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Juan Pablo Varsky analiza la derrota de la Selección en Sudáfrica.

Alemania nos dio una lección de fútbol. Jugó el partido perfecto. Confirmó que funcionamiento no sólo significa defenderse con orden. Demostró que para ser ofensivo no hace falta amontonar delanteros. A partir de su compromiso con un plan, todos sus jugadores supieron atacar y defender en los momentos y lugares indicados. La Argentina perdió 0-4 contra algo más que un equipazo. Cayó contra una idea bien ejecutada, contra un proyecto que llevó años de construcción. Primero Jürgen Klinsmann y ahora Joachim Löw desmontaron el patrón del lanzamiento directo, sin elaboración y sin talento, que tan exitoso había sido para el fútbol alemán. Convencieron a los futbolistas de que se podía jugar al toque y al engaño sin perder un gramo de intensidad. Les inculcaron que la condición física sirve como complemento de un estilo pero no alcanza para definir una identidad. Ni siquiera una gran frustración como la del Mundial pasado (derrota en casa contra Italia en semis) interrumpió este proceso revolucionario. Lo profundizó con la incorporación de jugadores jóvenes como Özil, Müller y Khedira. Repitió seis titulares respecto del duelo de Berlín 2006. Y su evolución quedó plasmada en esta paliza, la peor para el seleccionado argentino en mundiales desde el 0-4 ante Holanda modelo '74 en Gelsenkirchen.

La falta de autocrítica en las primeras declaraciones se entiende desde el dolor y el desencanto. Pero esta derrota merece una interpretación más profunda que el mero análisis del partido. Desde luego, el juego ofrece material para entender el resultado. A los 2 minutos, tras una pelota recuperada en su propia área, Alemania armó una jugada que, gracias a un cambio de frente de Schweinsteiger, puso a Podolski mano a mano ante Otamendi. El defensor no pudo soportar este uno contra uno permanente sobre su lateral. El 10 alemán le hizo siempre la misma jugada: amague y salida por la raya. Después de la primera falta, llegó el tiro libre a la zona dolorosa. Otamendi debía marcar a Müller. No lo chequeó con ese típico contacto que se hace antes del centro. El número 13 se le escapó y la rozó para el 0-1.

Por primera vez en este torneo, la Argentina empezaba perdiendo. En lugar de su relación tan natural con el gol, el equipo necesitaba del juego. Pero este vínculo venía muy forzado desde el partido con Grecia. Y sufrió el partido. Alemania lo venció en todos los aspectos con una formidable actuación. Tan inferior se sintió la Argentina, que quiso llevar a su rival al terreno de los intangibles: voluntad, esfuerzo, garra y actitud, con Tevez y Mascherano de abanderados. Por momentos lo logró, sobre todo en el comienzo del segundo tiempo. Presionó arriba, ganó las divididas, remató de media distancia y provocó algunas atajadas, ninguna impresionante, de Neuer. Pero el alma no alcanza para ganar batallas. Al igual que ante México, no tejió ninguna jugada colectiva de ataque. Y no siempre aparece el gol al rescate. Cuando un noqueador no mete su mano salvadora y el rival sabe boxear, ya sabemos quién ganará. Tuvo alguna esperanza con esos minutos de pelea callejera, a puro corazón. Pero futbolísticamente hablando, siempre fue superada.

El juego se terminó con el 2 a 0, marcado por Klose en la misma línea del arco. Ante una floja cobertura de Demichelis, Müller habilitó desde el piso a Podolski, quien tiró el centro atrás para el gol del delantero. Recién allí entró Pastore por Otamendi. El partido le pedía cambios a Diego desde los 20 minutos del primer tiempo. Los hizo a partir de los 25 del segundo. Cuando su equipo va perdiendo, el entrenador debe intentar modificar el resultado a partir de sus decisiones. En el descanso esperábamos la entrada de Clemente como lateral derecho y el ingreso de Pastore para armar juego. Así como acertó con Agüero ante Corea y el propio Pastore ante Grecia (con el equipo en ventaja en ambos casos), ayer no tuvo ni la intuición ni los reflejos para reaccionar a la velocidad del partido. Y con el 0-2, a veinte del final, ninguna variante podía influir en el desarrollo. No estuve de acuerdo con su análisis del triunfo ante México.

Creo que el 3 a 1, con goles sin elaboración y decisiva influencia arbitral, había entregado señales de alerta. Siempre había hecho modificaciones entre partido y partido, por diferentes razones. Pero esta vez lo traicionó su espíritu de jugador y sintió que debía respetar a los titulares. Repitió el equipo, que expuso los mismos errores: déficit creativo e inconsistencia defensiva. Este rival más calificado los aprovechó. Hasta acá llega la crítica a Diego. No es hora de hablar de Riquelme, de Cambiasso o de Zanetti. Ya fue escrito antes, al igual que la evaluación al ciclo pre-Mundial. Aquí en Sudáfrica, tuve más coincidencias que discrepancias. Me gustó la idea de reunir a Tevez, Messi e Higuaín como idea innegociable. Pero la selección no cumplió con el mandato de la Copa: ir de menos a más. Produjo la mejor actuación ante Corea, su segundo partido. Dejó todo y aceptó la derrota sin escándalos. Pero no podemos hablar de buen Mundial para un equipo que se había propuesto llegar a la última semana.

Messi se va de Sudáfrica sin goles y con una gran decepción. También su rendimiento decreció con el correr de los partidos. Desde el juego con Grecia, se retrasó en el campo y perdió gravitación. Alemania lo marcó muy bien y no le cometió ni una sola falta. Su actuación en Green Point nos duele a quienes lo consideramos el futbolista más importante del equipo. Como si creyéramos más nosotros que el propio Leo respecto de su rol decisivo en la selección. Lamentablemente, y más allá de algunos matices, su Mundial terminó idéntico al de Rooney, Kaká y Cristiano Ronaldo. La repetición no es azarosa. Sudáfrica 2010 nos está mostrando el valor del equipo como concepto. Ningún talento individual te salva si no hay respaldo en el funcionamiento colectivo. La Argentina pareció encontrarlo en los dos primeros partidos. Luego se fue apagando, como la estrella de Messi.

Tras el gol de Klose, el equipo se destartaló. El 3 a 0 sirve de muestra. Schweinsteiger, de excelente partido, gambeteó a Di María, a Pastore y a Higuaín antes de habilitar a Friedrich para otro tanto dentro en el área chica. El arquero Romero no tuvo responsabilidad en los goles. Ni siquiera en el primero, mérito del pateador en el tiro libre y del cabeceador en el anticipo. Pero no sacó ninguna imposible, de esas que hacen la diferencia. La Mannschaft encontró los espacios para su fulminante contraataque, siempre ejecutado con precisión en velocidad y supremacía numérica. Apareció Özil y dejó su sello en el cuarto. Desbordó por la izquierda y se la puso en el pie derecho a Klose, para su gol número 14 en mundiales.

Otro pesado 0-4, como en 1974 ante una Holanda muy superior. Luego de aquella eliminación, asumió Menotti con un proceso fundacional e integral, que convirtió a la selección en prioridad número uno. Hoy, en un contexto bien distinto globalización mediante, de nuevo hace falta un cambio estructural. Sabemos que Grondona no renunciará. Su poder no depende de cómo le vaya al equipo en la Copa. Pero la selección necesita una revolución. Un proyecto con hombres nuevos que se animen a potenciar el talento individual con la organización, imprescindible para todo buen equipo. No hace falta que el sistema sea más importante que los futbolistas. Ni tampoco alcanza con dejar todo librado a la inspiración. Convencer a los jugadores de una idea y elegir a los mejores para ejecutarla. Hay un modelo por seguir. Nos pasó por encima en Ciudad del Cabo. Con la humildad que exige este momento, ojalá aprendamos la lección que nos acaba de dar Alemania.

Juan Pablo Varsky
Diario La Nación, domingo 4 de julio de 2010

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