística copera que distinguió a Independiente fue el compañerismo que no sólo se ponía de manifiesto en la cancha, sino también afuera. El equipo que ganó las cuatro copas Libertadores y que fue campeón del mundo en 1973 era una familia. El éxito se cocinó en concentraciones que parecían eternas y en las largas charlas de sobremesa. Nos preparábamos de una forma especial para jugar los torneos internacionales porque la vara de la exigencia estaba tan alta que la gente nos exigía levantar la copa. Y nos sentíamos obligados a hacerlo. En esa época, ser campeones de América se transformó en una costumbre. No creo que algún equipo pueda repetirlo porque hoy los planteles se desarman todos los años y así es imposible generar el sentido de pertenencia indispensable para que la autoexigencia no decaiga. Ese Independiente está entre los mejores equipos de la historia del fútbol sudamericano, pero en ese momento no percibíamos la dimensión de nuestros logros: ganar era nuestro trabajo.

Miguel Angel López (marcador central): "De lo mejor de la historia del fútbol mundial"
Fueron cuatro copas y podrían haber sido más si el plantel no empezaba a desmantelarse producto del recambio generacional. Era tal la seguridad y el convencimiento con el que salíamos a la cancha que la posibilidad de perder ni se nos pasaba por la cabeza. No tengo dudas de que ese Independiente fue uno de los mejores equipos de la historia del fútbol mundial: teníamos un potencial ofensivo tremendo y abajo no pasaba nadie. La solidez que garantizaba una defensa que salía de memoria, fue el sostén del paladar negro. Es imposible ganar una copa sólo con talento: precisás una personalidad avasallante y agallas. En esa seguidilla de cuatro títulos consecutivos vencimos al mejor equipo peruano de la historia: el Universitario que tenía la base de la selección que se clasificó al mundial de 1970. Derrotamos a Colo Colo, el mejor conjunto chileno del que existen antecedentes, en una final que fue una guerra. Y vencimos con autoridad a un San Pablo durísimo. La gran receta del éxito fue el compañerismo.

Francisco Sá (segundo marcador central): "Sentíamos que éramos invencibles"
Empezamos a darnos cuenta de lo que habíamos logrado recién el día después de haber conquistado la cuarta Libertadores, ante Unión Española, en Asunción. Como nuestro vuelo para regresar se canceló por la niebla, debimos volver en micro. Y apenas cruzamos la frontera, cientos de personas con banderas y camisetas rojas nos esperaban en cada pueblo para reconocernos y regalarnos presentes. Nos emocionamos y decidimos bajar en cada pueblo ante semejante demostración de afecto y gratitud. Ese día, durante un viaje que fue eterno y en el que paramos cerca de 20 veces, nos dimos cuenta de que ya no sólo nos quería el público de Independiente: nos habíamos ganado a un país. La mística copera nació en la final contra Colo Colo en 1973, porque para los chilenos era una cuestión de estado ganar esa copa. El pueblo precisaba un triunfo para escaparle a todo lo que estaba sucediendo en el país y vivimos momentos muy duros en Santiago, pero salimos adelante. En ese instante comenzamos a sentirnos invencibles.

Ricardo Pavoni (lateral izquierdo): "Todos nuestros rivales nos respetaban"
Jamás imaginé que íbamos a mantener el récord de haber conseguido cuatro Libertadores consecutivas durante tantos años, pero hoy no creo que nadie pueda alcanzarnos porque para lograrlo es necesario que los jugadores permanezcan en sus clubes durante mucho tiempo. Nosotros queríamos tanto al club que antes de cada temporada nos juramentábamos mantener el nivel y no perder el hambre de gloria. Si alguien no estaba dispuesto a dejar la vida, el mensaje era claro: debía irse. Nuestro compromiso era tal que en varias oportunidades sabíamos que íbamos a ganar la Copa aún antes de jugarla. En ese equipo había muchos jugadores de personalidad y eso fue fundamental para manejar la presión a la que te sometía una hinchada muy exigente que no admitía otra cosa que el triunfo con un despliegue de fútbol de alto vuelo. En la final ante Colo Colo enfrentamos a un país que necesitaba una vía de escape emocional en los momentos previos al golpe de estado. Ese día nos ganamos el respeto de todo el continente.

Agustín Balbuena (puntero derecho): "No nos van a poder igualar ni en 300 años"
El viaje de vuelta en micro desde Asunción, luego de haber ganado la cuarta Libertadores contra Unión Española, es el recuerdo que tengo más presente. Regresamos con José María Muñoz, quien bajaba en todos los pueblos y nos hacía entrevistas en las cabinas telefónicas para Radio Rivadavia mientras la gente nos ovacionaba. El clima de fiesta era tal que me atreví a desplazar a las azafatas de sus funciones y me encargué de distribuir la comida en el ómnibus. Al Gordo Muñoz le entregué un balde con huesos de pollo y no pudo comer en más de 24 horas. Aún recuerdo sus insultos, sus gritos desaforados, su rostro desencajado mientras intentaba tomar la Copa, que reposaba sobre un asiento, para arrojármela en la cabeza. Nosotros también teníamos hambre, pero de gloria. Jamás la perdimos porque en ese equipo había mucha competencia interna y si te dormías, te limpiaban. Todos entrábamos a la cancha a pelear por el pan. De todas formas, nunca fuimos un plantel: nos considerábamos una familia. Y en el fútbol de hoy cada uno hace la suya. No soy agrandado, pero no nos van a poder igualar ni en 300 años.

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