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"Lo mejor que me pasó en mi vida fue que me dirigiera Pastoriza", confiesa el uruguayo en una extensa entrevista con El Gráfico (de la que sustrajimos las mejores frases). Allí cuenta su amor por el Rojo, cómo llegó al Club, qué es de su vida ahora y por qué no dirige.

En andas tras ganar el Nacional 78 con Independiente
 
¿Quién es Antonio Alzamendi? Un buen tipo. Una persona que se siente feliz por haber tenido los padres que tuve para hacerme la persona que soy. No tengo envidia de nadie y trato de proceder con respeto y eso lo intento volcar a mis hijos. Soy laburador y si me caigo, me levanto. No le temo a los fracasos. Para mí, los fracasos son enseñanzas. A mí me ha ido bien y mal, a nivel personal sufrí bastantes golpes, pero ahora encontré a Luján, una mujer excelente, y disfruto de mis cuatro hijos, mis cinco nietos, y mis dos hijos de corazón, que son los de Luján.

Tu apodo de chico. Hormiga es el apodo de toda mi vida. Me lo puso el hijo del Desparramado González, un comisario del pueblo, porque me subía a los camiones, abría la tapita de las sandías caladas, me comía lo de adentro y las volvía a cerrar. Y también me decían Hormiga porque recorría las casas mangueando comida.

¿Pasaste hambre? En nuestra casa éramos de una sola comida y a la noche se tomaba té o mate con galletas. Eramos siete hermanos y mi viejo trabajaba de enfermero y luego entró a la policía y terminó como inspector, así que no sobraba nada. La olla se paraba como se podía. Gracias a Dios se pasaba un poco de hambre, pero no la de hoy. A la tarde íbamos al almacén, mis hermanas pedían huevos, la dueña iba al fondo a buscarlos y aprovechaban para meterme de cabeza en el tarro de la leche para que me alimentara. Mis hermanas eran unas fenómenas.

¿También te decían Canario? Canario es como llaman los de la capital a la gente del interior, a los que vienen del campo. Como si fuera un desprestigio, pero para nosotros es un orgullo. Como que sos del campo y sos bruto.

¿Qué hacés actualmente? Justo cuando me llamaste estaba haciendo paredes.

¿Con Bochini o con Alonso? No, no, estas son paredes de verdad (risas): 4 de arena y 1 de portland, esa es la proporción. Siempre aprendí de mi viejo cosas de ese tipo. Estoy haciendo con un amigo unas obras en la canchita de fútbol 5 que tengo. Ahí también hay una cantina y la atiendo. Después, suelo mirar chicos por el interior y si me gusta alguno lo llevo a algún club de Montevideo.



Enfrentando a racing en la Doble Visera repleta

¿Dónde vivís? En Cardona, la misma ciudad en la que nació Víctor Hugo Morales. Luján, mi señora, es de aquí, la conocí hace 13 años, me gustó el lugar y nos quedamos.

¿A Durazno no vas más? Voy seguido, porque es mi ciudad y porque allí viven mis hermanas, pero me quedé mal, porque tenía una gran ilusión de trabajar en Durazno y al final me cagaron a mentiras, que Dios los ayude. Iba a estar en la parte de Deportes, acompañando a un político: me vinieron a buscar, me ofrecieron el cargo, me preparé para volver a mi ciudad, y después se olvidaron. Eso me decepcionó bastante, así que decidí dar por cerrado el tema de Durazno, alejarme y quedarme definitivamente en Cardona, donde me tratan divino.

¿Por qué no vivís en Montevideo? No se dieron las condiciones. Estuve viviendo 4 años en Montevideo, cuando dirigía a Fénix, con el que entramos a la Libertadores, también cuando dirigí a Maldonado y luego no se me dio más y me fui yendo al interior. Siempre fui de ciudades chicas, no me gustan las grandes.

¿De qué equipo eras hincha de pibe? De Independiente. Me hizo hincha rabioso Rubén Silva, mi cuñado, que era de Independiente. Y lo es hasta hoy: el otro día cumplió 67 años y sopló las velitas en una torta con el escudo de Independiente.

¿Qué jugador te gustaba? Bertoni. Con mi cuñado nos subíamos arriba del techo de chapa de la casa donde vivíamos y nos sentábamos ahí para escuchar al Gordo Muñoz en Radio Rivadavia, para agarrar mejor la onda de la radio, porque adentro de la casa no se escuchaba nada. Y así me enteraba de las hazañas de Pavoni, Pastoriza, Bernao, Santoro. Y cuando jugaba con mi amigo Jorge Peralta, él era Bochini y yo, Bertoni. El destino quiso que terminara jugando con Bochini.

¿En Uruguay no eras de ningún equipo? Fui hincha de Nacional hasta los 11 años, porque en mi familia eran todos de Nacional, pero después me hice de Peñarol, porque me atraía más lo negro que lo blanco (risas).


Con la camiseta de Peñarol, en el clásico ante Nacional. También jugó en el Bolso. Y fue tratado muy bien en los dos.

Llegaste a jugar en los dos, ¿cómo sobreviviste? Para mí fue un honor jugar en los dos, y no me han insultado en ninguno. Será por mi forma de ser, porque nunca fui agresivo con el otro. Hasta el hincha de Boca ha sido notable conmigo en Argentina. Creo que pasa por mi forma de entregarme en la cancha y por respetar siempre al rival.

¿Trabajaste de pibe? De policía. Ingresé por el fútbol, a jugar en Policial y después tuve que trabajar, porque mis padres me dijeron: estudio o trabajo. Ese oficio me enseñó cosas increíbles en la vida, me dio grandes compañeros. La calle te enseña a tratar con la gente, gracias a Dios nunca tuve problemas. Siempre hay excepciones, pero veo que el policía de antes era distinto al de ahora. Antes, era el amigo del vecino, el que te cuidaba, el que estaba de tu lado. Hoy cambió mucho.

¿Ibas armado? Llevaba un 38. Hacía guardia, había algún quilombo y me llamaban, pero siempre me iba para el otro lado (risas). Me tocaba ir seguido a los bailes en el club Wanderers a hacer guardia, pero le dejaba la ropa y el arma a un amigo y salía a bailar a la pista. Más de una vez me agarró el inspector y me comí un arresto.

¿Cuál era tu punto fuerte como jugador? La velocidad. Y la virtud de estar en el lugar indicado en el momento justo. En mi debut en Independiente caí 14 veces en off side, porque era muy rápido. Los hinchas me gritaban de todo. Pastoriza me habló, me empecé a quedar después de los entrenamientos a sincronizar esos movimientos y al poco tiempo gritaban el “u-ru-guayo, u-ru-guayo”.

¿Nunca te dio por el atletismo? En el liceo me quisieron hacer velocista, porque hacía los 100 metros en 11 segundos. Yo corría descalzo, o con los championes, y me querían hacer correr con esas zapatillas con clavos que usaban los atletas, pero no les di bolilla.

¿Cómo llegaste a Independiente? Por Roque Santucci. Cuando salí de Durazno me dijo: “Si andás bien en Sud América, te llevo a Independiente”. A Santucci lo llamaban cónsul, no ganaba plata, llevaba jugadores. Era íntimo amigo de Julio Grondona y de Pastoriza. Le habló de un puntero que era así y así, y el Pato vino a verme en un partido de la Selección contra España y anduve bárbaro. Me quiso comprar el Valencia pero don Roque no me dejó ir, prefería que fuera a Independiente. Y llegué a Buenos Aires en 1978, un día después de la final del Mundial, estaban todas las calles con papelitos, no entendía nada…



Gol a Alemania en su debut mundialista, en México 86, a los 4 minutos de partido. Lo mira el Tanque Briegel. Los germanos empatarían al final, luego 1-6 con Dinamarca.

¿Al principio ibas descalzo a entrenar? Alpargatas usaba, pero enseguida empecé a darme cuenta de que el nivel acá era otro y fui cambiando. Apenas llegué nos fuimos a vivir a la casa de un tío de mi señora, en González Catán, en unas calles de tierra que con la lluvia se transformaban en un barrial, así que ahí me tenía que descalzar, me lavaba los pies en una canilla, me tomaba un colectivo a Once, me bajaba y otro colectivo a Avellaneda. Tardaba como dos horas en llegar, me tenía que levantar a las 6 de la mañana. 

¿No llegabas fusilado a las prácticas? Al principio sí, hasta que a los cuatro meses, más o menos, se dio cuenta Pastoriza, me agarró y me dijo que no podía vivir ahí. Habló con Pedro Iso, el presidente, me vino a buscar, nos levantó y nos llevó a un hotel de Constitución y a los pocos días nos puso en un departamento espectacular en Piaggio y Mitre, a unas cuadras de la cancha. Me iba caminando a entrenar. Y ahí empecé a levantar el nivel, porque esos primeros meses no anduve bien, estaba muerto en realidad.

¿Te costó la adaptación? Después de ese debut con 14 off side y de que Pastoriza me consiguiera un departamento cerca de la cancha, ya no (risas). Tuve la suerte de llegar a un club que era una familia de verdad. A mí me protegió mucho la señora de Julio Grondona. Me adoraba. Para mí fue un golpazo salir de Durazno, jugar un año en Sud América y de golpe estar ante 50.000 personas en un estadio, pero lo soporté porque tenía el apoyo del Negro Galván, de Bochini, Pastoriza, Grondona, del Negro Rolan, que estaba siempre por el club, de Pepé Santoro…

¿Cuál era la clave para meter esas diagonales tan características tuyas? Me lo enseñaron desde chico: ir un poco atrás cuando la jugada venía del otro lado y meterme entre el zaguero y el lateral. O picar al primer palo. O amagar con ir al primer palo y terminar en el segundo. Esas cosas te las enseñaban. También tenía la suerte del goleador. Siempre estuve atento a la jugada y a la posibilidad de que el defensor se equivocara.

¿Qué recordás de la final del Nacional 78 que le ganaron a River? Con River hacíamos grandes partidos, eran impresionantes, la gente llenaba el estadio. Esa noche, en Avellaneda, el Bocha hizo un desastre y ganamos 2-0 con dos goles suyos. River tenía un equipazo con los campeones del mundo: Passarella, Fillol, Luque, Ortiz…

¿Qué recordás de Pastoriza? Lo mejor que me pasó en mi vida fue que me dirigiera él. “¿Cómo anda mi canarito?”, me decía. Me enseñó muchas cosas, no me dejó nunca solo, me cuidaba como a un hijo. Igual que Julio Grondona. Han hablado tantas cosas de él, a mí me dolía lo que escuchaba, no sé si fueron ciertas o no, pero a mí me ayudó mucho, igual que Hugo Santilli.



Con su amigo Francescoli, en la concentración uruguaya.
¿Por qué pasaste de Independiente a River? Julio Grondona había viajado a España, y justo me peleé con Pedro Iso porque quería ganar cierta cantidad de dinero, y no me ponían al nivel de los altos. Exigí e Iso me dijo que no y me querían River y Boca, los dos. Carmelo Faraone, técnico de Boca, me llevó a una sala en la AFA para convencerme de que fuera a Boca, pero yo le había dado la palabra a Aragón Cabrera y a Cap, presidente y técnico de River. Después, Julio volvió del viaje y se enojó mucho por mi salida, pero lo cierto es que llevaba 4 años y medio en Independiente, y los roces eran inevitables.

¿Y por qué te fuiste de River después de un año? Llegué a River en 1982, con la ilusión de jugar con Passarella, Luque, Jota Jota, y apenas llegué se rajaron todos. No anduve bien y a fin de año, a la hora de arreglar el nuevo contrato, Aragón Cabrera me trató mal, no me lo banqué y me fui a Nacional.

¿Cómo se dio tu regreso a River? Quise volver a Independiente, pero Iso no me aceptó, así que me fui a Nacional, de ahí a México, de ahí a Peñarol, fui campeón y goleador un semestre y ahí apareció Paco Casal. “Te arreglé en River”, me dijo. Yo no le creía. Santilli siempre me quiso.

¿Fuiste uno de los primeros jugadores representados por Paco Casal? El primero fue Juan Ramón Carrasco, yo fui el segundo.

¿Por qué genera tantos amores y odios? Porque es el número uno, y la envida es grande, entonces aparecen los opinólogos y lo critican. Paco conoce muy bien la cocina del fútbol, porque se hizo de abajo. Fue más vivo que todos en muchas cosas, tuvo una gran visión de futuro, la supo ver, está 700.000 jugadas adelante que el resto. Y cuando hablás con él, fuera del negocio, es un tipo súper sencillo, de barrio, que defiende al jugador. Hablo de Paco, y no de quienes lo rodean, que no sirven para nada, que son oportunistas, terribles traidores, pero esa es una elección de Paco. Yo lo adoro, soy un agradecido y en los momentos difíciles siempre estuvo conmigo. Bajo su sombra se hace rica mucha gente.

“Es lo tuyo, Antonio”. Sí, ¡qué frase! Víctor Hugo empezó con eso, y es el día de hoy que mucha gente me lo sigue recordando. Las vueltas de la vida me trajeron a vivir a Cardona, la ciudad de Víctor Hugo.



Dando la vuelta olímpica en el Monumental, tras ganarle a Chile la final de la Copa América de 1987. En la semi, habían vencido 1-0 a la Argentina campeona del mundo con un gol suyo. También conquistó la Copa América en 1983.

¿Tenías un loro que hablaba en el balcón, es verdad? Siempre fui bichero. Tuve tortugas, conejos, más de 500 pájaros en unos jaulones. Un capitán de barco nos traía pájaros de otros países, y una vez me dio un Maina, un ave sagrada de la India. Es el que mejor imita la voz humana. Yo le enseñé a decir “Dale Rojo” y lo ponía en el balcón, en el departamento que tenía en Avellaneda, y cuando ganaba Independiente, todo el día estaba con “Dale Rojo”. Los hinchas de racing que se juntaban en un bar enfrente amenazaban con que me iban a matar el pájaro.  

¿La muñequera que usabas era por cábala? ¡Qué cábala ni cábala! Se la vi por primera vez a Vilas, que la usaba para secarse la transpiración y a mí me ardía mucho cuando el sudor me entraba en los ojos. Además, yo sudaba en pila. Sudo hasta ahora, cuando debo alguna cuenta (risas). Antes me secaba con la muñequera, ahora con el buzo…

¿Los argentinos quieren más a los uruguayos que viceversa? Totalmente. Yo los quiero a los argentinos, incluso tengo un hijo argentino. Muchos hablan de la soberbia del argentino, de que cancherea al hablar, pero quizás porque no lo conocen bien, a mí no me pasa, tengo más feeling con los argentinos que con los brasileños.

¿Tu hijo Juan Manuel sigue jugando? Dejó por un problema de rodilla. Es ayudante de arquitecto y ahora se recibe de profe de educación física. Damián, otro de mis hijos, es bombero en Durazno. Marcelo, el argentino, trabaja en la clínica La Española, en Montevideo, como administrativo. Y Vanesa, mi hija, es psicóloga.

“Uruguay volvió a su esencia”, dijiste hace poco. ¿Por qué? Porque en un momento empezaron a inventar que había que hacer un buen fútbol, tocar, y no sé cuánto, pero Uruguay fue siempre un equipo de respuesta. Nunca fuimos habilidosos, tuvimos a algunos jugadores así como Ruben Paz o Enzo, divinos, pero Uruguay fue siempre de contragolpear, y presionar. Ese es nuestro estilo.

¿Con Tabárez tenés relación? Claro que sí. Es un gran entrenador, serio. Yo lo adoro a Tabárez, terrible persona.



Postales de la nota que le hizo El Gráfico hace unos años en Durazno, su ciudad natal.

El Mundial 86 lo empezaste como en un sueño, ¿te acordás? Gol a Alemania a los 4 minutos. Se equivocó Matthaus en un pase para atrás, yo piqué y le rompí el arco a Schumacher: picó en el travesaño, entró y salí corriendo a festejarlo.  

¿Corrías como un desaforado por algo en especial? Para mí, el gol es lo máximo. Y aparte era con mi país, y en un Mundial, ¡en mi primer Mundial! Amo mi país y a mi gente. Sabía que estaba mirando mi familia y mis amigos de Durazno. Enzo y otros compañeros me gritaban de atrás “Parate loco, parate”, porque estábamos en Querétaro, a 3000 metros de altura. ¿Qué iba a parar? Fui hasta la mitad de la cancha, donde había unos uruguayos en la tribuna, a compartir el festejo con ellos.

Un arranque soñado y enseguida la pesadilla: los 6 goles de Dinamarca. Nos comimos una goleada de novela, ni la vimos la pelota. Nos pintaron la cara. Para el partido siguiente, Omar Borrás nos limpió al Polilla Da Silva y a mí, entonces íbamos en el micro y el Polilla decía en voz alta: “Che, Antonio, parece que anduvimos mal los delanteros, eh”. Y yo la seguía: “Sí, no pudimos parar a nadie”, y cosas por el estilo, para que escuchara el técnico, que estaba sentado adelante. A mí no me gusta hablar de los muertos, pero les faltaron huevos para bancar a la Selección, ese equipo estaba para llegar a la final.

Contra Argentina tampoco jugaste… Ruggeri me contó que Bilardo dio la charla técnica con Ruben Paz y conmigo entre los titulares y no jugamos ninguno de los dos. Después entró Ruben Paz en el segundo tiempo y casi lo empatamos. Ese cambio lo hicimos con Rodolfo Rodríguez, el arquero. Borrás estaba expulsado en la tribuna, le tiramos el walkie tokie al gordo que estaba en el banco, el ayudante de Borrás, y le gritamos a Ruben que calentara y lo tiramos para adentro. Falté yo nada más para poder empatar (risas).

¿El gol a Argentina en el Monumental por la Copa América 87 fue una revancha para vos? Fue el gol más importante que metí: una semifinal, contra Argentina, que era campeón del mundo, y en el Monumental. Nosotros veníamos muy castigados con Enzo y el Tano (Gutiérrez) por lo del Mundial 86, y fuimos los únicos tres que volvimos al equipo en la Copa América. Fleitas, el técnico, se la jugó por nosotros tres, nos citó y salimos campeones, después eran todos pibes. Y, además, estábamos en condiciones muy desfavorables.

¿Por qué? Concentrábamos en Moreno y para ir a comer teníamos que caminar como mil metros, lo mismo para ir al gimnasio. Caminábamos por la ruta, una locura si ves cómo se organizan hoy. Pero ese Uruguay era un cuadrazo y le ganamos al campeón del mundo con Maradona.



Con el infaltable mate, sobre la tranquera de su campo. Sin mate y termo, no es uruguayo.

Metiste goles importantes: el de River en Japón, a Alemania en tu debut mundialista, a Argentina en la Copa América… Mi ángel anda bien conmigo (risas). Soy muy creyente y fui tocado por la varita.

¿Es cierto que Menotti te quiso nacionalizar argentino? En el 78, me lo dijo Julio Grondona, pero lo rechacé. No porque no quisiera a los argentinos, sino porque soy uruguayo, me siento muy uruguayo.

¿Seguís teniendo la camiseta de Burruchaga del Mundial 86? La tengo, sí. En Independiente, tenía un cariño bárbaro por Clausen y Burru, eran muy pibes. Recuerdo que cuando Grondona estaba en Independiente, íbamos a ver a Arsenal y le dije: “¿Por qué no traés al 8, que es un fenómeno?”. Quizás no lo sepa ni Burru, pero yo metí una ficha muy grande para que fuera a Independiente.

¿Por qué creés que Argentina lleva tantos años sin ganar nada? Por los recambios. Y quizás porque hay demasiadas figuras. Para mí, ese tema de las figuras les hace un poco mal a los equipos. Soy de los que piensan que precisás gente laburadora. Es imposible tener cinco delanteros de renombre en el fútbol de hoy, yo soy fanático de los equipos bien balanceados, con gente que marque.

Los tres mejores jugadores uruguayos de la historia. De los que vi: Fernando Morena, Ildo Maneiro y Luis Cubilla. De los que jugué: Ruben Paz, Enzo Francescoli y Ruben Sosa.

Para los que no te vieron, ¿a qué jugador de los últimos años te parecés? A Suárez, quizás por la fuerza, por las ganas de pelearlas todas. Ni hablar de que Suárez es mil veces mejor que yo, ¡eh! Mora quizás se parece, apuntando a algunas cosas: velocidad y sacrificio por el equipo.

El defensor que te dio más duro. El Ruso Hrabina. Pasa que ahora al fútbol lo hicieron más feminista, no se pega como antes.

¿Por qué terminaste jugando en Mandiyú? Quise volver a River y no me aceptaron. Estaban Passarella y Gallego en ese momento. Hablé y ni bola me dieron, tampoco se dio en Independiente y me llamó Julio Ribas, el entrenador uruguayo, para que fuera a Mandiyú, donde había muchos compatriotas. Empecé pero me costaba muchísimo, así que fui y le devolví 50.000 dólares y el auto al presidente y dije basta. No podía más.

¿Cómo llevás tu vida de ex jugador sin trabajar como entrenador? La llevo como albañil (risas), esperando que surja algo bueno en el fútbol. He recibido ofertas, pero estoy medio exquisito, creo que he tenido pasos importantes para dirigir un buen club. Si no, lo miro y me actualizo.

¿Te pone mal no estar dirigiendo? Me da una bronca bárbara, claro, impotencia. Hoy por hoy, si no sos amigo de tal contratista no dirigís. Y siempre hay gente que te ensucia, que dice cosas que no son, y andar explicándolas para mí es justificar.

¿Y por qué creés que nunca se te dio la chance en un equipo importante? Unos dicen que porque soy muy bueno, otros porque soy muy frontal, no sé qué decirte.

¿Se te da por ver imágenes viejas de tus goles? Sí, y me pongo un poco melancólico, se me pianta un lagrimón, pero a la vez siento la satisfacción de haber cumplido.
¿Cómo viviste los descensos de River e Independiente? Lloré como loco con los dos, me quería morir. No podía suceder eso a esas instituciones. A River e Independiente los miro siempre.


¿Por qué creés que a los uruguayos les va tan bien en la Argentina? En Uruguay, cuando jugás, tenés que mirar primero dónde está el pozo. En el mundo se asombran por cómo podemos tener tantos títulos siendo un país tan chiquito, con tan poquitos habitantes, pero nacemos con una pelota en la panza de mamá. En la Argentina nos dan mucho cariño y después está el entusiasmo de mejorar la vida de mis compatriotas, la personalidad, saber que tenés la oportunidad. El uruguayo siempre rinde, no te va a fallar.

Por Diego Borinsky 
Nota publicada en la edición de diciembre de 2015 de El Gráfico

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