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A continuación, el texto completo que Eduardo Sacheri leyó en el evento "Capitanes del Rey". 



Cuando yo era chico mi papá me llevó a la cancha a ver a Independiente. Y justo antes de que los equipos salieran al campo de juego me advirtió que mirara bien, porque los jugadores de mi club iban a hacer algo que los de ningún otro club hacían.

Y yo lo vi.

Los once jugadores de mi club caminaron sin apuro, en fila india, desde el túnel hasta la mitad de la cancha. Formaron. Se adelantó el capitán. Alzaron los brazos. Giraron 90 grados a la derecha. Después, 180 a la izquierda. Por último 90 grados más, de nuevo a la izquierda.

Mi viejo agregó: ese saludo lo inventó Independiente. No me acuerdo cómo salió ese partido. Ni siquiera me acuerdo del rival. Lo que sí me acuerdo es que yo sentí que éramos hinchas de un equipo distinto, especial, que tenía cosas que ningún otro tenía, que sabía cosas que los demás no sabían, que hacía cosas que los demás no hacían.

Han pasado muchos años desde esa noche lejana de los años 70 en que mi papá me llevó por primera vez a ver a Independiente. Y en esos muchos años nos pasaron muchas cosas. Es inevitable. Le sucede a las personas y le sucede a los clubes.

Cada cosa que nos pasa y cada cosa que hacemos entra en nuestra historia. Nos pone a prueba. Nuestra identidad no es otra cosa que el resultado de nuestras decisiones, de nuestros aciertos y nuestros errores. De lo que aprendemos de todas nuestras victorias y de cada una de nuestras derrotas.

Cada vez que nuestros jugadores caminan hacia el centro de la cancha, acunados en los aplausos de los nuestros, o desafiados por los silbidos de los rivales, están dando un mensaje. No hace falta que griten, ni que hagan gestos. Alcanza con que caminen con la vista al frente, que se planten en hilera, que el capitán se adelante unos pasos y que alcen las manos bien limpias con las palmas bien abiertas.

Están avisando que va a jugar Independiente. Un club que se construyó con el esfuerzo de su gente. Un club que supo construir hazañas nunca repetidas. Un club que supo ponerse de pie después de golpes dolorosos. Un club que sabe que se puede ganar y que se puede perder, pero que sabe que siempre es mejor intentar triunfar con armas nobles.

Cada vez que nuestros capitanes se adelantan algunos pasos y alzan los brazos están diciendo algo. Algo que se dijo por primera vez en los años sesenta, cuando nuestros próceres de entonces iniciaban la edificación de una leyenda dispuesta a recorrer el continente. Cuando nuestros capitanes se adelantan y alzan los brazos están diciendo que acá está el Club Atlético Independiente. Que viene a regar el césped con su sacrificio y con su talento, con su honradez y con su gusto por el buen fútbol, con su compromiso, con su actitud y con su intensidad, con toda su historia de grandes jugadores a cuestas, y con todo su futuro por delante.

Se adelanta el capitán. Se adelanta la capitana. Veintidós brazos en alto. Veintidós manos limpias. Señoras y señores: juega Independiente, ni más ni menos. Juega Independiente.

Eduardo Sacheri

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