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Independiente volvió a dar pena en un partido donde su rival no jugaba a nada, y eso que terminó perdonándole la vida sobre el final. El Rolfi, Assmann y los chicos que debutaron fueron los únicos que se salvaron.


Nada, nada, nada. Esto es Independiente hoy, nada de fútbol, nada de entrega, nada de energía, nada de amor propio, nada de respeto a la camiseta, a la historia, a la gente. Y si alguien pensaba que se podía aspirar a cierta mística en un clásico, bueno, tampoco. Si lo de San Lorenzo fue apático, abúlico y sinsentido, lo del Rojo fue aún peor.

Zafamos porque esta vez el resultado no terminó en goleada, pero créame que a pesar de que el equipo de Gallego fue apenitas alguito más que el de Simeone -sobre todo en el primer tiempo- los de Boedo no hicieron tres porque Silvera se escondía, Assmann tuvo una buena tarde-noche y adelante el Ciclón es sólo una brisa.

En el primer tiempo fue todo de San Lorenzo, el partido se jugaba en la mitad de cancha que defendía el Rojo, pero sin embargo el visitante no encontraba la línea para entrar. Tocaba muy bien, era prolijo y los pases se contaban de a decenas cuando la pelota pasaba por los pies de Solari, Silvera, Rivero o Torres, mientras que cuando Independiente la recuperaba todo moría a los dos o tres toques.

Sin embargo Independiente dispuso de las ocasiones más claras: una especie de media chilena de Tuzzio desde el borde del área que Navarro envió al corner, y un mano a mano que el arquero del Rojo a préstamo en Boedo le tapó a Montenegro. El Rolfi, la figura nuevamente del equipo, jugó un partido aparte por su pasado Quemero, y fue de lo más desequilibrante dentro de la pobreza exhibida.

En la segunda mitad el Cuervo fue más práctico, y se decidió a atacar desde el inicio. A Silvera no le quedó más que empujar un centro desde la izquierda (no gritó su gol), y antes del cuarto de hora los hinchas sabíamos que el partido ya se había terminado.

A pesar de que Gandín tuvo otra chance frente a Hilario, o de algún tiro desde lejos de Montenegro, somos conscientes de que este equipo no puede dar vuelta un resultado.

Para colmo, Assmann tuvo que lucirse un par de veces, como en un extraordinario mano a mano en el que cubrió a Solari, cuando intentó picarle la pelota por arriba del cuerpo.

La hinchada jugó su partido, abundaron las banderas contra el equipo y los dirigentes y hasta volaron jeringas con sangre, para tratar de inyectarle algo a este presente que lo único que demuestra es que el vacío no tiene fin.

Emiliano Penelas

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