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Luego de la fantástica inauguración de la nueva casa, una breve historia del primer Estadio de cemento de Sudamérica, publicada por Olé poco antes de inaugurar el nuevo Libertadores de América.

Los Diablos ya coqueteaban con fuego. En 1923, Crucesita, Mitre al 1900. La tribuna oficial, estilo inglés, del quinto estadio del club se prendía en el infierno de una Avellaneda fabril. De garitos, cabarutes, matones políticos y pistoleros a sueldo que merodeaban el aire proletario y rosista de los Rojos. Habría que irse pronto de ahí. Todo quedó reducido a cenizas y, encima, el dueño del lote se despachó con un dineral para renovar el alquiler. Comprar o comprar. Sarandí no, Wilde hmm... ¿Y por qué no hacer el esfuerzo por ese terrenazo detrás de los predios de racing, pegaditos a las vías del Ferrocarril Sud? Así nació la leyenda de un templo que cayó en manos del modernismo. Fue allá lejos, sí. Pero sus marcas mantienen profundos significados. Desde la mítica Doble Visera, el cemento armado le hizo sombra a la historia. A aquel fuego.

Esos pastos fangosos, propiedad de los Ohaco (familia típica racinguista), tenían una extensión de 50.000 m2. Por 308.000 pesos a pagar en 72 cuotas, Santiago y Juan Lavista, socios rojos de pura cepa, pusieron la carita y la firma. Había que ponerse: que un empréstito puertas adentro, que un préstamo del Banco de Avellaneda, que la venta del terreno sobrante... Todo valía para paliar esa ilusión futbolera de hormigón, la primera de Latinoamérica. "Independiente ya era un grande. En Crucesita, un clásico con racing albergaba a 10.000 espectadores. Había que pensar en grande. Y en sentido inverso, je. La cancha, según el plano original, comenzó a ejecutarse al revés de hoy. Los arcos daban hacia Cordero (hoy Ricardo Bochini) y la platea Erico. Sobre el hoy mediocampo estaba, cerrando, la tribuna de 70 metros que había quedado sana en Crucesita tras el siniestro. El único sector que no se había pensado de material", le contó a Olé el historiador Claudio Keblaitis, autor de Alma Roja I y II.

Con asado y todo, a fines de 1925, la dirigencia deja de ser nómade y se hace cargo del terreno (a 21 años de la porteña y juvenil fundación del club). Un año más tarde, el ingeniero Federico Garófalo, con una idea carioca, quedaría en la historia... Su proyecto se impondría sobre una oncena. Igualita a la tribuna del, por entonces, flamante hipódromo de Río de Janeiro, la intención era construir una estructura de 157 metros de largo, 35 escalones y 28° de inclinación. Totalmente techada. Una construcción novedosa: una visera curva, doble... De cemento... Y mientras tanto a emparejar la tierra del gigante baldío que albergaría a 90.000 fieles. Con problemas de pica y envidia, claro. "La gente de Independiente llegaba con carros de tierra para rellenar el terreno. Y por la noche, aparecían los de racing, con chatas, para robárselos. Terminaban a los tiros. Hubo que alambrar el predio y pagarle a un sereno", rememora Keblaitis. Al final, la lluvia ayudó a la ansiada nivelación. Aunque las diferencias políticas no colaboraban. Si bien la dirigencia del Rojo ya había arreglado con el intendente Joaquín Lacambra el usufructo de las calles proyectadas para atravesar el lote, la llegada del caudillo Alberto Barceló, conservador (enemigo del rojo socialismo de los directivos de Independiente) y presidente honorario de racing, hizo bajar el proyecto. Bah, casi. Fue tal el tole tole que al final se pudo habilitar el estadio. Así, el domingo 4 de marzo de 1928, con más de 35.000 testigos, se inauguraba ante el campeonísimo Peñarol de Montevideo lo que sería la mítica Doble Visera de Cemento.

A las 12, se habían habilitado las 20 boleterías entre "oficiales y populares". La vieja Cordero era fango puro. Ni hablar después de la lluvia que llegó a interrumpir el primer tiempo del amistoso. A las 13.30 comenzó un preliminar entre la Cuarta A y la B del Rojo. A las 16, el Gobernador de la provincia de Buenos Aires, Valentín Vergara, dio el puntapié inicial. Hasta que, a los 19 minutos, llegó el momento más esperado: el primer gol. Lo consiguió Raimundo Orsi, tras una jugada de Lalín, toque a Seoane y pase milimétrico de la Chancha (máximo goleador del Amateurismo) para Mumo, quien entraba en diagonal y definió con un fierrazo ante la desesperación del arquero charrúa Miguel Capuccini. De ahí, Orsi (90 goles en el Amateurismo) se iría a los Juegos Olímpicos de Amsterdam donde consiguió la medalla de plata y la transferencia a la Juventus. Para el primer grito oficial hubo que esperar al 10 de junio, cuando en el 5-1 sobre Almagro, Alfredo Paolinetti, mojó 34 veces para el Rojo en 84 partidos. Uno, justamente, ante Eduardo Lanzavecchia sobre el arco que estaba sobre la Erico. Otra vez Lalín por derecha, centro pasado de Canaveri y, como venía, Paolinetti (conocido como Wilson), la puso en el segundo palo...

Mucho agua pasó bajo el puente en la caída Doble Visera. En 1932, se invirtió la posición de la cancha (tal como está ahora). En 1960, se remodeló y se construyó la visera oeste, la que daba espaldas al ferrocarril. En 1971, se erigió la tribuna Alta Cordero, que en 1994 pasó a ser platea preferencial. Durante la época profesional, el Rojo disputó 1327 partidos, con 723 triunfos y 253 derrotas. También, vale agregar, 102 juegos internacionales (66 G-25 E -11 P). Entre 1934 y 1936 (22 meses), mantuvo allí un invicto de 31 partidos (con 18 victorias). Allí se vio su máxima goleada (10-2 a Central en 1948) y dio, ni más ni menos, 11 vueltas olímpicas (siete locales y cuatro de Copa).

El 8 de diciembre de 2006, hace dos años, diez meses y 20 días, se jugó en el ya Libertadores de América, el último partido. Cosas del fútbol, el último gol de Independiente y el último antes del cierre, fue made in Rojo. Federico González (quien ni siquiera concentrará para enfrentar mañana a Colón) metió el 1-1 parcial y, a falta de 19 minutos, Darío Gandín (suspendido tras su expulsión en Rosario), le daba el triunfo a Gimnasia de Jujuy. Desde allí, el show del plazo y de las promesas, el aumento sideral de los costos, las idas y vueltas con las empresas constructoras, con los estudios de arquitectura, todas las especulaciones del caso, la preinaguración sin Bochini ni Bertoni del 25 de noviembre pasado... Ahí estuvieron los hermanitos Gastón y Mauricio del Castillo, los hermanos de sangre de Sergio Agüero (uno de los que con su venta al Atlético Madrid, permitieron el sueño del nuevo estadio), quienes con la ayuda del mítico Oscar Sastre y Patito Rodríguez, crearon la jugada del virtual primer gol del remodelado templo de Avellaneda. Luego, en el partido de viejas glorias, el honor le correspondió al chaqueño Oscar Alberto Olivera, quien sólo jugó cinco partidos entre 1984 y 1986.

¿Quién tendrá el honor de bautizar mañana la nueva casa de Independiente? ¿Quién cambiará botines por escarpines? En la (todavía inconclusa) mole de mística y cemento para 32.000 espectadores (unos 44.000 en el futuro, en un año posiblemente), los Diablos volverán a coquetear con el fuego... Con su fuego.

Martín Macchiavello y Lautaro Gatto
Diario Olé, miércoles 28 de octubre de 2009.

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Caíque L. dijo... 1 de noviembre de 2009, 2:51 p.m.

Belisima Cancha.
y muy bueno blog.
mira mi blog de los trapos de botafogo:

http://bandeirasbotafoguenses.blogspot.com/

Saludos!

La Caldera del Diablo dijo... 1 de noviembre de 2009, 9:22 p.m.

Muchas gracias, luego pasamos por las dos páginas.
Saludos

Emiliano