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Julio es el Diablo. Un Diablo Rojo. Un diablo Rojo con huevos y aguante, un diablo que pide a Dios seguir siendo Rojo hasta llegar al cajón. Julio tiene cachos en la frente, una barba puntiaguda y una hermosa risotada dientuda, como sólo el Príncipe de la Oscuridad puede ostentar. Se saca fotos con los nenes y las nenas, y cuando ÉL pasa todos le dan golpecitos en la espalda, y le gritan "¡grande!", y él se abre paso -todos le abren paso-, dejando una diabólica estela de azufre que emana de esa capa Roja que los chicos se empinan para tocar. Y Julio mueve su tridente para arriba y para abajo, como un soberano de la noche, como una bendición venida del infierno, como uno sin avaricia pero con la malicia de ocasiones.

Nadie ha visto la cara de Julio, y Julio tampoco vio las siete copas que sus diablos alzaron, pero no importa porque se llevan en el corazón, y qué importa, si los putos de racing nunca lo van a entender. Yo tampoco vi su cara detrás de la máscara cuando pasó justo frente a mi, pero su simpática y fanática diablura igual me contagió, porque mirando esa cancha y escuchando esos cantos, y viendo salir al Independiente con esa ovación, es imposible no contagiarse de tanta pasión.

Una tarde de agosto de 1904, algunos empleados jóvenes de la tienda "A la ciudad de Londres" se reunieron en el bar de la esquina de Bolívar y Victoria (hoy Hipólito Irigoyen, a sólo dos cuadras de la Plaza de Masho). Estaban hartos de que no los dejaran jugar en el Maipú Banfield, el nuevo club de fútbol que habían formado los empleados "grandes" de la tienda. Ese día el zapatero Rosendo Degiorgi lideraba a los chicos reclamando su derecho a darle a la pelota, a sudarla los domingos... a ser independientes .

Ciento siete años después, me encuentro saltando y gritando en la popular del Estadio Libertadores de América -segundo en el planeta en ser construido con hormigón armado-, viendo salir al equipo titular del Club Atlético Independiente entre cantos y humo, y risas y abrazos, y esas caras de felicidad que sólo este deporte puede pintar.

Y allí está Julio el diablo azuzando a la hinchada, y aquí al lado hay un pibito que se sabe todas las canciones, y allá abajo los diablos Rojos ganan por 4 a 0 a Newell's, y esta noche, más encima, no llevan su Rojo diabólico sino el cambio azul, o sea que aumenta más en mi este fugaz enamoramiento con un club que no andaba buscando pero que me encontró mí, porque son diablos, porque son Rojos... y porque también son azules.

Carlos Moena
La Tercera, Chile

Nacido en Ancud, Isla Grande de Chiloé, en 1971, es director de televisión y videoclips. Docente de la Uniacc, Universidad Mayor y Universidad Católica, desde 2010 escribe para el staff de bloggistas de LaTercera.com , revista i-POP y Cooperativa.cl. Actualmente reside en Buenos Aires.

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