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Sobre el aumento en los precios de las localidades para ver fútbol, nos pareció interesante reproducir este artículo del New York Times donde comenta cómo se eliminarán las localidades más baratas del mítico estadio para el Mundial 2014. "Una urbe con desigualdades pierde un sitio de equidad", señala el epígrafe.

Generaciones enteras de brasileños han crecido en el Estádio Jornalista Mário Filho, conocido en el mundo entero como el Maracaná. Construido con motivo de la Copa del Mundo de Futbol de 1950, el entonces estadio más grande del mundo se convirtió instantáneamente en un monumento nacional, símbolo del enfoque de la cultura brasileña en el fútbol.

El estadio, probable escenario de los partidos inaugural y final del Mundial 2014, está rodeado por colinas y favelas, las barriadas pobres tristemente célebres de la ciudad.

Un boleto de pie con vista a la cancha en el área de general del Maracaná sólo costaba US$1.80 hace poco, precio que lo convertía en uno de los pocos lugares donde los residentes pobres de Río podían darse el lujo de disfrutar de un entretenimiento de primera calidad.

Eso ya se acabó. Esa zona de admisión general, conocida como “geral”, ha ido en proceso de desaparición. Su capacidad —algunos dicen que más de 200 mil personas se apretujaron allí para el encuentro final del Mundial 1950, que terminó en una desgarradora derrota ante Uruguay— sólo será de 76 mil 525 personas cuando el renovado Maracaná reabra sus puertas en el 2013 para ser sede de la Copa de las Confederaciones, ensayo general de la Copa del Mundo.

Esas renovaciones costarán más de US$600 millones, pero no fueron bien recibidas por todos. “Hacen una modificación tras otra sin que nadie jamás lleve a cabo algún tipo de investigación sobre lo que quiere la gente que realmente utiliza el estadio”, criticó Christopher Gaffney, profesor visitante de urbanismo en la Universidad Federal de Fluminense, en el Estado de Río de Janeiro.

Gaffney es integrante de un grupo de activistas recién formado que lleva el nombre de Asociación Nacional de Fanáticos. Alegan que la cultura y la historia de la fanaticada brasileña son víctimas de la modernización de los estadios.

“La cultura del futbol brasileño no se limita a ir al partido, comer un hot dog y tomar una cerveza”, explicó. “Se trata de una participación activa en lo que es un elemento fundamental de la cultura de Río”.

Conforme cada vez más habitantes de Río, los cariocas, enfrentan precios que les prohíben el acceso al estadio, crece la Asociación Nacional de Fanáticos. Creada en octubre, reúne ahora a más 2 mil 700 miembros.

Palcos de lujo, butacas modernas y mejoras en materia de seguridad son motivos por los que los estadios brasileños experimentan un cambio en ese país que se alista para recibir al Mundial y a las Olimpiadas de Verano 2016. También es probable que encarezcan los boletos.

Pero el Maracaná, un estadio municipal, también es un sitio público muy querido. Bruno Carvalho, carioca de origen y profesor asistente de estudios brasileños en la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey, se declaró preocupado por el papel equitativo del Maracaná en una ciudad tan dispar como Río. “Lo que podría perderse es la naturaleza de la experiencia del estadio como algo que supera la segregación social de la ciudad como un todo”, explicó.

Los funcionarios brasileños argumentan que las renovaciones que se realizan hoy en el estadio son muy necesarias. “El aficionado devoto no puede ser tratado como un ciudadano de segunda en los estadios locales y merece mejores condiciones visuales, más seguridad, comodidad, así como acceso a buenos servicios de comida y de otra índole”, explicó Rodrigo Paiva, vocero del comité local de organización de la Copa del Mundo 2014.

Protegido por su estatus de sitio histórico, la estructura del estadio en términos generales seguirá siendo el mismo tazón de concreto conocido por millones de brasileños. Sin embargo, en su interior, el estadio resultará inevitablemente diferente. “Representa una parte tan importante de la memoria pública y la textura misma de la ciudad que cuesta trabajo imaginar que vaya a convertirse en algo diferente”, anticipó Gaffney. “Pero es ahora el caso. Y la gente va a tener que aceptar el hecho de que ya no va a ser lo que fue”.

Por Nate Berg
The New York Times

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