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Ojalá disfruten tanto como nosotros leyendo este excelente artículo de nuestro admirado Ezequiel Fernández Moores en La Nación.

"Lo malo de las victorias es que no son definitivas. Lo bueno de las derrotas es que tampoco son definitivas". La frase pertenece al escritor portugués José Saramago, fallecido en estos días mundialistas, como Jorge Luis Borges, que murió en pleno México 86. El ex crack portugués Luis Figo cuenta que la frase de Saramago le sirvió mucho durante su carrera. ¿Le sirve hoy a la Argentina de Diego Maradona? Las victorias en primera rueda de Sudáfrica 2010, es cierto, seguirán sin ser definitivas. Las derrotas sí. Una derrota, de ahora en más, obligará volver a casa. De poco importará lo bueno que se pueda haber hecho contra Nigeria, Corea y Grecia.

La selección portuguesa de Cristiano Ronaldo homenajeó a Saramago jugando el lunes con brazalete negro. Aplastó 7-0 a Corea del Norte, la única selección del Mundial que viene de un país comunista. Saramago era comunista, pero demócrata. Tal vez sonrió con una vieja ironía de Jean Luc Godard. El cineasta francés dijo una vez que el comunismo sólo existió en dos tiempos de cuarenta y cinco minutos. Cuando la maravillosa orquesta húngara de Ferenc Puskas dio una lección de fútbol colectivo a Inglaterra. Fue en Wembley 1953. Irrepetible en Sudáfrica 2010, donde sobran equipos y faltan jugadores. Lo que llega a Sudáfrica son sólo los restos que dejan los clubes. No deja siquiera lugar para los milagros. Cuentan que una tarde, en el Estadio da Luz, Saramago, que era ateo, se asombró al ver que muchos a su alrededor se persignaban o miraban rogando al cielo. "Yo también espero todos los días una señal de Dios. Una lástima que no la encuentro". México, próximo rival de Argentina, también lloró en pleno Mundial de Sudáfrica la muerte de uno de sus mejores escritores, Carlos Monsiváis. Una vez, cuenta su compatriota Juan Villoro, a Monsiváis le preguntaron sobre la "atávica incapacidad" del fútbol mexicano de "solventar la pena máxima", una posibilidad que bien podría suceder este domingo en el Soccer City. Monsiváis, creyendo que le preguntaban por los problemas en las cárceles, respondió: "Hay demasiado hacinamiento y eso provoca motines".

Monsiváis odiaba el fútbol, igual que Borges, que dio una conferencia en el Teatro San Martín en el momento en que comenzaba el Mundial 78. "Juan Villoro ha dicho que Dios es una pelota. En este caso específico -decia Monsiváis- soy ateo". Villoro, efectivamente, escribió un libro formidable llamado Dios es redondo. Con el argentino Martín Caparrós, autor de Boquita, escriben estos días en la página web de Letras Vivas un blog sobre el Mundial. El intercambio sube de temperatura ahora que la Argentina y México volverán a enfrentarse, igual que en Alemania 2006. "La diosa Fortuna -me dice Villoro desde el DF- fue cruel y sitió el partido de Argentina después de nuestra derrota. Fue como ver al verdugo afilar sus armas. Creo que no hay nada qué hacer. Nuestros mejores apoyos son la Virgen de Guadalupe o un psicoanálisis lacaniano exprés para vencer el complejo de enfrentar a una Argentina claramente superior. Eso sí, caeremos jugando bien y con frases célebres de los cronistas". Villoro me cuenta que siguió la jornada mundialista en su casa, "oyendo a los gritones de la televisión nacional". Tiene vecinos uruguayos. "No nos une el amor -me dice- sino el espanto... de enfrentar a la Argentina". En su casa de Montevideo, Eduardo Galeano, autor de El fútbol a sol y sombra, colgó en la puerta un cartel que dice "CERRADO POR FUTBOL". "No lo descolgaré hasta el último minuto del último día. Helena (su esposa) y yo vimos TODOS los partidos. Ella es atea de nacimiento, pero yo tuve infancia muy católica, y algo de eso queda", me cuenta antes del partido contra México. Caparrós siguió el triunfo de la Argentina ante Grecia en el mejor hotel de Arúa, que tiene diez habitaciones, a 15 dólares la cama y carece de luz desde la medianoche. Arúa es un pueblo de Uganda, en la frontera con Sudán y el Congo. Pantalla gigante, seis mesas de plástico y cuatro acompañantes mudos. Tal vez fue mejor así. En el Ellis Park, cuando hace unos días Corea del Sur amagaba con el empate y todos sufríamos, un hincha argentino lo reconoció y le preguntó: "¿Caparrós, usted cree que si Argentina gana el Mundial el gobierno aprovechará para usarlo políticamente?"

Ya no existe chance de utilización política para los sudafricanos. Tampoco para África, que justo en el primer Mundial en su tierra juega peor que nunca. En su despedida a Saramago, la vicepresidenta de España, María Teresa Fernández de la Vega, dijo que el Nobel portugués "soñó una tierra libre, un mundo en el que los fuertes sean más justos y los justos más fuertes". El fútbol se parece a la vida. Tampoco tiene justicia. "En cada partido -dice Villoro- los futbolistas juegan a ser dioses y el árbitro a ser hombre. Ningún otro deporte tiene un sistema de justicia tan endeble, es decir tan parecido a la vida". Caparrós habla del fútbol, y más aún de los Mundiales, como su "espacio de salvajería feliz". Villoro se pregunta si "tiene caso que suspendamos la respiración, el matrimonio y el trabajo a favor de lo que pasa en la cancha y define al fútbol como una "vuelta a la infancia donde cada juego es eterno y no admite más reglas que su propia duración". ¿Cuál será, para nosotros, la duración de Sudáfrica 2010? " ¿Pasaremos los cuartos de final? ¿O nos pasará como en Alemania, otra vez el equipo más bonito de la primera fase, pero eliminados en cuartos de final, para que la Copa quede en manos de equipos supuestamente más "serios", como el Brasil de Dunga? ¿Será Sudáfrica 2010, como por momentos amaga, un Mundial "made in José Mourinho", sin ideología, puro pragmatismo?

"¿A quién le importa el Mundial?" La pregunta, que bien podrían haber hecho, si vivieran, Borges o Monsiváis, la hizo hace unos días en un festival de literatura en Inglaterra Nadine Gordiner, premio Nobel de Sudáfrica. Los asistentes estallaron en aplausos. Tampoco le interesa el Mundial a JM Coetzee, el otro premio Nobel sudafricano. Cuando escribió Esperando a los bárbaros Coetzee no lo hizo pensando en la FIFA o en los barras argentinos. Borges decía que "el fútbol es popular porque la estupidez es popular". Y agregaba: "El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra". Murió ocho días antes de La Mano de Dios. Me di cuenta cuando vi su rostro en un televisor mudo del centro de prensa del Mundial de México. Como Bustos Domecq, seudónimo que compartió con Adolfo Bioy Casares, Borges, que prefería las riñas de gallos al fútbol, llegó a imaginarse en un cuento que ya no hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores. "¿Nunca lo llevo a maliciar que todo es patraña?" Se pregunta Galeano en su libro En qué se parece el fútbol a Dios. Y responde: "En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales". Sudáfrica 2010 construyó estadios que no serán demolidos, pero que tal vez serán inútiles tras el Mundial. "¿Cómo se pueden construir estadios tan lujosos en medio de un océano de pobreza?", se preguntó Cissie Gool en un debate que intelectuales sudafricanos celebraron en mayo pasado. El de Polokwane, al menos, fue testigo anoche de la nueva hazaña de Palermo. El fútbol argentino precisa alimentarse de los mitos. Polokwane parecía anoche la Bombonera. Pero no tenemos mito mayor, se sabe, que el de Maradona. "Los que dudábamos de la condición divina de Maradona -escribió hace unos días el periodista John Carlin- nos estamos viendo obligados a cuestionar nuestro agnosticismo". Ateos, agnósticos y creyentes, intelectuales y simples hinchas, tal vez coincidan que, al menos en tiempos de Mundial, Palermo es un milagro argentino en Polokwane. Ojalá no sea el último.

Ezequiel Fernández Moores
Diario La Nación, 23 de junio de 2010

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