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Es sabido que casi en ninguna parte del mundo se juega con enganche, enlace o como se le llame. Que la mayoría de los países que se intercalan en el primer nivel del fútbol internacional no dedican demasiado esfuerzo ni tiempo para conseguir “enganches”, “conductores” o “estrategas”. O como se les llame.

Sin embargo, en nuestro país hay claros indicios de la resistencia a cambiar por esos esquemas más europeos o supuestamente más modernos. Veamos: en Boca juega Riquelme, en racing lo hará Gio Moreno, en Independiente está el Patito Rodríguez y a veces Gracián, para Vélez se mueve Maxi Moralez o David Ramírez. Quizá Lamela en River.

Siguen los nombres: el Pipi Romagnoli recuperó su lugar en la conducción de San Lorenzo, Caneo lo es en Quilmes, Grazzini o el Burrito Ortega lo intentan en All Boys, Valeri en Lanús, el chico Botta en Tigre o su compañero Diego Morales, el veterano Matute Morales en Huracán, a veces el uruguayo Carlos Sánchez en Godoy Cruz, poco tiempo del pibe Neira en Gimnasia, algo de Rolle en Olimpo y de Damián Díaz en Colón.

Con sus altibajos, con la irregularidad permanente que ataca a los clubes argentinos y a sus planteles, el desempeño de los enganches ha sido un claro ejemplo de estas subidas y bajadas en el nivel y la consideración popular. Para el torneo Clausura que está finalizando, se podría establecer un ránking en función de lo que ha rendido Diego Valeri –en su regreso del fútbol europeo- que acompañó con goles su buen rendimiento, si bien no ha jugado siempre como un real conductor, alternando la posición con Regueiro o el propio Camoranesi en Lanús.

Debajo queda espacio para elogiar a Moralez y Ramírez, con sus distintas características. Maxi se recostó casi siempre por la izquierda supliendo la ausencia de volante izquierdo que ha tenido Vélez, formando un tridente ofensivo fenomenal con Juan Manuel Martínez y el tanque Silva. Ramírez, con menos despliegue pero más gol, hizo lo suyo y en algunos momentos permaneció en el banco eclipsado por otro habilidoso con alma de enlace, el zurdo Álvarez.

Romagnoli necesitó del alejamiento de Ramón Díaz como entrenador para adueñarse nuevamente de la posición de conductor en San Lorenzo. Sus quejas públicas, sus enojos por los problemas que tenía el Ciclón dentro de la cancha, no le brindaron más puntos al equipo que antes, pero en todo caso le permitieron lucirse en varios encuentros y hacer un tándem interesante con Ortigoza o con Salgueiro, atrás y adelante.

El Patito Rodríguez se lució en varios partidos y le agregó cierta potencia física y algo de gol a su andar. Riquelme jugó muy poco, apenas se lució en algunos encuentros y no significó mucho en el inexpresivo Boca de Falcioni, que ha mejorado en las últimas fechas, alejado tempranamente de la lucha por el campeonato. Damián Díaz hizo dos o tres buenos partidos, mostró su talento de a ratos, en un Colón sorpresivo: nunca se sabía si estaba para más o para perder con cualquiera.

El uruguayo Sánchez hizo lo suyo como mediocampista derecho y en algunos partidos intentó ser el conductor de Godoy Cruz, con suerte diversa. Mejor le queda el costado de la cancha, eso parece. Del resto, poco y nada. Fuera del país siguen haciendo lo suyo Andrés D’Alessandro, Pablo Aimar, Javier Pastore y Mauro Formica, los otros enlaces que se resisten a morir. Los que quieren seguir siendo los dueños de la pelota.

El mundo parece querer otra cosa. La marca argentina, el sello de los enganches, sigue vigente. Con buenas y malas. Con argumentos favorables y de los otros. Sin que nos atrevamos a definir si vale la pena o no, tenerlos en la formación titular. Aunque por ahora, aprueban el examen con lo justo.

Alejandro Fabbri
442, Perfil

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