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Las idas y vueltas con el tema de los barras en Sudáfrica apenas comienza con la primera avanzada que se dio en el avión del seleccionado. Con los días llegarán más, mientras todos intentarán nuevas excusas para desentenderse de un problema que va más allá del fútbol.

El Mundial de fútbol es la cita máxima del deporte más convocante del planeta. Millones de personas, más allá de si su país participa, o siquiera de entender de qué se trata el juego, participan activamente de él porque al exceder el mero ámbito deportivo, se transforma en un acontecimiento cultural, social, político y sin dudas económico de relevancia.

Que dentro de esa cita se mezcle lo mejor con lo peor no es de extrañar, está en la conducta humana. Que al fútbol se le exija limpieza ética, moral y espiritual en un contexto económico, social y cultural que casi por completo carece de ella es también una quimera.

Sin embargo, todo eso no da lugar a que se legitime lo que ha sucedido (y probablemente aumente a medida que pasen los días y se acerque el inicio del torneo) con los barras argentinos. Que el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, el técnico y manager del seleccionado y hasta los jugadores digan desconocer con quiénes viajaron es de una ingenuidad grande como las lonas verdes que cubren el predio de L'Etrat... digo de Pretoria.

Que no se sepa de dónde provienen los fondos para viajar al Mundial (recordemos que el paquete promedio para los tres partidos de primera ronda oscila los ocho mil dólares), o que se hable ingenuamente de rifas, sorteos y otras limosnas es también una burla.

Seguramente habrá hinchas violentos de otros países, probablemente nos encontremos con algunos incidentes en otros partidos también, como ha ocurrido siempre, y quizás hasta nuestros muchachos se porten bien, ojalá así sea. Eso no quitará responsabilidades a quienes desde el poder (insistimos: político, económico, deportivo, social) amparan el surgimiento, mantenimiento y proliferación de este tipo de grupos que poco hacen por el bien del espectáculo.

Emiliano Penelas

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