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Ahora sí. Después de dos semanas llenas de partidos evitables, nos disponemos a ver el verdadero campeonato del mundo. Como nos gusta el fútbol, hemos estado dispuestos a ver decenas de partidos horribles, sostenidos por seleccionados impresentables, entremezclados con algunos buenos partidos, un puñado de buenos equipos, alguna idea regada en medio de un desierto de gestos predecibles.

Pensemos un poco, fixture inicial en mano: si analizamos zona por zona… ¿qué equipo que debería estar en octavos de final ha quedado en el camino? Francia e Italia. Las “sorpresas”. Sorpresas desagradables de las que todo Mundial tiene alguna (una o dos, nunca más). Sorpresas que confirman, por la negativa, que los que llegan a octavos son los que tenían que llegar.

Y ni siquiera, porque entre los dieciséis todavía hay alguno que desentona con la verdadera elite del fútbol mundial. Que eso, y no otra cosa, debería ser un Mundial. Un torneo exhaustivo en el que los mejores del mundo se enfrentasen entre sí, para determinar en serio cuáles son los mejores.

En los dieciséis faltan Italia y Francia, como dije más arriba. Eslovaquia, Japón o Corea, llegan a octavos por un partido afortunado, o por el azar del sorteo que los puso en una zona pareja o accesible. Pero si me dieran a elegir, yo prefiero ver a italianos y franceses. Porque son mejores. Más allá de la versión de película de horror que fueron ambos en estas dos semanas de Mundial. A la larga, son mejores. Pero claro. Los Mundiales son apenas un vértigo fugaz.

Todos los demás, todos el resto de los candidatos, pasaron con más o menos complicaciones. En la sección “Sofocón, con más o menos aprietos”, pasaron Inglaterra, España y Alemania. En la sección “vuelo sin turbulencias” Argentina, Holanda, Portugal. En la sección “no sé para qué me hacen jugar la primera fase, si no hay modo de que me eliminen” estuvo, como siempre, Brasil.

Y ahora empieza el Mundial entre ellos. Pero como nos hemos gastado dos semanas de Mundial en cuarenta y ocho partidos prescindibles, ahora los veremos en eliminación directa. Ninguna segunda oportunidad.

Si me dieran a elegir, prefiero a estos dieciséis equipos jugando en zonas de cuatro, todos contra todos, como primera fase de un mundial, y con dos clasificados por zona. Y luego, con los ocho supervivientes, de nuevo dos zonas de cuatro. Y los ganadores a la final, y los segundos por el tercer puesto. Así fue el Mundial de Argentina 78. Es verdad que puede prestarse a suspicacias (para los memoriosos o los viejos, me refiero al 6-0 de Argentina-Perú). Pero así tendríamos la oportunidad de ver, en serio, a potencias jugando contra potencias.

Ahora, con esto de que si perdés te volvés a tu casa, temo que siga reinando la prudencia. Esa prudencia que termina en tedio. Como si en la cabeza de muchos entrenadores, jugadores y simpatizantes, la idea de “prefiero irme por penales” llevara a los equipos cada vez más atrás, contra su propio arco.

A este Mundial le sobraron cuarenta y ocho partidos. Y ahora nos quedan solo quince (el del tercer puesto ni lo computo y se los obsequio, porque nadie quiere jugarlo) para definir quién es quién en el mundo del fútbol por los próximos cuatro años. Yo sé que soy un ingenuo. A mí me sobraron esos partidos. Pero a la FIFA le vinieron estupendamente para vendérselos a precio de oro a Dios y María Santísima. Facturarlos aquí y en China y en Saturno. Y ahora, que empieza lo bueno, me queda un mundial raquítico en el que, aquél que se equivoca una vez, se vuelve a casa. Yo sé que una cosa es el fútbol y otra cosa es la FIFA. Pero… ¿no deberían tener algo que ver entre ambos?

Eduardo Sacheri
Diario El Mundo de España, 26 de junio de 2010

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