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Con apenas 25 partidos y ocho meses en primera división, el lateral cordobés es una de las sorpresas en el plantel argentino para la doble jornada de eliminatorias.



Durante la tarde del domingo pasado, Fabricio Bustos descansaba en su casa cuando el teléfono sonó dos veces. Su hermano Nicolás, un año y medio más grande, sentado en un sillón, miraba televisión en el living. Era, hasta ahí, un día de rutina, la jornada posterior a la victoria sobre Huracán.

"Me citaron a la Selección", dijo Fabricio, todavía con el teléfono en la mano, casi temblando. "No me jodas, no hables al pedo", respondió su hermano. "Te lo juro por papá". En ese instante, el cordobés Fabricio Bustos, 21 años, lateral derecho de Independiente, formado en las inferiores del club de Avellaneda, se largó a llorar. Ocho meses después de haber debutado en la primera división, a la velocidad de un halcón peregrino, la vida de Bustos acababa de cambiar una vez más. Le alcanzaron 25 partidos para persuadir a Jorge Sampaoli .

El ojo clínico lo tuvo Enrique Ezequiel Borrelli, hace diez años, bajo el sol de Monte Maíz, una ciudad al sureste de la provincia de Córdoba. El por ese entonces coordinador de las infantiles de Independiente, hoy al frente de las categorías formativas de Argentinos Juniors, vio que un chico de 11 años, posicionado como volante por la derecha de uno de los equipos de prueba, había dejado una huella. Dos disparos en el travesaño, casi todos los movimientos correctos y una agilidad desproporcionada para un niño de su edad fueron la certeza de que ahí había un proyecto de futbolista. Bustos había viajado a Monte Maíz desde Ucacha, un pueblo de cinco mil habitantes ubicado a 88 kilómetros al noroeste, también sobre la ruta provincial 11. Durante la noche previa, Bustos había dormido poco.

El día de la prueba se despertó con dudas. No estaba convencido de ir hasta Monte Maíz. A pesar de su evidente personalidad sobre el césped, su timidez en la vida cotidiana lo tenía acorralado. Su hermano Nicolás, como en varios pasajes de su vida, fue fundamental para romper el muro. Seis años después de haberlo llevado a jugar a Jorge Newbery, el club de Ucacha -donde también creció Pablo Piatti-, decidió acompañarlo hasta la ciudad aledaña. Los dos fueron examinados por el equipo de captación de Independiente. El mayor, delantero, no quedó. El menor, en cambio, dejó a Borrelli convencido de que tenía potencial.

"A Independiente lo llevé yo. Estaba en Monte Maíz viendo jugadores para sumar a las inferiores y él se vino a probar como volante. Me gustó desde el primer momento", dice Borrelli, quien durante casi una década hizo un minucioso trabajo junto a Manuel Magán, quien estaba a cargo de las juveniles. "Ya en ese momento se notaba que tenía dinámica, entrega y un ritmo feroz. Me alegro por él y por su familia. Es un chico muy serio, callado y profesional. Su mayor virtud es que nunca se da por vencido", agrega.

Durante esos meses Boca se metió en el medio. Desde la Ribera lo tentaron, pero Bustos se inclinó por Independiente. Sabía que su futuro estaba en Avellaneda, en donde tendría más lugar y, probablemente, un poco menos de competencia directa. El cambio de vida, sin embargo, lo hizo repensar su futuro. Con apenas 12 años dejó la calidez de Ucacha, donde podía olvidarse su bicicleta afuera sin temor a que se la robaran, por la pensión de Villa Domínico, donde los días se hacían largos y las fuerzas de seguridad y las rejas gris plomo cercaban el perímetro del predio. La pasó mal, pero siguió.

Todavía como mediocampista, Bustos aprendió a jugar en serio en Independiente. Dio los pasos habituales de un futbolista de inferiores y avanzó, a paso firme, por cada categoría.

Pero hubo un momento en el que pareció llegar el fin. Luego de haber integrado el seleccionado Sub 17 que ganó el Sudamericano 2013, al mando de Humberto Grondona -que lo utilizaba como carrilero-, Bustos se rompió los ligamentos cruzados y se perdió el Mundial de ese mismo año, en los Emiratos Árabes Unidos. En noviembre de 2012 ya había sufrido la rotura de los meniscos de su otra rodilla. "Pensé en dejar el fútbol", reconoció tiempo después. Estaba cansado de remar.

Sus padres, fundamentales en su crecimiento, lo frenaron a tiempo. Le hablaron durante cada atardecer, el momento más cruel, y lo tranquilizaron. Bustos se quedó en Independiente. Empezaba su mejor momento: subió a la reserva, jugó como volante, como lateral izquierdo y como lateral derecho, en donde se asentó. Debutó en primera a fines del año pasado. Con Ariel Holan, en enero, se ganó la titularidad. No salió nunca más. En la fecha 23 del torneo pasado anotó su primer gol, ante Newell's, en Rosario.

"No tengo palabras para este momento -dice Nicolás, su hermano-. Me acuerdo de todo, nos criamos juntos, somos muy unidos. Jugábamos al fútbol todos los días. Es increíble verlo en el lugar en el que está. Para la familia es muy emocionante. Tiene una personalidad terrible. Las pasó todas, pero mis papás lo apoyaron siempre. Hoy, el esfuerzo dio sus frutos". Fabricio, que tiene como ídolo a Andrés D'Alessandro y que se inspira en Dani Alves, es un trabajador del fútbol, el reflejo de su familia: su padre vende lácteos y su madre es repostera.

"El pueblo está revolucionado. Imaginate, somos cinco mil habitantes, nos conocemos todos. Su convocatoria también es la nuestra", dice Daniel, un vecino de Ucacha que vive en el bulevar Hipólito Yrigoyen, a unas cuatro cuadras de la plaza 9 de Julio, un cuadrado perfecto custodiado por la iglesia católica y la municipalidad. Rasgos típicos de los pueblos del interior.

Jonathan Wiktor
Diario La Nación, martes 29 de agosto de 2017

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