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Que todo se ha emparejado, que ya no hay rivales chicos, que cualquiera le puede ganar a cualquiera... Los lugares comunes podrían estibarse hasta las nubes en referencia a la reciente competitividad del fútbol local. No es intención de esta columna sumar otros, todo lo contrario, sino ingresar en el juego de permitirse pensar en que este Clausura puede ser la reivindicación de los equipos denominados grandes, que buscarán saldar la deuda acumulada el año pasado.

Siempre subyace y queda sin responder -o respondida a medias- una pregunta: si la mentada paridad es un progreso o un retroceso cualitativo. Tal vez la respuesta haya que buscarla en distintos parámetros. Quizás haya que detenerse en el juego, en lo que aportan los estilos, en la abundancia o carencia técnica de buena parte de los jugadores, en las propuestas. Es decir, en el contenido más que en el envase. Una lección para atender por los más poderosos.

Una vez más se verá un Clausura que convocará desde las matemáticas, en el que habrá cambio de líderes constantes y poca diferencia entre los puestos de vanguardia. ¿Quién será el campeón? Saldrá entre los grandes, y el que se reencuentre con la gloria puede resultar Independiente, que más allá de la lesión de Carlos Matheu, no deja de ser el mismo plantel que sostuvo el protagonismo en el último torneo más un refuerzo interesante como Leandro Gracián. O River, que por su mixtura de juventud con experiencia proyectó una imagen positiva en el verano.

Está claro, la garantía del triunfo no existe. En esa incertidumbre se encierra también, y por suerte, la sal del fútbol: el misterio.

Martín Castilla
Diario La Nación, jueves 28 de enero de 2010

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